DICEN los duchos en la "res política" que una de las premisas que debe tener en cuenta el candidato a ejercerla es mimar al votante, prometerle, como suele decirse, "el oro y el moro" y asegurarle que, si sale elegido, siempre estará a su lado para ayudarlo en todo lo que le sea posible. Resulta evidente, sin embargo, que nuestro sistema electoral no es el más idóneo y que pueden existir otros más racionales. Por lo pronto resulta duro eso de que uno no pueda votar a la persona que consideramos apropiada para ostentar un cargo porque no está en la lista de los grandes partidos. Ante la avalancha de los "fuertes", que incluyen en una lista cerrada a sus candidatos, poco puede hacer el que va por libre. Siempre se podrá decir, por supuesto, que estos tienen la opción de integrarse en dichos partidos, mas ¿cómo puede alguien adherirse a un proyecto cuyas directrices en algunos aspectos no comparte? ¿No sería mejor olvidarnos de las listas cerradas -que obligan a votar a personas en muchos casos desconocidas para la mayoría- y que sea el pueblo, la gente que vive en una circunscripción, quien elija a su representante? Decimos a veces que los diputados son los representantes del pueblo, pero todos sabemos que eso a menudo no es cierto puesto que, en realidad, solo son representantes de los partidos políticos, gracias a los cuales ocupan sus sillones parlamentarios.

Tenemos referencias de que en muchos países los electores eligen a las personas que van a representarlas teniendo muy en cuenta las promesas que hagan para potenciar su distrito. Asimismo, si el candidato resulta elegido, debe ser consciente de que ello no es un certificado para hacer lo que le venga en gana: en los siguientes comicios, si no ha hecho bien sus deberes, difícilmente conseguirá la reelección.

Todo lo anterior viene a cuento de lo ocurrido -y de lo que ocurrirá durante catorce largos meses, si la persona a quien le corresponda la tarea no pone su santa mano- en los aparcamientos del hospital de San Juan de Dios, de la capital tinerfeña.

Habría que ser vecino de la zona para constatar el tráfico que soporta desde que la Seguridad Social se hizo cargo de la gestión del mencionado hospital. El notable aumento de las prestaciones ha convertido a la antigua clínica en un centro de primer orden pues abarca la mayor parte de las especialidades médicas. Desde primeras horas de la mañana hasta últimas horas de la tarde, el tráfico de personas y vehículos es incesante, lo que provocó hace algún tiempo la desaparición de la rotonda que con anterioridad se alzaba en el espacio situado delante de la clínica para convertirla en aparcamiento. La superficie recuperada para la circulación permitió de inmediato que esta se desarrollara con mayor fluidez, beneficiando igualmente a los pacientes -muchos de ellos personas con movilidad reducida- que se veían obligados a dejar sus vehículos lejos de la puerta principal por falta de estacionamientos dentro del recinto.

Pero si hace unas semanas el Servicio Canario de Salud nos sorprendió a todos comunicándonos que el estacionamiento del hospital de la Candelaria se cerraba para realizar obras en una carretera que lo atraviesa, ahora le ha tocado el turno "con nocturnidad y alevosía" al antes ponderado del Hospital de San Juan de Dios, con una notable diferencia entre ambos: en el de la Candelaria las autoridades sanitarias se preocuparon previamente de buscar uno alternativo, pero en el de San Juan de Dios personal sanitario y usuarios se han visto sorprendidos de la noche a la mañana con el cierre del que venían disfrutando hasta el día anterior; en esta ocasión sin alternativa, porque en el lugar que ocupaba se va a construir un edificio para 196 aparcamientos.

Por eso decía antes que en otros países estas medidas "por decreto" costarían el cargo a quien dictó la orden correspondiente. Sería imposible que los afectados olvidasen las consecuencias y molestias que una decisión improvisada como esta les ha causado. Creo que no hubiese sido un trabajo excesivo, antes de comenzar las obras, haber cambiado impresiones con los jefes de la Policía Local, o con el concejal de Tráfico, y estudiar un estacionamiento alternativo que pudiera satisfacer las necesidades de los usuarios del mencionado centro hospitalario. De hecho, algunas calles adyacentes pueden permitir estacionamientos, pero aquí, para nuestra desgracia, lo que reina es la improvisación. Una improvisación que está provocando todas las mañanas -no tanto por la tarde- un auténtico caos en la zona puesto que los vehículos se ven ahora aparcados en los arcenes de la carretera general, invadiendo la calzada, con el peligro añadido que supone la parada de Titsa situada unos metros más arriba. Por cierto, ¿cuándo se decidirá Titsa a trasladar dicha parada cincuenta metros más arriba, donde tiene espacio para que las guaguas no se detengan en la carretera?

Sería conveniente, antes de que ocurra una desgracia, que la persona responsable -supongo que el concejal de Tráfico- se dé una vuelta por la zona en cuestión, compruebe in situ las consecuencias que su falta de previsión ha provocado y se apresure a tomar las medidas pertinentes para resolver el asunto. Sin embargo, como dudo de que alguien se ocupe del asunto, quizá la presencia de la Guardia Civil -no estamos hablando de una calle sino de una carretera- con el talonario de multas en la mano permitiría "desfacer" el entuerto. Las protestas de los afectados serían tan numerosas que las autoridades municipales se verían obligadas a tomar las necesarias medidas para ordenar la circulación hasta que las obras, dentro de trece meses, concluyan.