Los sucesos de Ceuta y Melilla, con cadáveres flotando en la mar y centenares de africanos saltando las vallas para cruzar la frontera, son continuación de sucesos similares ocurridos en Lampedusa meses atrás. No es algo muy diferente a lo que ha venido ocurriendo durante años y de lo que ocurrirá en el futuro mientras no cambien las condiciones de vida en el África negra y en los países de la cuenca sur mediterránea.

El año próximo se cumplirán 20 años del llamado "Proceso de Barcelona", aprobado en 1995 por la Unión Europea (UE), que dio origen a la Unión para el Mediterráneo, un acuerdo firmado por 43 países, todos los de la UE y los Estados norteafricanos miembros de la Liga Árabe, más Israel. Representa a más de 750 millones de habitantes y tenía como objetivos fomentar el desarrollo de los países de la cuenca sur mediterránea, la promoción de los derechos humanos y la democracia, la cooperación para la lucha antiterrorista, los intercambios culturales y, finalmente, la creación de una zona de libre comercio. Asistí en Rabat a la celebración de su décimo aniversario y he contrastado mis notas sobre los debates de aquella Asamblea de Países Euro-Mediterráneos (APEM) con los datos actuales. El resultado es descorazonador.

En el plano político, los conflictos regionales tienen la misma o mayor intensidad. Véase el caso de Egipto. En el plano económico la brecha que separa ambas riberas ha aumentado. El Mediterráneo es la frontera más desigual del mundo, ninguna otra separa diferencias tan grandes y tan próximas. Entre 1994 y 2004 el PIB per capita en la Unión Europea se duplicó, alcanzando los 30.000 dólares. En el mismo periodo, en la cuenca sur mediterránea la renta per cápita pasó de algo menos de 5.000 dólares a algo más de 5.000.

Y, sin embargo, durante años se ha producido una importantes transferencia de recursos públicos desde Europa a la región, más de 3.000 millones de euros anuales en ayudas del programa MEDA y en préstamos del BEI (Banco Europeo de Inversiones). Pero la inversión privada no ha acompañado a esas ayudas públicas. Los casos de Francia y España con Marruecos son una excepción. Las razones son numerosas pero mencionaré solo dos. Primero, por la persistencia de conflictos de distinta naturaleza, desde la situación en Oriente Medio hasta las "primaveras" árabes y las limitaciones a la circulación de personas y mercancías en la frontera de Argelia con Marruecos. En segundo lugar, por la falta de un marco adecuado para atraer inversiones, que demanda una buena gobernanza, seguridad jurídica y, en definitiva, por la falta de reformas políticas y de democracia.

En torno al Mediterráneo se concitan todos los retos que el siglo XXI ofrece para los próximos años y décadas: el acceso al conocimiento, el terrorismo, los fenómenos migratorios y el medio ambiente. Si la Unión para el Mediterráneo alcanzara alguna vez sus objetivos fundacionales, sería posible superar estos desafíos.

Para combatir el terrorismo hay que consolidar las democracias. El terrorismo golpea ambas cuencas del Mediterráneo. Desde Casablanca a Jerba y a Charm El-Cheikh, a Madrid y a Londres. En sus funestos objetivos, ha dejado patente que no le mueven razones de religión, ni el color de la piel de sus víctimas. Es esta una confirmación más, si hiciera falta, de que son falsos los argumentos de quienes aún hablan de un choque de civilizaciones. Ni los regímenes de excepción, ni las limitaciones al libre ejercicio de los derechos civiles y políticos, ni la exclusión de los partidos políticos, ni los ataques a las libertades de todo tipo son la respuesta adecuada.

El sueño europeo lleva años estancado por la larga duración de la crisis en la UE, pero Europa tiene el atractivo de una tierra de promisión para millones de candidatos a la emigración. Los países mediterráneos se encuentran en la primera línea. Los del sur deben afrontar el deseo de emigrar de parte de sus propias poblaciones, especialmente de los más jóvenes. Y, además, han de afrontar las oleadas migratorias procedentes del África negra y, más aún, de lugares remotos de Asia.

Si alguien piensa que un nuevo muro, "el muro del Mediterráneo", será capaz de parar los movimientos migratorios se equivoca. Si Europa no va al Sur, en forma de una más generosa y eficiente ayuda para la cooperación y el desarrollo, el Sur asaltará Europa, de forma ilegal o clandestina. Los problemas de Ceuta, Melilla o Lampedusa no atañen solo a italianos y españoles. Afectan a todos los europeos.

La cuenca sur mediterránea padece los efectos de la sequía y sus secuelas medioambientales. La UE no ha implementado una política capaz de hacer frente a este problema, sin cuya solución unas tierras baldías seguirán siendo incapaces de producir lo necesario para paliar la falta de alimentos y el hambre, que es la primera manifestación de la pobreza de amplios sectores de la población.

El acceso al conocimiento es una necesidad básica para el progreso. Sin educación no hay desarrollo, ni justicia social, ni equidad de oportunidades, ni igualdad entre hombres y mujeres. Cuando vivimos la explosión de las nuevas tecnologías de la información, el analfabetismo sigue siendo una característica de elevados porcentajes de la población, desde Marruecos hasta Egipto.

Mientras estos factores persistan, y algunos más no mencionados por razones de espacio, podremos blindar nuestras fronteras, construyendo un nuevo "muro" en el Mediterráneo, pero los parias del sur seguirán arriesgando sus vidas para alcanzar su propio sueño europeo. No tienen nada que perder.