Está visto que para que en Canarias funcionen medianamente bien las cosas los gremios son los que, a la postre, tienen que coger, por decirlo así, la sartén por el mango y ser los que dicten cómo se tienen que hacer, porque la autoridad, que es la que manda, según señala la ley, se siente limitada dentro de unos moldes muy limitados, que, en parte, se trazan ella misma sin tener la preparación que se exige a cada cargo.

El ejemplo lo podemos ver en un caso muy cercano, que es la decisión que tomaron los empresarios de Las Palmas, haciendo frente al propio presidente del Gobierno de Canarias y exponiéndole supuestas soluciones que tienen que ser objeto de convencimiento. Cada parte expone lo que debe ser necesario y correcto, para lo cual tiene que haber conformidad entre los que hablan y los que escuchan lo expuesto y, en todo caso, si es preciso, se toma el tiempo de estudio y reflexión que sea preciso. Solo con esta postura por parte y parte, sin salirse de la norma, se pueden entender e incluso llegar a un acuerdo de la mayoría si esta realmente va por la solución sin recelos o pegas de ninguna clase.

No sé cómo ha terminado la reunión entre Rivero y los empresarios de Las Palmas. Por lo menos la postura de unos y otros era, en principio, razonable. Tal como están las cosas, tanto en el gobierno como entre los gobernados debería ser la de un acuerdo de lo fundamental porque siempre quedan retazos aislados que quedan para una segunda o tercera oportunidad.

Deseo, sinceramente, por la parte que me toca, porque no es grata una situación como actual, que todo quede como deseaban lo promotores del acuerdo, que eran los empresarios de Las Palmas, los cuales dieron un paso definitivo que agradece todo el pueblo canario.