Con el comienzo de año me he propuesto bajar de peso, aunque la verdad es que lo he intentado en varias ocasiones, pero siempre ha sido inútil; vuelvo a recaer una y otra vez. Doctor, no bajo de peso con nada. Hasta el agua me engorda. Me siento culpable cuando recaigo. Mi mal humor lo pago con mi familia.

No me diga lo que tengo que hacer porque ya sé que tengo que dejar de comer y hacer ejercicio, pero es que yo necesito a alguien que me ayude, que me guíe, que me apoye. No me hable de calorías ni de lo que tengo que quemar. No me diga que tengo que bajar veinte kilos porque eso no lo baja nadie. No me diga que tengo que tener voluntad porque soy una persona fuerte. No me diga que la obesidad produce enfermedades como la diabetes, el colesterol, la hipertensión, infarto, trombosis..., porque eso ya lo sé, pero de algo hay que morir. No me diga que tengo que caminar cuando a mí eso me aburre y se baja muy poco de peso. Todo eso me lo han dicho infinidad de médicos. Parecen todos cortados por la misma tijera. Ninguno me comprende.

Lo que necesito es que dialoguemos, que lleguemos a un acuerdo en conseguir metas más próximas y reales. Dígame que si peso 100 kg, tengo que bajar de cinco a diez kilos. Eso sí lo entiendo yo y cualquiera.

Dígame que no tengo que bajarlo todo de golpe, sino que puede ser una bajada de unos dos kilos por mes y que puedo tardar unos seis meses en conseguirlo. No me diga qué tipo de ejercicio puedo hacer; a mí no me gusta todo lo que usted me propone. Pregúnteme qué hago en el tiempo libre, si tengo algún entretenimiento, si puedo aprovechar mis preferencias de ocio para bajar de peso. Explíqueme que mis ejercicios no son inútiles, aunque no baje de peso. Explíqueme que aunque no baje de peso, el ejercicio hace que las grasas se muevan y salgan de los órganos del cuerpo, con lo cual la posibilidad de enfermar disminuye. Explíqueme que tengo que hacer estiramientos para no sufrir lesiones musculares. Enséñeme a comer bien, dígame los alimentos que debo evitar, no me haga pesarlos o medirlos, dígamelo con medidas de vasos o de tazas o por número de piezas de frutas o verduras. Enséñeme a comer bien para poder enseñar a mis hijos y que no caigan en lo mismo que yo. Los hijos hacen lo que ven a los padres, y si de pequeño les mostramos en casa lo que es comer sano ello lo aprenderán sin esfuerzo alguno. Enséñeme a comprar bien, a mirar la etiqueta de los alimentos y poder leer y entender su composición. No me riña en la consulta si no bajo de peso, porque entonces no volveré. Yo mismo me hundo cuando me salgo de la dieta. Todos caemos; ayúdeme a levantarme. Cuando voy a su consulta necesito que me comprenda, que se ponga en mi lugar. Si Vd. como médico no es capaz de hacer todo esto, entonces no me diga que tengo que bajar de peso y quedarse tan ancho.

Artemio Rodríguez Méndez

Enología pura

Estoy seguro de que al instante nos pondremos de acuerdo en que estas fiestas que acabamos de celebrar son propicias para intercambiar los mejores deseos de felicidad, paz, y también de salud, en especial entre los que no hemos sido jamás rozados por el halo de la diosa fortuna, disfrazada de lotería de Navidad o del Niño.

Siempre me han producido una especial conmiseración, compasión o lástima esas generosísimas criaturas que celebran como propio el éxito de las personas que décimo en una mano y botella de espumoso en la otra, desde diferentes localidades de este país con nombres que muchas veces no hemos oído jamás pronunciar, hablan de que su futura especialidad será la de tapar agujeros. Y la celebración va acompañada de forma impepinable por esa frase eternamente repetida de "no te puedes imaginar lo que me alegra que les haya tocado a personas tan necesitadas! Claro que a nadie se le ocurre preguntarles a estos jetas la intención que albergaban cuando se fundían una pasta gansa en adquirir décimos con todo tipo de terminaciones y de las más afamadas administraciones de lotería, sin razonar en momento alguno que por buena lógica aquellos que mayor volumen de ventas tienen, más posibilidades acaparan de terminar colgando en su acristalada fachada ese letrero en general confeccionado a mano de que tal premio fue vendido allí.

Además de trocar anhelos, también se cruzan regalos entre los miembros de la familia, los compañeros de trabajo o de la peña correspondiente, muchas veces con la no tan práctica participación del "amigo invisible", que para desgracia del receptor del detalle en más ocasiones de las deseables se convierte en el "amigo inservible".

Con bastante frecuencia se acude a la tienda de confianza, especializada o no, las más de las veces poco especializada, que te ha de aconsejar qué vino, o bien qué bebida es recomendable para quedar bien, porque las botellas son muy socorridas y la intención la mayoría de las veces es la de dar la campanada, y es aquí cuando comienzan las penas. Con demasiada reiteración te sales del presupuesto, ya no te acordabas del precio de un buen vino, porque tú estás acostumbrado a tu pirriacas, siempre convencido de que como el de garrafón de La Victoria no hay ninguno, y eso que habíamos quedado que solamente se podía comercializar en botella.

Tampoco es menos cierto que muchas veces te cuestionas, si es que hay alguien que no tenga en su casa unos vasitos de vidrio de los del culo gordo, y tiene el vino que ir estuchado junto a un par de copas elegantísimas, pero de dudosa calidad, amén de la consabida cajita de madera que carecerá de entidad suficiente para formar parte de una hoguera montada con fundamento.

