POR UNA VEZ -creo que, al menos, por una vez- voy a tratar de hacer mío el sentir de algunos lectores, empeñados en que deje en el desván de los recuerdos mi empeño en hablar de diptongos, hipérboles, hemistiquios y oraciones impersonales con el pronombre se. Digo yo que estas disensiones que mantengo, cada semana, con los lectores puede que obedezcan, por ejemplo, a estas palabras de don Gregorio Marañón:

"Las ideas tienen una cara y un reverso, y es difícil averiguar en cuál de los dos está el cuño legítimo".

O, tal vez, en éstas:

"Para quien las pronuncia, las oye o las lee, las palabras significan siempre mucho más de lo que de ellas nos dice el diccionario". Lo ha dejado escrito don Pedro Laín Entralgo en su libro "Poesía, Ciencia, Realidad", pág. 232.

Seguro que don Gregorio y don Pedro están en posesión de la verdad. Quien, siempre según mi opinión, no lo está tanto es don José Ortega y Gasset cuando escribe en "El tema de nuestro tiempo" (pág. 38) estas palabras:

"La verdad, pues, no existe; no hay más que verdades relativas a la condición de cada sujeto".

Con el señor Ortega comparto la segunda parte de su exposición (la condición de cada sujeto), pero no la primera (la verdad no existe). Claro que yo les he dicho muchas veces que don José se me hace siempre inaccesible. Y digo porque alguna vez me resulta fácil seguirlo; como en esto:

"Cada individuo posee sus propias convicciones, más o menos duraderas, que son para él la verdad".

Pero vuelve de nuevo el genial filósofo a dejarme turulato con estas palabras, que ofrezco a la consideración de ustedes:

"El error es un pecado de la voluntad, no un azar y aún tal vez un sino de la inteligencia". (Misma obra, pág. 40).

No digo que no lo entienda. La frase está clara. Digo simplemente que, aunque se trate de quien se trata, estoy muy lejos de compartir tal criterio. Y disculpen ustedes mi pedantería, si es que existe. Observen que me he referido a párrafos que no entiendo y a oraciones que no quiero compartir. No entra en mí eso de que el error es un pecado de la voluntad. Creo que nos equivocamos sin querer.

Salgo de la obra del señor Ortega y leo lo que escribe don George Lakoff, profesor de Lingüística de la universidad de California, Berkeley.

"La comprensión de un sistema conceptual que se estructura metafóricamente hace discutible el concepto de verdad absoluta, llevando a pensar en una verdad culturalmente relativa".

¿Lo entienden ustedes? Pues… ¡felicidades! Mis cortas entendederas no me permiten subir a tal altura. Por mucho que lo intente. Es muy posible, de todos modos, que los universitarios de sus clases californianas estén muy de acuerdo con lo que a mí me ha parecido escritura jeroglífica. Los estudiantes californianos deben tener una inteligencia de genio. Es la conclusión que extraigo. En el caso de ustedes, no sé por dónde irán los tiros.

Hay otro detalle que me interesa: me refiero a la trascendencia y visión de futuro que un escritor puede conseguir con sus palabras de ayer. Un premio Nobel admirado en todo el mundo escribió un día lo que leo ahora:

"Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más los problemas que las soluciones (…). Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno porque, sin crisis, todo el viento es caricia".

El autor de cuanto he copiado en estos últimos párrafos falleció hace 55 años. No podía referirse, pues, al presidente Zapatero. Seguro que don Albert Einstein, autor de las palabras que les copié en el párrafo precedente, se limitaba a vislumbrar un futuro poco halagüeño. Pero el presidente del gobierno actual tiene en las palabras del inolvidable Nobel motivos para meditar: para actuar debidamente.

Querido lector: Abandono este espinoso tema porque no quiero que se me acuse de haberme metido a comentarista político. ¡Líbreme Dios! Ya tenemos bastantes en toda la geografía española. Prefiero mil veces resucitar a mi sobrino Lolo y a su amigo Miki y recontar sus ya viejas hazañas juveniles como originales y recién nacidas.