No merece la pena hablar de fútbol porque este deporte ya cuenta con sobrados espacios en los medios de comunicación. El fútbol es el opio de las masas españolas. Y que no falte, porque sin un Madrid ni un Barcelona sobre los que discutir, pronto nos ocurriría lo mismo que a los chinos cuando construían el ferrocarril en el lejano oeste gringo allá por el XIX: si no les llegaba a tiempo el opio -el de verdad-, se ayudaban mutuamente a suicidarse. Cualquier opción era preferible a seguir con un agotador trabajo en régimen de semiesclavitud.

Huelga hablar de fútbol, insisto, pero incluso del fútbol se pueden obtener reflexiones válidas acerca de lo que le está sucediendo a España. De todo lo que he leído tras la eliminación del Madrid y el Barcelona me quedo con una frase: "Los dos mejores equipos de Europa se han destrozado entre ellos en la liga y ahora ambos verán desde las gradas como dos conjuntos inferiores disputan el trofeo más prestigioso".

Sería incapaz de juzgar la validez de esta cavilación porque no soy experto en fútbol, ni aspiro a serlo. Visto el asunto desde fuera, pienso que resultaba importante la clasificación de ambos equipos; aunque solo fuese por darle un vaso de moral colectiva a un país tan necesitado de propia estima. Eso sí, consumado el desencanto, se impone la moraleja: cuando dos se pelean, gana un tercero. ¿Y cuando se pelean diecisiete?

Ojalá las desavenencias internas solo tuviesen tan nefastas consecuencias en el fútbol. Todo lo contrario. Basta con un vistazo a las portadas de los periódicos para comprobar hasta qué punto una nación al borde de la bancarrota, lejos de aparcar las diferencias ideológicas al menos durante una temporada y ponerse a trabajar para intentar eludir el desastre final, se entrega con renovados ánimos al planteamiento de las dos españas que tantas "alegrías" nos proporcionó en la década de los treinta y en los cuarenta años siguientes. Hoy la sociedad española está más dividida que nunca. Una circunstancia mucho más grave si consideramos la razón última de la fractura. Un motivo tan fútil como ser merengue o culé; simplemente, porque sí. ¿Merece la pena, y a eso voy, que el PP y el PSOE sigan discutiendo quién tiene la culpa de los recortes en vez de buscar soluciones conjuntas a la debacle, a sabiendas de que ya tendrán tiempo de pelearse dentro de cuatro años cuando les toque volver a pedirles el voto a los ciudadanos?

Sospecho que no tendremos tanta suerte. Tan proclive es el PSOE a pensar que el único país sensato es uno de izquierdas, como el PP a postular que si no vamos de meapilas, nos condenaremos todos eternamente. Mientras tanto, un país con un enorme potencial -esto no es Uganda, dicho sea con todo el respeto para los ugandeses, ni tampoco una república bananera en la que se expropia a punta de decreto- sigue sumido en la miseria. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a un presidente autonómico jactándose de que el Tribunal Supremo haya admitido un recurso contra las prospecciones petrolíferas, "incompatibles" con el modelo de "desarrollo sostenible" que él pretende para las Islas. ¿El mismo modelo que ha generado 341.000 parados? Qué infelices, por no emplear otro calificativo, tanto él como todos.

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