EL PRELADO nivariense, monseñor Bernardo Álvarez Afonso, a quien respeto como cristiano que soy, y admiro, ha publicado en el número de este periódico correspondiente al pasado miércoles, 2 de febrero, coincidiendo con la festividad litúrgica de la Virgen de Candelaria, Patrona de Canarias, un muy interesante artículo en el que explica detalladamente lo que es y significa el título o rango de Basílica Menor, que acaba de otorgar el Vaticano al templo que, inaugurado en el año 1959, es sede de la Santa imagen.

No recuerdo si con motivo de unas declaraciones o una intervención en un acto público, el obispo afirmó, y luego salió en la prensa, que el aludido templo, al que todos llamábamos basílica no era tal sino una iglesia más, porque no ostentaba esa dignidad que debía conceder la autoridad eclesiástica.

Sin ponerse a pensar o a averiguar hasta qué punto el obispo podía tener razón en lo que afirmaba, los candelarieros y muchos devotos de la Virgen de toda la isla criticaron y hasta medio se indignaron con lo dicho por el obispo porque ellos habían siempre nombrado y considerado al santuario como basílica, sustantivo que empleaban, así mismo, los medios informativos.

Hay que recordar que también el obispo don Bernardo, en una intervención con motivo de la festividad del Corpus en La Laguna, dijo -o dijeron que dijo- que lo de las alfombras de flores en la procesión del Santísimo no era una tradición y, entonces, fueron los laguneros los que se dolieron y criticaron tal afirmación, como así lo publicó la prensa. Y, tras la aclaración de lo de la basílica, es posible que monseñor Álvarez también haya tenido razón.

Pero eso son páginas pasadas, y lo que quería destacar en el presente comentario es la auténtica lección que nos ha dado don Bernardo con este artículo en el que no ha dejado dudas sobre la legitimidad de la dignidad concedida por el Santo Padre a la iglesia de la Virgen de Candelaria. Incluso, dirigido a los posibles disconformes porque la basílica sea menor y no mayor, y es que basílicas mayores no hay más que cuatro: la de San Pedro en el Vaticano, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros. Las demás, aunque sean menores, dice monseñor Álvarez que constituyen un honor especialísimo que debe enorgullecer y comprometer a la comunidad que se reúne en ese templo, ya que el título y dignidad de basílica expresa su particular vínculo con la Iglesia de Roma y con el Papa y le da derecho a colocar, en la fachada, estandartes, escudo papal y otros signos eclesiales.