La parte positiva del tema de los presentes navideños es que, salvo que se produzca una carambola de campeonato y vuelva a tus manos lo regalado, lo que a veces ocurre, aunque parezca mentira, nunca te enteras, ni falta que te hace de si acertaste o simplemente aumentaste el número de objetos que forman el museo particular del obsequiado.

Pero volviendo al tintorro, puedes quedarte patidifuso cuando te hablan de lo que supondría la adquisición de aquello que tenías pensado. El mercado del morapio se ha ido elevando exponencialmente de tal manera que, sin ir más lejos, cuando pides en un restaurante la carta de vinos y además de las denominaciones de origen y las añadas paseas tu vista sobre los precios, es tal la duda que te asalta que algunos camareros si tienen algo de confianza te preguntan si acaso la estás memorizando, y para qué.

Un vinillo tinto, por darle color a la cosa, en el supermercado presenta cargados sus beneficios, y donde además no lo va a comprar el artista restaurador, tiene un precio asequible, cuando lo colocan en manos del somelier ha experimentado una multiplicación difícilmente inferior a tres veces el original.

Si se te ocurre comentar el tema, te hablarán del desembolso que supone tener una buena bodega, cuando a ti te gustaría decir que una buena bodega no se tiene a la temperatura del comedor, por muy bien tratadas que sean las botellas antes del descorche en los modernos armarios con temperatura modificable según variedad, añada y otras delicadas características.

De todas maneras, lo bueno que tienen los más variados caldos, lo que más los unifica, es que salvo que sean vinagres, después de la segunda copa, casi todos están de empuje.

José Luis Martín Meyerhans

Hacer el amor es fuente de salud

El consumo baja. Los sueldos no suben. Las pensiones se bloquean. Escasea el crédito. Cierran empresas. Mientras, las cajas reciben ingentes cantidades de dinero para arreglar sus desarreglos. Un puesto de trabajo se sustituye por un puesto de alumno. La inversión desaparece.

El Gobierno patina sobre escarcha, a riesgo de hundirse en cualquier momento. Los jóvenes se marchan de España en busca de trabajo. Una cerveza, un pitillo y una amiga están prohibidos. Mientras, las criaturas mueren en las entrañas de sus madres.

Un café es unidad de medida de consumo eléctrico. Al menor lo siguen apartando de su padre en favor del putativo. Los sindicatos reciben cantidades ingentes de ayudas y subvenciones para evitar la pregunta: ¿y por qué no te callas?

Todas estas afirmaciones son tan solo una parte de la realidad que nos ha tocado vivir y, sin perjuicio de las consecuencias que conlleva cada una de ellas, el propósito del presente artículo es opinar sobre una decisión que está a punto de ser aprobada. Una nueva subida de los intereses de las hipotecas. La hipoteca, para aquellos que todavía no se han percatado, es como el enemigo deseado, que lo contratas el día que firmas para que conviva contigo por lo general treinta años y que llama a la puerta una vez al mes. Prácticamente una vida. Hay que recordar, sin embargo, que, justo antes de comenzar la crisis en 2007, bancos y cajas ofrecían hipotecas a plazos superiores, por lo que el hijo, la hija o ambos heredaban la casa y el enemigo. Ahora bien, mientras se paga, todo va sobre ruedas. Al enemigo lo tienes a raya. Cada mes liberas de carga un bloque, una ventana o una puerta.

Los problemas comienzan cuando llega el día de pago y no hay dinero para atender la mensualidad. Se masca la tragedia. De hecho, es sabido que la hipoteca produce un efecto depresivo en las personas cuando no se puede pagar, que se va acumulando a diario hasta llegar a límites enfermizos. Si el Gobierno, tan preocupado por influir en los comportamientos del individuo, hubiera creado un fondo de ayuda pública para facilitar el pago de las hipotecas mientras durara la crisis, los españoles no estarían perdiendo dramáticamente sus casas. Cuando empezó la crisis, el Gobierno y el Banco de España apostaron por ayudar a bancos y cajas con un fondo de 90.000 millones de euros. ¿Por qué razón no pensaron también en ayudar a los españoles con hipoteca para combatir la crisis?

De seguir las cosas como van, no se extrañen si algún día los sicólogos expertos en comportamientos sociales acaben concluyendo que una de las razones de la reciente y dramática disminución de la actividad sexual de las parejas españolas es producto de la presión que la hipoteca ejerce sobre las personas, al ser esta causa directa de inhibición sexual, en tanto afecta de manera negativa a la líbido.

La lógica en el mundo financiero español ha desaparecido. Se ha disparatado. ¿Qué sentido tiene subir los intereses de los préstamos si los bancos y las cajas no prestan dinero? Un subida fuera de toda lógica que solo perjudica a los préstamos ya existentes. También cabe interpretarla como una decisión de la autoridad monetaria para frenar el consumo y, en consecuencia, controlar la inflación. Pero si el consumo ha bajado drásticamente, ustedes se preguntarán: ¿de qué estamos hablando?

Mientras se sigan desbaratando los principios básicos de economía que un día nos enseñaron, a los españoles solo nos queda la posibilidad de ser testigos incrédulos de la realidad que nos ha tocado vivir, y frente a los efectos depresivos de las hipotecas, solo nos queda una respuesta.

Hacer el amor es fuente de salud.

Jorge Bastian