1.- En tiempos de verano, y en La Orotava, en la Casa de Lercaro, expone Alicia Lecuona abstractos y meninas, hasta el 2 de agosto. Alicia deja ver un filón de arte en sus pinturas y collages. Meninas; y antes, gallos. La menina velazquiana nunca muere, pero otros autores, como Manolo Valdés, la han resucitado. El otro día, en Toledo, los escaparates de las tiendas que escoltan al viajero hasta la catedral y la plaza de Zocodover estaban llenas de meninas. Yo quise comprar, pero no me dejaron. Me traje, eso sí, una espada que me regalaron y que antes alguien me robó. Por fin recuperé mi símbolo templario. Bueno, pues Alicia Lecuona, pintora ahora de meninas, expone en la Casa de Lercaro una colección espléndida que titula "Formas y colores", en esa manía de los pintores de etiquetar sus muestras, cuando no hace falta. Alicia ha progresado muchísimo y su humilde actitud de autodidacta hace más atractivo su arte. Yo visité el otro día la muestra para poder hablar de ella. Y les aseguro que vale la pena. Así que cojan el coche y vayan a La Orotava, se paran frente a la Casa de los Balcones y entran en la Casa de Lercaro -yo prefiero ponerle la preposición como homenaje a aquella familia rica que construyó palacios de leyenda-.

2.- Las etapas de Alicia Lecuona, que evoluciona, han sido varias. Ya digo que antes inundó las casas tinerfeñas con bellas estampas de gallos de pelea; aquí un giro, allá un melado; aquí un colorado, allá un gallo enjillado -no sé si debo decir engillado-, como los míos de Achímpano que vi pelear en la finca de mi amigo el gobernador de Nueva Esparta Morel Rodríguez, al que tengo ganas de volver a abrazar. ¿No han leído mi novela "Los gallos de Achímpano?". Achípano -y no Achímpano- es la finca de Morel, en Isla Margarita. Se enfadó cuando le cambié al protagonista el nombre de Morel por el de Florisel, en la ficción. "Coño", me dijo, "yo no me llamo así". Allí me echaba yo en una hamaca, con una novia venezolana, Raquel, y un whisky en las rocas con agua de coco, a ver una pelea de gallos con corchos en las espuelas, que Juan, el guachimán cubano de la finca, nos preparaba para nuestro deleite. Qué belleza de animales. Cada vez que veo un cuadro de gallos de Alicia me acuerdo de aquellos días felices en Achípano. Juan crió a un gallo que se volvió albino bebiendo leche materna. Ay, qué tiempos.

3.- Ahora, Alicia Lecuona se ha llevado sus meninas a La Orotava. Tengo un cuadro suyo que se titula "El halcón enamorado". Puede ser el título de una novela medieval: un altivo halcón que se enamora de su dueña y que se niega a abandonar su brazo, y a cazar, celoso de los caballeros que la rodean. Esta no puede ser, de ninguna manera, una crítica de arte, entre otras cosas porque yo no soy crítico de arte de esos que hacen una crónica bonita de los cuadros del artista y se llevan uno a casa, de baracalofi. Yo los cuadros de Alicia los compraba -cuando tenía posibles-; ahora sólo los veo. Les recomiendo que visiten esta exposición y, de camino, se coman unos dulces (barquillas, roscos) en casa de Egon Bonde, en cuyo establecimiento les prepararán las mismas bandejas, empaquetadas con el mismo papel y el mismo hilo que usaba el genial pastelero alemán que no pudo, por razones del tiempo, conocer al halcón enamorado de Alicia Lecuona.

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