DEMASIADO tiempo ha tardado Antonio Alarcó en descubrir que el Cabildo de Tenerife compite deslealmente con las empresas privadas. Aunque, bien pensado, no creo que el senador del PP se haya enterado ahora de lo que resulta evidentísimo desde hace muchos años. Siempre se ha dicho que la misión de las administraciones públicas es propiciar las condiciones adecuadas para que los empresarios privados cuenten con las máximas facilidades y no, como se ha convertido en norma, utilizar los impuestos para hacerles imposible la supervivencia. Qué sarcasmo, pues una parte de esos impuestos los pagan los empresarios que sufren tal competencia.

¿Por qué llevan al menos tres legislaturas actuando así los actuales responsables del Cabildo tinerfeño? Esencialmente porque quieren emular a los empresarios que ellos mismos no han sido capaces de ser. Sobre todo si hablamos de empresarios exitosos. Un empresario no es un cualquiera. En un país de economía avanzada y boyante, lo cual no es nuestro caso, los empresarios son modelos a seguir por la juventud. En España el último líder en este sentido fue Mario Conde. Un universitario brillante, abogado del estado a los 24 años y presidente de uno de los principales bancos del país a los 39. Un hombre que, no contento con el buen puesto de funcionario ganado a tan temprana edad, inició una andadura triunfal en el sector privado. Demasiado éxito para que se lo permitieran en un país de tanto mediocre. Lo acusaron de haberle provocado a Banesto un agujero de 500.000 millones de pesetas -entonces se contaba en pesetas- y lo intervinieron con unos criterios que, aplicados a la actual situación de la banca española, llevarían a la cárcel a no menos de docena y media de prebostes del sector. A Conde le endosaron diez años de chirona por resistirse al enjuague. Y como recurrió al Supremo, le cayeron veinte. Para que aprendas a no protestar. Después de eso a los universitarios patrios se les han quitado las ganas de emprender. Porque, puestos a utilizar eufemismos, en un país en el que un hombre, así sea maltratador o de los otros, ya no tiene mujer, ni esposa, ni novia, ni amante ni simplemente compañera sentimental, sino pareja, un país en el que la cretinez se ha convertido en lo usual, no hay empresarios -palabra, como digo, maldita- sino emprendedores. Algo que tiene bastante cabreado a Benicio Alonso, dicho sea de paso. Pero estábamos con el Cabildo que preside el señor Melchior.

Cargar las culpas exclusivamente sobre la Corporación insular tinerfeña en el asunto de las empresas públicas sería injusto. La práctica está tan generalizada, desgraciadamente, que cabe calificarla de plaga. Un vicio, a qué engañarnos, sustentado en una población juvenil y no tan juvenil que anhela un puesto de funcionario como el nirvana de sus logros profesionales o laborales. Y si funcionario no, al menos empleado de una empresa pública. Con lo cual cada vez que un político, en sentido inverso y haciendo uso de una sensatez aplastante, habla de privatizar algo, algunas decenas de indignados se indignan todavía más y se echan a la calle para defender la "excelencia" de lo público frente a la "avaricia" de lo privado. Para que no decaiga nunca el esperpento, claro.