1.- El otro mediodía estuve un rato en la casa de JoséCarlosGracia, el pintor. Esta vez, el vino era bueno. Coincidí allí con BernardoÁlvarez, el obispo, que había ido a ver un espléndido cuadro que José Carlos le ha hecho al papa Benedicto y que colgará del salón del trono del Palacio Episcopal. De lo mejor que le he visto; y le he visto cosas buenas a este artista, que se vende a sí mismo mejor que Dalí. Y mira que Dalí se vendía bien. Un rato de charla con el prelado, que a mí me cae muy bien y al que considero un hombre de nuestro tiempo, un buen sacerdote y ya muy hecho al cargo. Porque al cargo de obispo hay que hacerse, y si no que se lo pregunten, allá arriba, a don Domingo, a quien todo el mundo le coloca la etiqueta de "inolvidable". Hubo otros prelados de muy buen recuerdo aquí y cito a dos: don DamiánIguacen y don FelipeFernández, poeta y de los buenos. Le dije a José Carlos Gracia: "Yo creo que después del talegazo que te diste con el coche, pintas mucho mejor". Supongo que me habrá insultado por lo bajo, pero no se enfadó porque en ese mismo acto me entregó la portada de mi nuevo libro sobre el mago, que como ya he dicho aquí -me parece- se va a titular "Todos los magos son del Barça". La portada, mingotera y cachonda, me pareció espléndida. Ya la verán.

2.- Más tarde, en la misma velada, llegó el doctor JordiPostius, de quien mucho me habían hablado, pero al que no conocía. Tenemos un amigo común, el doctor DavidCastro, uno de los mejores urólogos españoles, mucho más valorado nacional e internacionalmente en el ámbito de su especialidad que en su propia tierra. Siempre pasa, David. Postius habló maravillas del doctor Castro. José Carlos tiene una extraña capacidad para cautivarte; y como dispone de una excelente cocinera, le es más fácil. Otra cosa es su racanería a abrir los vinos buenos. Yo me aproveché de que el martes tenía un día bueno. Encima de la mesa, una nota manuscrita de Rajoy, al que José Carlos acaba de pintar un retrato, regalo del PP de Canarias. Como no podía marcharme con las manos vacías, me regaló -casi le arrebaté- un desnudo de mujer en miniatura. Le había echado el ojo desde hace tiempo. "¿Dónde vas tú con eso?", me recriminó el obispo.

3.- Reparé en el bellísimo anillo de Bernardo Álvarez. Y me contó su historia. Cuando se quemó el palacio episcopal lagunero, él se quedó sin nada. Y su infortunio llegó a oídos del rector del santuario del padre Pío, en Italia. Anillos como éste habían sido entregados a los prelados que habían asistido a un acto canónigo en aquel lugar. El rector quiso compensar al pastor tinerfeño por la desgracia sufrida. Le consiguió un anillo igual a los entregados en aquella ocasión, tiempos en los que monseñor Álvarez aún no ocupaba la sede nivariense. Un gesto precioso y un prelado -el nuestro- que lo luce, orgulloso.

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