POCO MÁS o menos es ese el tufillo que desprende la actitud del partido gobernante, el PP, y es, lo que se deja oír, que el que se mueva no solo no saldrá en la foto, sino que, metafóricamente hablando, será fusilado al amanecer. Se insiste con descarada reiteración en que hay que considerar la idea de España como que es única, que ir más allá es estar en el trasnocheo y que ya va siendo hora de que los nacionalismos dejen de mirarse el ombligo, porque entre todos debemos salvar lo que parece insalvable. España tiene que ser única, menos libre y, por supuesto, en estado de liliputiez dejando de ser grande, lo cual hace ya bastante tiempo que ha llegado a esa situación.

Si las partes que componen el Estado no se avienen a los ajustes que dispone Madrid, serán sancionadas, intervenidas o penalizadas de manera total, obligando al Estado a pedirles las transferencias que otorga la Constitución. Porque, insisten, la culpa del desaguisado económico no la tienen los muy capaces gobernantes que gestionan el Estado, sino los dirigentes de las comunidades autónomas, los que con sus políticas desorbitadas y ciegas se lo han gastado en sus farándulas y sus compromisos, por lo que ellos y nadie más son los causantes del estallido social que está tocando a la puerta.

Por eso hay que reajustarlas, reunirlas y volverlas a todas la mirada hacia el recentralismo que se pretende, porque el centralismo es la madre de todas las patrias, y si el desastre, tal como manifestaron los del 98, se corregía enardeciendo los basamentos ideologizantes castellanos, ahora el asunto está en tomarla con Cataluña, Euskadi y Canarias, porque, insisten una vez más, estos territorios son los que no han hecho los deberes y han propiciado el desastre, y no es la banca que se haya visto reflotada con dinero público, ni los grandes que han depositado sus fortunas en los paraísos fiscales bajo la protección del Gobierno de turno, ni son las mentiras que nos cuentan un día sí y otro también, o cuando nos dicen que si no estamos en el mejor de los mundos sí lo será más adelante, ¿cuándo? Entonces, como esto va a seguir poco más o menos igual, se instauran los términos de intervención, de fiscalización, de vigilar el más mínimo movimiento y de asfixiar para justificar nuevos modelos de convivencia que irán por el camino de la represión, primero económica y luego social, pudiendo llegarse a la instauración del miedo como un nuevo universo y de un Estado policíaco como alternativa ante una situación incontrolada.

Los Estado policíacos nunca han tenido un buen final, porque la dinámica de los acontecimientos va poniendo a cada uno en su lugar, y cuando se tensa la cuerda más de lo debido, las cosas toman, por lo general, derroteros insospechados, pero que se ven venir. Y cuando, además, es el cansancio, el hastío, la indiferencia lo que se consolida, se crea una nueva conciencia que estremece más que otra cosa a los territorios que sufren opresiones, que no se les tiene en cuenta, que se les trata como súbditos a los que se les mira por encima del hombro, lo cual es malo para lograr concordias y lealtades, y puede darse el inicio de una nueva andadura quizás más clarificadora y realista donde las cosas, la política y los territorios, se pongan de una vez en el lugar que les corresponde obligados más por los que mandan que por los que están subsumidos a la obediencia y a doblar espaldas.