"María, matrícula de Bilbao" es el título de una película rodada en España allá por 1960; un film que cuenta las peripecias de una familia marinera con todos los tópicos propios del franquismo entonces imperante. El argumento, un tanto mediocre -si bien bastante mejor que el de muchas cintas que se producen hoy en día-, no viene al caso salvo para rescatar una escena: precisamente esa en la que un marinero le arroja un mono a un tiburón para que el escualo devore al primate y le dé tiempo a otro compañero a ponerse a salvo en un bote. Un gesto que en la actualidad no resultaría políticamente correcto.

Un guión que no hubiese obtenido el nihil obstat si la encargada de otorgarlo hubiera sido Jane Goodall; conocida científica que estos días ha visitado Tenerife para decir algunas cosas interesantes -que todos ya sabíamos-, amén de un par de solemnes paridas. La labor de Jane Goodall, una mujer singular que ha dedicado su vida al estudio de los chimpancés y a tratar de convencer a sus congéneres de que adopten estilos de vida más sostenibles, sólo cabe elogiarla sin paliativos. Sin embargo, ¿a cuenta de qué eso de que hemos robado y robado de un planeta que nos han prestado? ¿Qué hemos robado? ¿Quién nos ha prestado el planeta? ¿Los monos que comparten un origen común con nosotros? ¿El resto de los animales? O, dando un paso al límite -¿y por qué no?- alguna divinidad, empezando por el Dios de los judíos, el de los cristianos y el de los mahometanos, que en esencia es el mismo.

Reconozco que eso de reunirnos todos y devolverle lo que le hemos robado al planeta queda muy bien como titular de prensa..., pero poco más. ¿Qué le robamos a la Tierra?, insisto en preguntar. ¿El aire que respiramos? ¿El agua con la que saciamos nuestra sed? ¿Los alimentos que nos mantienen? Cito de memoria, pero la cifra es más o menos esa: cada año sacrificamos unos 46.000 millones de animales -sin contar las capturas de peces- para alimentarnos. Dicho así, una ingente barbaridad. Pero no es menos cierto que muchísimas especies de animales devoran a otros animales para subsistir; en algunos casos devoran a individuos de la misma especie. Y los otros, los que no depredan a seres vivos, se alimentan de vegetales, que también es una forma de vida. En definitiva, la vida se alimenta de vida. Es así de sencillo y de injusto, pero nadie ha dicho que la naturaleza sea justa.

Admito que tiene toda la razón del mundo esta laureada etóloga cuando afirma que le estamos fallando a las generaciones futuras. ¿Y quién empieza a vivir con menos? La propia señora Goodall no ha venido a Tenerife remando en una canoa o, cuando menos, como pasajera de un barco que consume menos combustible por persona transportada que un avión. Ha llegado -y se ha ido- por vía aérea; lo cual implica quemar en cada trayecto varias toneladas de oxígeno. ¿Cuántos ecologistas angustiados por el cambio climático están dispuestos a gastar zapatos o a ir en bicicleta para dejar el coche en el garaje? Indudablemente, hay que buscar soluciones cuanto antes mejor, porque el tiempo corre en contra y el problema es bastante más grave de lo que muchos piensan. Pero soluciones no desde la rimbombancia de los titulares, sino desde la realidad.