Las declaraciones de políticos ejercientes infunden vergüenza ajena a veces; y demasiada desconfianza siempre, por tanto mentirnos. Es divertido comprobar cómo alguno se sonroja, por falta de costumbre, cuando eventualmente, y de ciento a viento, dice una verdad...

Lo peor de todo, es que algunos son tan tontos que creen que los demás también lo somos. Y nos hablan para intentar engatusarnos como a niños pequeños.

Sería gracioso, cuando un individuo de estos sale en pantalla, que se le aplicaran las técnicas de detección de veracidad a partir de los gestos que delatan la mentira -como si de un polígrafo basurilla se tratase- por el movimiento de la ceja izquierda, el rictus labial si dice una verdad a medias, o el aleteo de las fosas nasales cuando su pobre conciencia le aumenta el ritmo cardiaco por mendaz y falsario.

Apareció una serie televisiva, muy atractiva y abocada al éxito absoluto -no recuerdo el título ni la nacionalidad, porque apenas fueron dos capítulos-, que trataba este tema. Un protagonista -heroico detective él-, que era capaz de detectar si el de enfrente mentía o decía la verdad, a partir de indicios gestuales imperceptibles, solo captados por el portentoso protagonista. Se explicaba en detalle, con base científica, el significado de cada indicio de mueca, la media sonrisa o el repaso de la mano por el pelo. Por correlación, podría aplicarse a la vida normal, ¡Y a las declaraciones de los políticos en sus campañas de promesas preelectorales!:

Si en el telediario de la tarde, uno se acaricia el lado izquierdo de la nariz mientras dice que "...la reforma laboral ha sido el logro social más importante de esta legislatura...", ciertamente, no se necesita ninguna técnica poligráfica para lanzarse al monte de la indignación por el atentado contra el sentido común, hacia la dignidad de un pueblo y como flagrante insulto a la inteligencia de quienes la poseemos, junto a unos principios morales que se nos maltratan desde los poderes instituidos en nombre de una democracia ficticia, falsa, débil y corrompida.

¿A alguien le extraña que aquella serie televisiva se cortara en seco? Es que me imagino a los telespectadores, tomando nota de cada gesto o tono de voz, para comprobar si el predicador de turno dice la verdad. No debieron asumirlo los charlatanes de feria que, con todos los medios a su alcance, optaron por aplicar las tijeras con el mismo énfasis que se hacía en otros tiempos, ya olvidados, pero que se rescatan cuando conviene a los intereses de los de siempre... Los mismos que entonces... ¿o no?

Y esta rabieta, ¿a qué viene? Pues a que atenta contra la razón el triunfalismo ficticio de una macroeconomía en auge (Bolsa, Íbex 35 -o 37-, prima de riesgo, déficit público, PIB, deuda del estado...), todo ello, dicen que in crescendo; mientras el pueblo sigue sufriendo las penurias del abuso institucional: paro, que ya no aumenta porque la gente se ha ido fuera; porque ya no hay casi nadie con un puesto de trabajo del que ser despedido; porque pocos se apuntan a unas listas que no sirven de nada...

Y mientras... aquello de un trabajo digno y un sueldo digno quedó para el recuerdo romántico de épocas pretéritas. Hoy solo queda explotación, economía sumergida y miseria moral.

Si un pueblo se resigna cuando ya le han destruido su dignidad, no tiene salvación... Tampoco la habrá para sus verdugos; pues se quedarán sin privilegios que exprimir cuando ya no tengan jugo los frutos agostados por tanta opresión...

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