Seguro que si hubiera existido una guagua directa de esas que salvan distancias en menos que canta un gallo ya me hubiera "encasquetado" más de una vez en Tenerife; una mañana cualquiera y de improviso, para dar los buenos días en persona a mi gente y, tras desayunar, almorzar, cenar juntos -pensión completa-, volver al punto de partida de regreso en el mismo transporte a propulsión que me hubiese traído, pues por estas tierras de Dios están de momento mis obligaciones. Pero ni esa guagua supersónica y "novelera" existe ni el océano que hay por medio se cruza en un abrir y cerrar de ojos como para que valga la pena intentarlo y no terminar exhausta. Además, los billetes de avión en la actualidad se han puesto por las nubes -nunca mejor dicho-, al igual que el coste de la vida. Permitirse el lujo de una ida y vuelta el mismo día desde aquí a mi añorado y querido país del timple no está al alcance de cualquier bolsillo, incluido el mío. Reconozco que en el pasado estuve tentada a experimentar el ir y venir dentro de las veinticuatro horas en una ocasión, pero al final desistí del intento y todo quedó en un capricho del corazón.

Todo esto viene a cuento de que, a veces, en determinados momentos del año, a una servidora le entra la "depre" de la nostalgia, o sea, que me pongo triste sin motivo aparente -yo a esto lo llamo síntomas de la lejanía-. No sé si es debido al clima, que es tan diferente al nuestro; quizás es el idioma, al que me he acostumbrado con los años, o simplemente porque "la familia y la tierra llaman". De momento, me seguiré conformando con atravesar ese Atlántico nuestro tan azul e inolvidable en los periodos vacacionales, subida a una de esas enormes aves metálicas -sin plumas, claro-, bautizadas con nombre de ciudad. Afortunadamente, he encontrado una fórmula para contrarrestar los instantes en los que estoy de capa caída: me pongo a escuchar un CD de música canaria y me dejo llevar por la melodía de las notas del timple -esto me gusta tanto como saborear un buen escaldón-; mientras, comienzo a plasmar colores en un lienzo dando rienda suelta a mi imaginación, pues la pintura es otra de mis pasiones. A la media hora de tan original terapia estoy otra vez como nueva. Y es que nuestra música canaria, combinada con unas pinceladas de color, es capaz de alegrarle el alma a cualquiera; digo, a mí por lo menos sí.

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