CAUSA RISA, o más bien pena, comprobar los equilibrios de cuerda floja que deben realizar muchos investigadores españoles para no incurrir en eso que se denomina, de una forma ya tópica pero precisa, lenguaje políticamente incorrecto. Un asunto que adquiere tintes de paranoia cuando se trata de divulgar estudios sobre las diferencias fisiológicas -incluso hasta eso se cuestiona- y mentales entre hombres y mujeres. Vaya por delante que unos y otras tienen los mismos derechos. Siempre he defendido -y siempre lo haré- que a igual trabajo, igual salario. Y, por supuesto, igualdad de oportunidades. Pero al margen de esto, en cuanto al rendimiento intelectual queda muy poco por decir que no se haya dicho ya. Quiero decir que no desvelo nada nuevo al afirmar que para resolver la inmensa mayoría de los problemas del día a día, que son casito los problemas con los que nos enfrentamos, sobra con la destreza mental de cualquier hombre o mujer medianamente normal. Hay mujeres excepcionales que están por encima, intelectualmente hablando, de la capacidad de la inmensa mayoría de los hombres -y también de las propias mujeres-, de igual forma que un puñado de hombres destacan en inteligencia sobre cualquiera de sus congéneres, independientemente de cual sea el sexo de estos. Pero son pocos. La mayoría nos movemos dentro de los límites de lo normalito.

La reflexión de este folio viene a cuenta de un reportaje publicado por un diario de tirada nacional. Si alguien escribe que los hombres superan a las mujeres en calcular distancias, adivinar trayectorias de cuerpos en movimiento -por ejemplo, el recorrido de un vehículo en una autopista colmada de tráfico- o rotar espacialmente objetos sin poder manipularlos físicamente con las manos, no les queda duda que ese alguien se ha metido en un buen lío. En cambio, si antes de decir esto respecto a los hombres, ese mismo atrevido antepone que las mujeres superan en promedio a los varones en el uso del lenguaje, puede que lo miren de reojo -lo pongan en observación- pero de momento no lo crucifiquen. No faltan quienes afirman que si una investigación realizada en el ámbito universitario muestra alguna superioridad del varón frente a la hembra en determinada tarea, no tiene ninguna posibilidad de ser publicada. Desconozco si hemos llegado a tanto, pero intuyo que no andamos muy lejos.

Lo peor es que estos planteamientos propios de la giliprogresía imperante tras casi siete años de talante zapateril no se limita a la realización, y la consiguiente difusión, de investigaciones científicas. Basta recordar que al decano de cierta facultad lagunera lo apedrearon -dialécticamente, que nadie entienda otra cosa- hace un par de años por decir que se debería corregir el, a su entender, excesivamente bajo porcentaje de alumnos masculinos.

¿Consecuencias? En primer lugar, la falta de confianza. Nunca le daría credibilidad a un ensayo sobre la democracia cuyo autor fuese Fidel Castro. De la misma forma, cada vez pongo más en entredicho lo escrito por un investigador español, sea mujer u hombre, no ya sobre los diferentes esquemas de pensamiento en uno y otro sexo, sino incluso sobre asuntos tan alejados de este debate como puede ser el futuro de la energía, porque en España sólo resulta lícito hablar de energías renovables. Y así con todo.

Lo dicho: de risa, o de pena.