MENOS mal que hay alguien que se indigna: "No habrá rescate para España, y si lo hay se acaba el euro y habrá que rescatar a toda Europa" -añado, y a Estados Unidos igual-. Felipe González Márquez es el que de esta manera tan explícita y acertada, a mi juicio, ha puesto los puntos sobre las íes haciendo alusión al temible efecto dominó con la impredecible reacción en cadena que supondría este accidente sistémico nuclear. La onda expansiva de contagio, el efecto del pánico financiero y la consecuente progresión geométrica en el aumento de fondos empantanarían a los demás socios y provocarían otra estampida de confianza con consecuencias masivas en la huida del dinero.

¡El holocausto! Los tres países socorridos hasta la fecha -Grecia, Irlanda y Portugal- no llegan juntos ni al 10% de lo que supone el peso del Estado español -la cuarta economía del euro- dentro de este club que juega -debido a nuestra escasa capacidad para defender anteriormente lo que más nos conviene- a ponernos sin anestesia, y como si de una puncha se tratara, contra la pared. Cuidadito, o salimos conjuntamente o de esta no escapa ninguno de los que se embarcaron en la aventura de la moneda común. El expresidente ha declarado además que dentro de la Unión Europea los primeros en precipitarse al abismo justo detrás serán Italia y Francia, por mucho que señalen hacia nuestra vulnerabilidad y presuman sus presidentes, Mario Monti y Nicolas Sarkozy. Ha comparado la situación de Europa con una "carrera de galgos" donde los distintos gobiernos corren tras una liebre mecánica que manejan los líderes de la Unión, y cuando alguien se acerca la alejan convenientemente unos metros para que los instintos sigan galopando sin parar hasta que revienten. Es más, cuando creen que van a morder, se la separan un poquito. Vaticina: "Lo que harán ahora los mandatarios será poner la liebre más cerca".

Es evidente que hay que seguir corriendo y esforzándose, pero sin atrabancos y angustias. "The pain in Spain" o "el dolor en España" es el titular de muchos periódicos del Viejo Continente, aunque, como asegura el sevillano, que estuvo trece años y medio en la cúspide, la fiebre española podría convertirse en la pandemia mortal de Europa.

No es asumible bocina alguna de intervención. Si hay que plantar marihuana, se planta -como en Tarragona-; o si hay que alquilar al sector privado la policía -como en Grecia-, se alquila; el canódromo ya no existe, pero si hay que abrirlo se abre. Los animales se desgañitan para recorrer el circuito ovalado persiguiendo al conejo mecánico que se desliza tras el carril electrificado, pero la agonía tendrá que acabar con final diseñado. Con meta asequible. En caso contrario, los perros se desfondarán.

Para la reflexión nos conviene incluso detenernos en uno cualquiera de los muchos balances de daños que con mayor o menor rigor se hacen para una hipotética insolvencia (no tratada por Europa) o quiebra griega: el Gobierno se vería obligado a nacionalizar la banca, dado que es la mayor poseedora de financiación soberana. Se prohibiría la retirada de depósitos (corralito). Para evitar disturbios en las calles, seguramente se declararía la ley marcial. Se establecería una nueva moneda, "el nuevo dracma", o el nombre elegido para la ocasión (movimiento clásico en los países no competitivos). El nuevo dracma se devaluaría entre un 30 y un 70%. Posiblemente, llegados a ese punto y con algo de tiempo, el país volvería a ser competitivo y su economía se reactivaría, como sucedió en Argentina. Pero los problemas para el resto no habría que desestimarlos: Irlanda y Portugal caerían pronto. Los bancos, sobre todo franceses y alemanes, sufrirían fuertes pérdidas o quitas en sus carteras y deberían ser recapitalizados. El Banco Central Europeo (BCE) necesitaría urgentemente provisiones de fondos debido a la elevada exposición que tiene a bonos y bancos. Habría que ver quiénes son los que han comprado CDS ("credit default swaps") para cubrir posiciones en deuda; posiblemente sus contrapartes entrarían también en situación de insolvencia. Habría que imprimir dinero para que regresara la liquidez creando nuevas presiones inflacionistas. Se perdería peso, la confianza mundial se resentiría. Habría una carnicería en los mercados bursátiles y se forzaría a cambiar deudas para evitar quiebras.

Imagínense un meteorito treinta o cuarenta veces más grande. La conclusión: corramos, pero sin caernos fulminados, y de pedir rescate nada. O vivos o todos muertos.

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