Hace unos días, revisando grabaciones de vídeo realizadas en Marruecos, encontré ciertas declaraciones de una funcionara española destacada en Casablanca que se definía como "canariona de los pies a la cabeza", pues había nacido y se había criado en Las Palmas. Incluso daba el nombre de la clínica en la que su madre la trajo al mundo. Me sorprendió que utilizase el topónimo Las Palmas sin el apellido de grandeza y el gentilicio "canariona". En el primer caso porque a Juan Cruz lo pusieron a caer de un burro cuando, al leer el pregón de unas fiestas en la "capitá", se refirió varias veces a Las Palmas y no a Las Palmas de Gran Canaria. El propio Juanito Cruz debió explicar que es del Puerto de la Cruz, localidad en la que hablamos de Las Palmas no para referirnos solo a una ciudad, sino también a toda una isla. Y en cuanto a lo de canariona de pura cepa, no me pareció que la funcionaria en cuestión, una mujer encantadora, utilizase peyorativamente el término canariona cuando asistí a la grabación de su entrevista; más bien todo lo contrario. Valga este prolegómeno para que me disculpen los "grancanarios" si, debido a mi también condición de portuense, digo Las Palmas y no Gran Canaria en lo que sigue. Y al grano.

Cuando allá por los ochenta se desdobló una modesta pero meritoria universidad regional -la de La Laguna, para ir fijando ideas- en dos mediocres universidades provinciales, a más de uno y a más de dos, tanto en Tenerife como en Las Palmas, tal decisión les pareció un disparate. Sin embargo, callaron por cobardía. Parece difícil que unos catedráticos, dueños de expresarse como consideren oportuno en virtud precisamente de la libertad de cátedra que poseen, pudiesen arrugarse hasta el extremo de comulgar con semejantes ruedas de molino. Pero lo hicieron.

Ironías de la política, aquella división fue beneficiosa para La Laguna. La emblemática Universidad de Canarias perdía la mitad de su distrito, desde luego, pero a cambio recibiría en los años posteriores inversiones inimaginables hasta entonces. Poner en marcha una nueva universidad en Tafira requería un enorme caudal de dinero público. Y para que no surgieran peleas de malos hermanos, pues para La Laguna también. Un esquema que se ha mantenido -aunque con altibajos- durante los últimos años porque había dinero en las arcas del erario.

Sentenció Goebbels en su momento que dos y dos son cinco si el Führer lo quería. Por supuesto que no. Dos y dos no son cinco por mucho que lo diga un déspota o 200.000 almas manifestándose en la calle, que tampoco fueron tantas. Las leyes de la lógica no las impone ni una decisión dictatorial, ni un plebiscito popular. Una lógica que confirmaba entonces, y lo sigue haciendo ahora, la insostenibilidad de este modelo universitario. Por eso no debe pasmarnos que, tras más de un cuarto de siglo de dispendios innecesarios o únicamente necesarios para aliviar cierto prurito insular, se hable de unificar ambas universidades. Para ese viaje no hacían falta alforjas.

Queda en el aire una pregunta inquietante: ¿dónde va a estar el rectorado y la sede central de esa hipotética universidad única? Cuestión baladí, naturalmente, porque la respuesta es obvia. En Las Palmas, que para eso es una isla grande desde los tiempos de Juana la loca.