Nuestros abuelos, que son los bisabuelos del piberío actual, crecieron inmersos en la cultura del ahorro. En aquellos tiempos, cuando el franquismo aún no había inventado la asistencia sanitaria generalizada para los trabajadores, tener un puñado de duros del que echar mano en un aprieto marcaba la diferencia entre capear el temporal o encomendarse a la caridad pública para no morir de hambre. El ahorro era también una garantía para la vejez. Ahora, con el sistema público de pensiones en un brete, acaso convendría retornar a la buena idea de guardar parte de lo que se gana pensando en el porvenir.

Para toda decisión adoptada por cualquier ser humano existe una causa y un pretexto. La disculpa actual para no ahorrar es que el sueldo nunca llega a final de mes. La auténtica razón, empero, es una vida de desenfreno económico. En muy poco años -los de la bonanza y algunos más, pero no demasiados más- hemos pasado de la justa medida de nuestras posibilidades antes de comprar esto o lo otro, antes incluso de irnos de vacaciones a Pernambuco, a un sistema sustentado en el crédito. "Viaje al paraíso de sus sueños y pague en 14 cómodas mensualidades". Anuncios como este se prodigaban mucho. Joder, si cuando me toquen las vacaciones del próximo año todavía estaré pagando las de este. Aunque nadie pensaba en el próximo año. i siquiera en el próximo mes.

También suele decirle, porque a veces es verdad, que toda regla conlleva su excepción. Pese a esta alocada espiral del gasto a cuenta del futuro, la especie de los ahorradores no llegó a extinguirse por completo. Mucha gente siguió ahorrando en aquellos tiempos en los que había más longanizas que días -personas previsoras convencidas de que la abundancia no duraría eternamente- y que hoy continúa haciéndolo pese a las penurias. o es el caso, sobra decirlo, de las administraciones públicas.

Las previsiones del Gobierno central indican que la deuda pública española llegará al 101% del PIB en 2015. Esto significa que dentro de poco lo que deben el Estado, las comunidades autónomas, los ayuntamientos, las diputaciones provinciales y los cabildos superará la riqueza que producimos durante todo un año. Cierto que algunos países europeos nos superan con creces. Italia andaba ya el año pasado en un 127%, Portugal en el 123% y Grecia en el 156,9%, por no hablar de Japón con el 230,31% antes de recibir el encargo de organizar la Olimpiada de 2020. Por compararnos que no quede, aunque siempre se ha dicho que mal de muchos, consuelo de idiotas.

Lo peor, sin embargo, es la tendencia. Hasta el año 2007 la deuda española se fue reduciendo de forma significativa hasta situarse en apenas un 36,3% del PIB. A partir de ese ejercicio comenzó a subir siguiendo una gráfica de pendiente espeluznante. Con un crecimiento económico previsiblemente raquítico e incapaz de generar grandes cifras de empleo neto, solo cabe pensar en un empeoramiento de la situación incluso si se aplican los nuevos recortes anunciados por el Ejecutivo de Rajoy, inmediatamente contestados por las autonomías.

Hay un motivo adicional de congoja para los pocos ahorradores que quedan tanto en este país como en casi todos los del planeta. El Fondo Monetario Internacional empieza a lanzar globos sonda para atisbar la posibilidad de meterles la mano en el bolsillo a esas personas austeras mediante un impuesto ad hoc. La idea, como apunta Jorge Chamizo en su blog "La otra cara de la moneda", es privar a las personas con patrimonio de una parte de sus riquezas para tornar en azules los números rojos de países endeudados hasta la coronilla. o olvidemos que estamos hablando de pasivos públicos por encima del 100% del PIB, cuando el límite establecido por la UE es del 60%. Un tope que incumplen por un enorme margen países como Alemania o Francia. Por eso el FMI le recomendaría a Europa aplicar una quita del 10% sobre la riqueza de los hogares para reducir la deuda de las administraciones a la situación de 2007.

Expresado lo anterior en lenguaje menos técnico pero más comprensible, serán las hormigas de toda la vida quienes sufragarán con su esfuerzo y privaciones los dispendios de las cigarras. Empezando por las cigarras políticas, peores que las termitas. Además, de una forma rápida y eficaz. Es difícil privar a un señor de un chalet que se ha comprado por encima de sus posibilidades. Una propiedad que está pagando trampeando aquí y allá. Resulta muy fácil, en cambio, bloquear cierta cantidad de una cuenta corriente y aun de un depósito a la vista. Moraleja: no guardes dinero contante y sonante. Al menos no lo guardes en un banco, pese a que meterlo en el colchón -o debajo de la baldosa- como hacía el abuelo tampoco es buena idea. "En tu casa no puedes tener nada porque cuando menos lo piensas te entran a robar", me comentaba hace poco una amiga. Ya puestos, igual da que nos robe un tipo con un antifaz o un ministro de Hacienda. Al final, el efecto es el mismo.

A los políticos los elegimos nosotros. Y como los políticos suelen tener un apego enfermizo a su posición, la mera posibilidad de defenestrarlos en los próximos comicios debería bastar para controlarlos. Le pelota está en nuestro tejado. Lo malo es que no queremos jugar la partida. Callamos -y quien calla pudiendo hablar, otorga- ante las mayores sinrazones. Bien está que se invierta en sanidad pública lo imprescindible, pero de ahí a decir, como leí en un periódico ayer mismo, que el copago farmacéutico -ocho euros mensuales en el caso más común, y nada si la persona carece de recursos- impide a muchas mujeres costearse el tratamiento para el cáncer de mama raya en la mentira pura y dura; o en el lamento rentable.

Y así con todo hasta formar no ya una enorme bola de nieve, sino un gigantesco alud de despilfarro que nos llevará a todos por delante, empezando por los que tienen cuatro euros metidos en un banco.

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