Que Canarias es geográficamente África es tan obvio como que esa es, en la mayoría de los casos, la única relación que tenemos con el vecino continente. No estoy hablando de antropología ni de si Juba II supo de Canarias en el siglo I antes de Cristo. Escribo sobre la realidad y no de ensoñaciones. Durante décadas oímos que seremos una plataforma tricontinental o un nudo de comunicaciones en el tráfico Sur-Sur. ¿Alguien puede darme una sola razón por la cual Nigeria y Brasil necesitan de nosotros para comunicarse entre sí? Miren un mapa. Esa relación existe desde hace muchísimos años y es conocida por quien haya visitado alguna vez esos países. ¿Quiero decir que debemos vivir de espaldas a África? Obviamente no, sobre todo cuando conocemos qué ocurre en el África vecina, que puede afectarnos gravemente si llegaran a pintar bastos yihadistas por aquí cerca. He visitado casi todos los países africanos, desde Comores a Mauricio y Rodrigues (con S), incluyendo Lesotho y Swazilandia. Desde una escala en Sidi Ifni en un Convair de Aviaco en 1959, hasta una reciente visita a El Aaiún. Nunca de turismo.

Para aproximarnos al problema hay que partir de dos premisas. Primera: ¿qué necesita África de nosotros y qué queremos los canarios de África? Y segundo: ¿qué es África para nosotros, de qué África hablamos, cuáles son sus problemas y qué podemos aportar para ayudar a su solución? Sí, lo repito, qué podemos aportar y no qué oportunidad de inversión o de negocio supone África para nosotros. Lo diré de otra forma. África necesita de nuestra ayuda y no de buscadores de fortuna y de estraperlistas. El Gobierno de Canarias debería vigilar que esto no ocurra y, si ocurriera, que no se haga con dinero público.

En propiedad, debería hablarse de muchas Áfricas, del África septentrional, mediterránea y musulmana; del África francófona, de la anglófona, de África del Sur y de otras Áfricas. Todas tienen algunas características comunes. La pobreza, la ausencia o debilidad de sus democracias, la violación de derechos humanos, la corrupción, carencias de infraestructuras, graves problemas en educación y sanidad. Y una progresiva penetración islámica, que va ocupando el espacio producido por el colapso de los regímenes comunistas en todo el continente, hasta llegar hoy hasta la misma Ciudad del Cabo. Si se quiere simplificar, hablaría del África septentrional, desde Marruecos hasta Egipto, y del África negra, porque eso del África subsahariana es un eufemismo y una majadería progre. Mandela habló siempre de la reconciliación entre negros y blancos, nunca habló de los subsaharianos. Se nos llenó la boca hablando de la llegada de pateras con subsaharianos y nos quedamos con las conciencias tranquilas por no decir que vienen cargadas de negros que huyen del infierno, con la esperanza casi siempre frustrada de alcanzar un paraíso.

No diré, como he leído, que "África es el continente maldito". Es un continente bellísimo, lleno de riquezas y devastado históricamente por todos. Por Roma; por los árabes que se enriquecieron con el tráfico de esclavos durante siglos; explotado por el colonialismo y aniquilado por la confrontación ideológica Este-Oeste. A la esperanza de la descolonización siguió la tiranía de los regímenes de partido único, con la complicidad culposa de la Naciones Unidas dando legitimidad internacional a los "movimientos de liberación". ¡Qué ironía!, liberarse del colonialismo para caer en la trampa mortal del comunismo o, lo que es peor, de sátrapas corruptos que persiguen, roban, encarcelan y matan en nombre de la libertad. El pueblo y la libertad, palabras míticas usadas para cometer todo tipo de tropelías, en todo el mundo y no sólo en África, pero que aquí se pronuncian bajo el ruido de las armas y un hedor de mugre, sudor, humedad, sangre y muerte. El olor de África.

En cincuenta años, los africanos han sufrido doscientos golpes de Estado, medio siglo de guerras de crueldad inaudita, cuyas víctimas conocí en 1994 en los Grandes Lagos. Los hutus huían de los tutsis y ambos, tutsis y hutus, en la mejor de sus suertes, esclavizados por africanos negros, por africanos blancos y por criminales de todos los colores y de todas las razas. La mayoría de ellos, acaso millones, ni siquiera tuvo esa suerte y murieron a machetazos, ahogados en las aguas fecales contaminadas por las diarreas de todas las enfermedades. Desangrados por el ébola, un virus exclusivo para africanos, bautizado con el nombre de un río que un día será tan bello como todos los ríos, cuando sus aguas se vean limpias de todo atisbo de barbarie.

Esto es África, lo demás son números y estadísticas; 800 millones de pobres, casi el total de su población, que malviven con la ayuda internacional de más de 50.000 millones de dólares anuales, muchos de los cuales terminan en las cuentas corrientes de sus dirigentes negros corruptos que negocian con corruptos blancos. Un continente capaz de parir a asesinos como Mugabe en Zimbabwe, y a Mandela, que nos hizo tener esperanza. Donde Leopold Sedar Senghor nos legó bellísimos poemas para enseñarnos que "la negritud" no es un estigma sino un patrimonio de todos. Donde Victoria Falls nos deja ver un paraíso cercano al infierno de los barrios periféricos de Harare. Un continente donde los dirigentes de Bostwana, con su presidente a la cabeza, me preguntaban: "Por qué Europa nos impide vender el marfil de nuestros elefantes y nuestros diamantes, en mayor cantidad de la permitida por la escueta "cuota Kimberley del mercado" que nos asignan? Lo necesitamos para tratar a nuestra población víctima del sida". Y yo no tuve respuesta.

África es también mucho más. Otro día hablaré de los niños esclavos y de los niños soldados. Y de algunos indicios de que, tal vez, un día empezará a amanecer.