Si una compañía española tuviese en los cielos europeos la mitad de los percances que Ryanair está teniendo en España, a estas alturas estaríamos ahogados en ríos de tinta procedentes de la prensa continental acerca de lo inseguro que es, a todos los efectos, este país de sol, moscas, toros, panderetas y fiestas perpetuas. Sin embargo, como es una compañía foránea quien está cometiendo un sinfín de tropelías con los pasajeros en nuestras narices, silencio absoluto de las autoridades patrias. Un mutismo que la organización Facua-Consumidores en Acción calificó ayer de escandaloso, después de un nuevo aterrizaje forzoso de un avión de las citadas aerolíneas, al que se le despresurizó la cabina mientras volaba desde Madrid a Las Palmas. Facua considera inaudito que el Gobierno central no tome medidas contra Ryanair pese a la, según el comunicado emitido por esta organización, amplia lista de fraudes que está cometiendo con los pasajeros. Tampoco entiende Facua por qué no intervienen las autoridades autonómicas de protección al consumidor. De hecho, el viceconsejero de Turismo del Gobierno de Canarias, Ricardo Fernández de la Puente, le quitó importancia al percance de este viernes, ya que "la buena noticia es que no ha habido daños". ¿Y si los hubiese habido? ¿No es hora de que cesen ya a este mentecato, pese a que está bien apadrinado? Cierto que quien lo nombró es peor que él, con lo cual por ese camino quedan pocas esperanzas de relevo. Bueno fuese que Paulino Rivero eligiese a alguien con capacidad intelectual para hacerle sombra, aunque se trate de un simple viceconsejero.

Un silencio, a qué engañarnos, motivado por muchas razones. En el caso del apadrinado, al responsable autonómico del turismo le sería difícil criticar a una compañía que ha recibido cuantiosas subvenciones de instituciones públicas canarias. Una empresa, y no es la única, que ha chantajeado a las autoridades locales cuando ha querido, como ha querido y de la forma en que ha querido con la amenaza de desviar turistas a otros destinos. ¿A dónde?, cabe preguntar. ¿A dónde se llevan de la noche a la mañana los más de diez millones de visitantes que vienen cada año a este archipiélago? A ningún lugar, por supuesto, amén de que no todos vuelan en una compañía a estas alturas con su reputación bastante resquebrajada, al menos en lo que se refiere a la atención de los clientes.

Un país de camareros, de fregonas y de lameculos de los guiris. Eso es -lo decía anteayer un columnista- en lo que nos hemos convertido. En lo que nos han convertido nuestros políticos. Y encima -cretinos a más no poder- se jactan de su éxito. La industria española casi no existe y está lejos de Canarias. Las alternativas a seguir sirviendo whiskies y limpiando habitaciones que no se le ocurra a nadie perforarlas; de prospecciones, nada. El turismo es sagrado. Tan intocable, que debemos permanecer mudos y cabizbajos mientras un pirata irlandés -o de donde sea- nos impone su particular derecho de pernada, y encima pagando nosotros una parte sustanciosa de la cama. ¿Somos o no somos unos infelices sin remedio?

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