UNO de los nudos gordianos que habría que intentar desatar para poder superar esta desaceleración acelerada del diablo es el que en su conjunto puede representar la escasa actividad y el encefalograma plano del sector inmobiliario -díselo a un notario-. Ya no solo para propiciar el riego alrededor de la promoción, construcción o reforma, sino más a corto plazo todavía, para liberar recursos dando alguna vidilla a la cantidad astronómica de ahorro privado enterrado en cemento.

De las entidades de crédito en magnitudes de vértigo, pero también de muchas personas físicas o jurídicas que en un momento determinado dedicaron sus excedentes a comprar algún pisito o local e invirtieron en bloques lo que nadie les iba a robar y lo que ahora no pueden colocar de ninguna forma. Cantidad de empresas y particulares aceptarían gustosamente perder dinero en el envite para colocar alguno de sus activos inmobiliarios, aunque lo que no están dispuestos es a regalarlos. Quiero decir que lo que se llama desinvertir sin quebrantos brutales está vedado.

Antiguamente, si te iba bien podías plantearte adquirir un piso grande, y si, tomada esa decisión, al paso del tiempo te iba mal, lo vendías y te comprabas uno más pequeño o al revés. Así era la vida. Ahora ya interiorizas que no hay mercado. Lo que decidas es pa''siempre jamás.

El movimiento de olas previsible en el sistema capitalista no existe. El mar está como un plato; la demanda es nula. Para muchos es como si en la bolsa de Madrid hubieran adquirido acciones de Telefónica y ahora no pudieran echarse atrás ni cascando. Lo lógico sería que, con la base de la crisis tan fuerte que se ha desatado, los valores de cada una de las propiedades hubieran descendido un 20%, un 30%, un 40%, lo que sea, pero que con ese factor asumido se pudiera obtener liquidez.

Pues no, la compraventa está en paro. Por ejemplo, conozco a un empresario del sector textil que necesita financiar, para mantener su empresa de diez trabajadores, el plazo de tiempo que va desde la venta sobre muestrario a la colocación en firme de los productos de temporada, un proceso que siempre atendieron los bancos con los avales correspondientes, y ahora no. Cuando le iba bien, el hombre compró varias propiedades. Lo normal sería que vendiera alguna o todas -perdiendo lo que tuviera que perder- y a partir de ahí recobrara las posibilidades para centrarlas si quiere en su negocio. Pero repito que no. Es tan grande la recogida de velas del sector bancario que no hay manera de que la inercia natural de la sociedad, con sus subidas y bajadas incorporadas en cada caso particular, puedan recibir el más mínimo apoyo. Un matrimonio que se casa, si no tiene casa, pasa.

O hablamos de gangas o bicocas absolutas o no hay nada que rascar. Una señora compró un apartamento tasado hace tres años por el banco en cien y ahora lo tiene a la venta en cuarenta. Viene un posible comprador -con garantías de cinco sobre diez y el piso-, que necesita treinta y se lo deniegan, mientras que uno por ahí le oferta cinco.

Se ha evolucionado en la política bancaria desde el blanco al negro. Más que un corsé, el corpiño metálico tiene por fuerza que ser tratado por la Administración, que ya ha fracasado, por ejemplo, intentando vender fincas en el exterior. No solo es imprescindible crear un banco malo, sino también otro regular, porque aparte de la anulación, como he comentado, de cualquier posibilidad de retroceso o avance, a los que ha partido por la mitad es a los que entraron en hipotecas de confianza en el futuro. Hay toda una generación trincada de jóvenes prometedores que entre los 30 y 40 años decidieron orientar sus vidas dando el paso adelante, como habían hecho antes sus padres, para comprarse su casita y no vivir de alquiler.

Desde el estallido de la crisis hasta mediados de 2011 se han registrado en Canarias más de diez mil embargos con sus consiguientes desahucios, y los bancos, que tienen aguantadas con pinzas a las mayores empresas promotoras profesionales del sector, se han convertido en las verdaderas inmobiliarias del Estado.

Los precios tienen que bajar y tienen que introducir la dación si no se quiere seguir dejando gente en la cara oculta de la Luna, buscando fórmulas nuevas como alquileres o segundas hipotecas.

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