CONTINÚO obnubilado todavía dándole vueltas a las fiestas pasadas cuando ya debería estar a piñón fijo pensando en el añito económico en el que nos hemos adentrado, en las elecciones o en los carnavales próximos, que en cierto sentido van a ser lo mismo. "Carnavales igual a elecciones"; ¡mira!, un buen título para un venidero artículo.

Me detengo hoy en el recibimiento que se dedica en Santa Cruz a los Reyes Magos y que todos sabemos que a raíz de la no comparecencia del tradicional por muchos años helicóptero que transportaba a sus majestades se ha quedado huérfano. Ya no es igual.

Y me pregunto y a la vez me contesto: supongo que las medidas de seguridad hacen inviable la maniobra y el aterrizaje por el supuesto riesgo para tanta gente. Entonces, ¿cómo es posible que en una ciudad como New York, obsesionada con la seguridad desde el trágico atentado del siglo, vuelen a sus anchas con sus correspondientes permisos y aterricen en pequeñas azoteas de edificios contiguos con más de quince mil personas cada uno dentro o que aparezcan en la final de la liga de fútbol americano, de la National Football League, la "Superbowl", que su traducción literal es la de "Supertazón"? ¿Allí sí y aquí no? Según las fuentes municipales, "ha primado más el concepto de seguridad", partiendo probablemente de que el enorme cacharro del ejército que aterrizaba en el Heliodoro quizás no era lo más adecuado, aunque haya que señalar que existen modelos más pequeños que se alquilan y que entiendo podrían tener todas las validaciones modernas y actuales para que con el máximo de control aterricen en el césped.

Insisto. La gente demanda una llegada regia con facturación aérea. Sí. Ya se acostumbraron, porque el impacto del revoloteo era muy poderoso, con pañuelitos blancos, con los Reyes alargando los brazos por la ventana, saludando como si estuvieran conduciendo un Mercedes y hasta con los padres, madres e hijos llorando de la impresión. ¡Melchor, te quiero mucho!

De todos modos, vamos a suponer que con helicóptero fuera imposible -cosa que ya digo que no creo en pleno siglo XXI- pues en globo o en parapente, que cuando los veo maniobrar por los edificios de Añaza para tomar tierra en la plataforma de abajo o en la dificultad final del acantilado de la playa del Socorro en Los Realejos, sin que haya veinte mil personas para recibirlos, bien que se las baquetean y bien que entiendo que serían sobradamente capaces; y si no, descartado todo esto, que tampoco voy a ser yo quien certifique los parámetros bajos de peligrosidad, desde saltos en paracaídas, en lo que considero que no hay la menor duda de su viabilidad.

Con paracaídas seguro que se puede, y no creo que cueste demasiado, contratar a tres buenos saltadores para lanzarse en "wingsuit", en el cual el planeo se realiza con un traje similar a la configuración corporal de la ardilla voladora ("Pteromys volans"), que podría adaptarse con un batilongo de los Reyes Magos, reduciendo la velocidad vertical y desplazando grandes distancias (si la corona no es muy pesada) en sentido horizontal en vuelos que pueden ser de precisión (el paracaidista debe caer lo más cerca posible de un blanco); "swooping" (un tipo de aterrizaje en el que el paracaidista pasa a ras del suelo distancias largas a alta velocidad haciendo diferentes maniobras que pueden efectuarse sobre cualquier superficie, por ejemplo césped, aunque se acostumbra a hacerlo en el agua por su vistosidad al levantar una estela, además de proporcionar una superficie más segura); trabajo relativo de velamen (un equipo de paracaidistas, con el paracaídas abierto, adoptan diversas formaciones juntando sus velámenes), o en "ground launching", cuya técnica es similar al "swooping", pero se va pasando a ras de una montaña o superficie inclinada como Los Campitos, haciendo múltiples "swoops".

En Santa Cruz, sus majestades vienen volando, pues, en caso contrario, como no contrates a Lady Gaga, deja de tener el atractivo que ha convocado tradicionalmente el llenazo en el estadio.

Aprovecho la caída, abogando nuevamente por la fusión: en los últimos tiempos la urbe muy atacada en dispersión ha perdido capacidad de innovación y reflejos, protagonismo y ambiciones, y lo malo es que nadie sale ganando. Ni con los caramelos. En La Laguna, pastillas de goma; en El Rosario, el calvario; en Tegueste, miserias, y en Santa Cruz, ladrillos.