1.- Apareció el otro día Rubalcaba, en el debate, con la guedeja infrabarbillar fláccida e irregular, cual barbecho de un chivo gomero. Y así no se puede ganar. Tendrá que hacerse la estética, después del 20 N, porque el pobre, ya saben: llámame Alfredo, parecía un indigente reciclado por EmidioTucci. Tal cual la típica estampa del Jaimito perdedor, haciendo preguntas capciosas al profe, a ver si escapa. Y se convirtió, por minutos, en un periodista tipo EnricSopena -el cano antipático de la tele- interrogando a un triunfador de traje impecable y barba pulida. Esto no lo arreglan ni El País -que dio perdedor a su ídolo-, ni Tele 5 (tipo Noria), ni el vasioleta del digital de ahí enfrente, que hizo un sondeo encuestándose a sí mismo y el 71% de sí mismo dio ganador a Rubi y el otro 39% al otro. O sea, un genio el ex aspirante a diácono y un curioso desdoblamiento de su personalidad. Ya sé que hago el análisis tarde, pero estuve un par de días pensando en la guedeja barbiluenga del sociata y me pregunto por qué la Valenciano, que es una serpiente de cascabel manejando la demagogia, no se valió de un esteta, o de un fígaro experto en guedejas, para recomponer al hombre, más perdido que el barco del arroz.

2.- Iba Rajoy de ganador, con ese seseo impropio de un gallego, y más dado a un logopeda, pero firme y lector. Leyó demasiado Mariano, él, que es registrador de la propiedad y, por consiguiente, un memorión. Lucía el líder un aspecto moderadamente barbón, pero sin guedeja. Había un catedrático de Derecho en La Laguna, don ManuelGitrama, al que los alumnos invitaban a comer para decirle y oírle decir siempre las mismas frases: "Don Manuel, este plato tiene buena cara". A lo que el cursi respondía, también inevitablemente: "No, buena cara, no; buen aspecto". Y así pasaban los días en aquella Laguna del nada que hacer, en cuyos bares se cargaban como erizos alumnos y catedráticos. La fiesta acabó cuando un día acertó a pasar por allí don JoséPadrónMachín; lo lanzaron a la fuente del campus y el hombre estuvo estornudando años, hasta que le dieron el premio Canarias de la Comunicación. Y entonces le dio por morirse. Machín también lucía guedeja, pero era por esnobismo. Yo lo quería mucho.

3.- Pues el coráceo Rajoy ganó entonces, por goleada, al guedejoso Alfredo. Había un don Alfredo en el Puerto, ventero, a cuyo negocio los chicos íbamos a comprar condones, para inflarlos y presumir de lo que no éramos: unos folladores. Si don Alfredo nos veía demasiado pipiolos para usar el profiláctico nos pegaba en los dátiles, bien agarrados -a causa de la ansiedad por obtener la mercancía- al mostrador, con una regla de maestro que guardaba en la rebotica. Ya ven, divago. Del debate me sorprendió aquella multitud de la Academia, que nadie conoce. Ni los iniciados.