DICEN las gentes de la mar que una tormenta es perfecta cuando los cambios bruscos de presión y los vientos desatados llevan escrita la noticia del ineluctable naufragio de los barcos. En el escenario de las finanzas, cuando la Bolsa se comporta como si estuviera sacudida por una tormenta perfecta, parece que el único remedio que existe es resistir. Resistir, pero a la manera de Ulises en el episodio de las sirenas: atándose el capitán al palo y obligando a la tripulación a seguir remando y a taparse con cera los oídos para no escuchar el canto de las sirenas. Homero dice de Ulises que era astuto. A Mariano Rajoy -el capitán de este barco llamado España- se le adjudica también cierto grado de astucia; de otra manera no sería fácil explicar cómo ha llegado tan alto dejando atrás conspiraciones internas y reveses electorales.

Pero ¿qué grado de astucia política se necesita para hacer frente a la mayor caída sufrida por la Bolsa en treinta meses y con la prima de riesgo por las nubes? Y ¿cómo digerir y disimular el enfado por el nulo apoyo de Washington (Hillary Clinton no se pone al teléfono) ante el atraco del Gobierno argentino expropiando Repsol-YPF, la primera petrolera española? Y ¿cómo hacer frente al asunto -en términos institucionales, muy delicado- de la imprudente escapada cinegética del Rey don Juan Carlos a Botsuana? Y ¿cómo encarar el revuelo causado por el repago de las recetas de medicamentos cuando en la campaña electoral se había dicho que ni habría recortes ni "copagos"? Con astucia. Aprovechando bien la distancia que prestan los viajes a países lejanos, en esta ocasión Méjico y Colombia.

En términos políticos, Rajoy está capeando bien lo que a otros, en su lugar, habría conducido al naufragio. Claro que cuenta con una ventaja: tiene mayoría en el Parlamento y hasta dentro de tres años y medio no habrá elecciones. Ante una tormenta perfecta, la prudencia aconseja orientar la vela y esperar a que el viento amaine. En ese registro de espera, Rajoy está demostrando ser un maestro.