Tras el funeral de Estado en memoria de Adolfo Suárez, se cierra, definitivamente, una etapa de nuestras vidas que nunca olvidaremos. Unos porque hemos recordado una época que, aunque cercana en el tiempo histórico -apenas unos cuarenta años-, queda muy marcada por unos acontecimientos políticos y sociales que convulsionaron nuestras vidas para mejor, ya que nos trajeron nada menos que la libertad para votar, para manifestarnos, para expresar nuestra gratitud o nuestra disconformidad, y otra serie de derechos que hoy día los más jóvenes utilizan no siempre con las debidas formalidades y respeto, creyendo que no fueron conquistadas o que siempre estuvieron ahí. Y otros no olvidarán estos días porque han aprendido, al fin, quién fue ese señor que una vez muerto físicamente -porque por desgracia llevaba exánime algunos años más- se le han rendido los máximos honores conforme el protocolo de Estado, y al que muchos han llorado y loado personalmente -se calcula que más de treinta mil personas pasaron por su capilla ardiente situada en la sala de los pasos perdidos del Congreso de los Diputados - en señal de gratitud hacia el que fue el primer presiente de gobierno de nuestra joven democracia.

Y digo, al fin porque, por desgracia, la incultura parece ser que se ha convertido en nuestra nueva seña de identidad. Según mostraron las imágenes de los distintos medios de comunicación que se hicieron eco de las exequias, y al preguntar al público en general si conocía o no al difunto, sólo los mayores sabían quién era el interfecto. Mientras, discurría el féretro, que descansaba encima de un armón de artillería, por las entristecidas calles de Madrid, tirado por cuatro caballos oscurecidos como el mismo cielo lluvioso que se cernía sobre las miles de personas que acompañaban su recorrido.

En cambio la mayoría de los jóvenes ignoraban por completo a qué se debía tanto despliegue y alarde fúnebre en torno a un nombre, "Adolfo Suarez", el cual no les decía absolutamente nada. Bueno algo sí, ya que al ser preguntados uno de los chicos, y aunque no supo ubicar al expresidente en su contexto histórico, sí le sonaba como perteneciente a la dinastía de los reyes (?), o que tal vez fuera alguien que dio un golpe de estado o "algo de eso"; su compañera llegó mucho más lejos, al afirmar sin rubor que lo de Adolfo le sonaba como a alguien que había concursado en el programa de televisión "La Voz Kids".

Este país no tiene arreglo. Si realmente no somos capaces de enseñar en las escuelas a nuestros hijos quién fue el primer presidente de nuestra democracia y lo que fue capaz de llevar a cabo, es que nos merecemos lo que nos pasa. Menos mal que él ya descansa en paz en el claustro de la catedral de Ávila junto a su esposa bajo el hermoso epitafio "La concordia fue posible", y se ha ahorrado el tener que contemplar -seguramente con estupor y bochorno- cómo una minoría parlamentaria compuesta por ERC y Amaiur, que están ocupando un puesto en el Congreso gracias a que él supo encarnar el consenso y pelear contra los suyos por defender la libertad y la concordia, vetaron una declaración institucional sobre un homenaje a su persona.

Seguramente que estos rencorosos y desaprensivos políticos, junto a quienes desconocen quién era Adolfo Suárez, ignoran que el expresidente inauguró un estilo de convivencia política que estaba al servicio del bien común y que hoy día, por desgracia, ha dejado de tener sentido para muchos políticos; que trabajó sin cesar por el entendimiento entre los españoles, cerrando heridas y restaurando cicatrices, devolviéndonos las libertades e intentando por todos los medios evitar las facciones que han manchado durante demasiado tiempo de sangre el relato de una buena parte de nuestra historia.

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