NADIE está legitimado ni deslegitimado por derecho divino -o por cualquier otro derecho- para criticar o alabar a alguien, pero me considero bastante autorizado -con perdón por la redundancia a propósito- a la hora de hablar a favor de Antonio Alarcó, vicepresidente del Cabildo de Tenerife, senador y candidato del PP a la presidencia de la Corporación insular en las próximas elecciones. Lo de autorizado moralmente para reconocer la labor de este cirujano y político lo digo por las veces que lo he criticado, y de qué forma, en el pasado. Pero al César, lo del César. Tiene Alarcó sus defectos de carácter, como cualquier mortal, pero jamás se le podrán negar dos cualidades: una gran formación y una inmensa capacidad de trabajo. Amén, por supuesto -y por emplear un concepto que él utiliza con frecuencia- de bastante capacidad para inhibirse cuando debe hacerlo; capacidad de controlarse no para ejercer una crítica mordaz, pues de eso no se priva siempre que se le presenta la ocasión, pero sí para no perder las formas en un debate político o de cualquier índole. Algo bastante de agradecer, habida cuenta de cómo está el patio en estos momentos.

Y frente a Antonio Alarcó, ayer, en un programa de radio, doña Francisca Luengo; diputada socialista en el Parlamento de Canarias por si alguien todavía no lo sabe. Los nombres de los políticos suelo escribirlos sin el "don" delante porque el trato deferente lo supongo y se supone. Sin embargo, con la señora Luengo no me atrevo a tomarme tales libertades. Ni esas, ni ninguna, considerando que ya cargo con bastantes sambenitos para que me apetezca colgarme del cuello -o que me lo cuelguen- también el de machista. Digo esto porque, al parecer, quien se enfrente a esta señora y a la vez señoría diputada regional acaba, si no en el cubo de los maltratadores natos, sí al menos en el de los machistas irredentos y casposos. El último en recibir tal honor ha sido precisamente el doctor Alarcó, acusado ayer de eso, de machista, según dicen por haberle espetado un "coño" a la señoría Luengo que nadie oyó salvo la propia interesada.

El asunto me recuerda los versos que le dedicó en su día a doña Francisca el diputado también pepero Miguel Cabrera Pérez-Camacho. Un par de estrofas sin demasiada calidad literaria, la verdad sea dicha, aunque no exentas de gracia y sin ánimo alguno de injuriar por parte de quien las recitó en el Parlamento vernáculo. Y la que se armó. Por lo demás, las referencias a la educación elitista que, según la señora doña Luengo, recibió Antonio Alarcó, deberían invitarnos a la risa porque suenan a chiste, aunque a estas alturas lo que causan es cierta náusea. No me alcanza el espacio que queda de aquí al final del folio -ni el que habría en tres folios más como este- para incluir la lista de los socialistas, progres y otra gente de buen vivir que han ido a tan buenos colegios como Alarcó -el quinto de seis hermanos, hijos todos ellos de un funcionario normal y corriente- u otros ciudadanos de esta Isla que no fueron precisamente unos niños de papá. Da igual. La derechona siempre será elitista, machista y abusadora; qué le vamos a hacer, señora doña Francisca Luengo. Demasiado nerviosismo de algunas -y de algunos- ante lo que se les viene encima; electoralmente hablando, claro.