HOY, 19 de octubre, Adán Martín hubiera cumplido 67 años. Mañana, en su funeral de Estado -aunque sea del estado de las autonomías-, espero que muchos de los que lo recibieron entre aplausos en el espectacular pórtico de la Presidencia del Gobierno canario la aciaga madrugada del lunes 11, no lo hagan esta vez; al menos por decencia política y moral. Ya saben ustedes; esto es una comunidad pequeña donde todos nos conocemos, y algunos, incluso, tenemos memoria sobre lo acontecido no hará mucho tiempo. Y en el supuesto caso de que se nos olvidara -como les sucedió por lo visto a algunos de los que tuvieron el cinismo de aplaudir aquella noche- para eso están las hemerotecas.

Si algún medio de comunicación un poco avispado hubiera seguido con interés los acontecimientos, minuciosamente complejo en su verdadera dimensión histórico-política, sin duda que hubiera grabado aquellos impresionantes, tristes y desgarradores momentos en los que, con dos horas de retraso, y debido a una lamentable e imperdonable "descoordinación" entre el aeropuerto del Norte y las autoridades competentes (?) -lo cual dice mucho en detrimento de la actual situación de la administración canaria-, llegaba la comitiva fúnebre. Apresuradamente, mandaron salir a la calle a los que se agolpaban en "animados" corrillos en el patio de Presidencia -la mayoría de ellos compuestos por lo más "granado" de la sociedad tinerfeña-, prestáronse un tanto forzados a formar un pasillo presidido por las primeras autoridades del Gobierno canario, con su presidente a la cabeza. El silencio se hizo presente. Primero desfilaron los familiares más directos, presididos por una desconsolada viuda y los hijos de ésta, así como el hermano del difunto junto con su "dulce" mujer. A continuación, los hijos de él, Adán, cada vez más parecido a su padre, y Pablo, hecho ya casi un hombre; Isabel, la madre de ambos, aguardaba en casa sufriendo en silencio cómo los recovecos del destino le volvían a jugar una mala pasada. En ese momento, una representación de las fuerzas y cuerpos de seguridad: la Guardia Civil, la Policía Nacional, la Local y la "Guachancha", portaron el féretro que iba cubierto con la bandera de Canarias, cuando "alguien" de protocolo incitó a los presentes a aplaudir, sintiéndose los demás obligados a seguir tan "inesperada" iniciativa.

Lo que me provocó escalofríos y un cierto dolor en el corazón fue contemplar a ciertos personajes, los mismos que le negaron el pan y la sal cuando probablemente más lo necesitaba, aplaudir enérgicamente, golpeándose las manos, seguramente encallecidas de tanto empuñar el cuchillo-político con el que en su día, cual Bruto, le apuñalaron la espalda sin piedad. Cosas de la vida y de la muerte. Ahora, supongo, algunos tendrán remordimientos, aunque, como decía Quevedo, "nada descompone tanto como la propia conciencia". Toda una vida trabajando por Canarias y por los canarios, defendiendo los intereses generales de una forma honesta e inteligente para que, al final, sabiendo como sabían todos que sus días estaban contados, no fueran capaces de recompensarle con su aspiración de presidir CajaCanarias.

Y allí estaba su "enemigo íntimo", al frente del grupo de plañideras, el mismo que se ha venido encargando de segar sistemáticamente todo resquicio del antiguo régimen, con la intención de garantizar su propia supervivencia política; y que, para aplacar su mala conciencia, había decidido unas horas antes concederle una medalla a título póstumo, que es lo que se suele hacer con los muertos cuando no se les ha querido recompensar en vida.

Descanse en paz, probablemente, el mejor presidente canario que hemos tenido, pero, sobre todo, que descanse en paz el padre, el marido, el amigo y el hombre. Que el Señor vuelva su rostro hacia él y le conceda la paz eterna. Amén.

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Tal Cual Pablo Paz