MI MUY QUERIDO y admirado amigo y viejo compañero de las siempre recordadas Milicias Universitarias José María Segovia, asiduo colaborador de este diario, publica recientemente en estas páginas un artículo que titula "Mi Santa Cruz de niño", donde cuenta detalles muy interesantes de sus vivencias infantiles y juveniles con referencia a esta ciudad. El autor de este trabajo, con su acostumbrada cualidad expresiva, relata las costumbres y la forma de vivir santacrucera, treinta o cuarenta años atrás, destacando la importancia de su puerto, por donde empezó a llegar, y no ha dejado de hacerlo, el turismo, mayormente europeo, que dio lugar al desarrollo hotelero, en aquellos legendarios hoteles Quisisana, en Santa Cruz, y Taoro y Martiánez, en el Puerto de la Cruz. Yo añado el Pino de Oro, que conocí en mi niñez y que desapareció del mapa inexplicablemente y que se situaba, con sus hermosos y bellos jardines, justo en la misma calle donde hoy se levanta el hotel Mencey, actualmente sometido a importantes obras de restauración y ampliación.

José María cita a autoridades y empresarios que fueron artífices del progreso no solo de Santa Cruz, sino también de la Isla entera, como don Miguel Pintor, ingeniero a quien se debe, prácticamente, el puerto que poseemos en su actual estructura y que inició el ingeniero Matos. También cita, aunque su gestión fue posterior a aquellos principios de la importancia del puerto, a don José Miguel Galván Bello, quien creó las autopistas del Norte y del Sur de la Isla, dando lugar al desarrollo del Sur de la Isla en el renglón turístico y en comunicaciones que facilitaron considerablemente la exportación de frutos de Tenerife al mercado europeo.

Destaca José María las escalas de los grandes trasatlánticos en cruceros turísticos con miles de visitantes y llama la atención sobre las grandes caravanas de coches de alquiler, descapotables que iban a esperar a los visitantes al lugar de atraque de los muelles, en especial, del dique Sur, que era el de mayor sonda del puerto. La singular fila formada por automóviles de los que hoy llaman de alta gama recorría nuestras carreteras con destino al Valle de La Orotava y, posteriormente, cuando se terminaron las obras de la carretera dorsal de la Isla por La Esperanza, la singular caravana seguía la carretera hasta Las Cañadas del Teide, para luego regresar a Santa Cruz por la vía que, desde El Portillo, comunica con La Orotava pasando por Aguamansa y aquellas alturas desde las que se contemplan preciosos panoramas de esa parte de Tenerife, entre ellos el Valle de La Orotava desde la cumbre.

José María recuerda también su estancia, como alumno, en el colegio Alemán, en el que estudiaron numerosos niños y jóvenes tinerfeños. Ese colegio se mantuvo como tal en el transcurso de la II Guerra Mundial.

Termina José María Segovia su artículo anunciando que, aunque la Santa Cruz de esos tiempos es una ciudad casi desaparecida, le gustaría insistir en relatos echando mano a su memoria que, como a todos los que peinamos canas, nos falta. Pero sí dice que insistirá. Aquí estamos esperándole los lectores y, particularmente, los amigos que también vivimos aquellos tiempos.