AUNQUE somos conscientes de que hoy, con el apasionamiento que envuelve al fútbol en España, resulta temerario afirmar públicamente cierto desapego hacia este deporte, lo que puede explicar la tarea que realizan varios y buenos amigos (no estamos seguros de que, efectivamente, se trate de una bondad) para que ahora nos encontremos a punto de atravesar el quicio de la puerta que divide al mundo de los aficionados de aquéllos que permanecemos no del todo impasibles ante un, desde luego, espectáculo de masas. Por supuesto que nos situamos muy lejos de los que argumentan, absurdamente, que el fútbol no es cultura y se convierten, a sí mismos, en pseudointelectuales, es decir, en petulantes irredentos que forman parte de una tribu que se aplaude tolerantemente, permaneciendo imperturbables ante un griterío colectivo provocado por el sonido agudo de un pito. Estuvimos inquietos un tiempo, tal vez por no reaccionar frente a unas emociones exteriorizadas en conjunto. No podíamos, o no sabíamos, compartir esta alteración del equilibrio de la sique. Y es que ha sido difícil casar lo que siempre hemos visto como un formidable negocio entre unos pocos con perras, utilizando a otros que originalmente fueron verdaderos deportistas, con los buenos aficionados que se autoengañan y disfrazan esta realidad asistiendo al encuentro semanal en el estadio, donde únicamente presencian escenas patrióticas protagonizadas por el equipo de casa.

Nuestra frialdad a la hora de valorar unos movimientos que para los espectadores son obras maestras ejecutadas por auténticos artistas viene dada por ese prejuicio que tenemos en mente y que refleja el decorado de un despacho donde se compra y se vende por mucho dinero a bastantes personas, lo que, fundamentalmente, nos ha distanciado del juego que sobre el césped se formaliza en noventa minutos. Claro que, en algunas ocasiones, la oscuridad y el cabreo se ciernen también sobre los asiduos y comienza para éstos un auténtico calvario de temporada por la mala gestión de los responsables que llevan las riendas del club deportivo. Pero la asistencia al campo no mengua. Son los misterios que constituyen el tabasco del fútbol y que animan a seguir sufriendo a los que, incluso, les resulta un sacrificio cumplir con el ritual dominguero.

Esta buena gente, que desparrama toda su energía en el transcurso de un partido, es capaz de soportar, contra viento y marea, todas las circunstancias que han contribuido a que sus colores no ocupen en la tabla clasificatoria el puesto soñado, deseado y hasta suspirado. Hay más: un grupo bastante numeroso acompaña a su equipo en todos los desplazamientos a la Península y aquí sí hay que quitarse el sombrero porque, entre otras cosas, ese equipo no les regala las satisfacciones que esperan.

Influidos por los citados buenos amigos y con la invitación de un querido y cercano familiar, estuvimos en el estadio y, además de asistir a un ruidoso acto donde las faltas sólo eran cometidas por el equipo visitante, llegamos a dos conclusiones: a) el equipo de casa es malo esencialmente; y b) Nino no puede coger la gripe. Igualmente, advertimos que, de la misma forma que existen dos ligas nacionales: una, la que se disputan Barcelona y Real Madrid, con sus aficiones unidas por las alegrías; y otra, el resto de los equipos, aquí, en Tenerife, coexisten dos tipos de espectadores: el común, apretujado en las gradas, y el de élite, formado por una minoría selecta, con palco aislado, entrada gratuita y "boxes" preparados en el descanso del partido para la cuchipanda de rigor que alivie las tensiones acumuladas.

Nuestro nivel de estupefacción llegó al límite cuando, al finalizar el encuentro y con la calle San Sebastián cerrada al tráfico, contemplamos la salida de los coches oficiales que se abrían paso entre la multitud que abandonaba el estadio en perfecto orden. Perfecto orden que procede de intereses políticos que mantienen el deporte como fórmula de alienamiento de la población. Aquí, el estadio es del Cabildo; la sociedad deportiva existe gracias a la convocatoria del presidente del Ejecutivo regional para reunir a varios empresarios y mantenerla a flote; el equipo es un pretexto para los fines políticos (mientras siga en Primera, este Gobierno canario vale) y, por último, la directiva y el cuerpo técnico están ahí para recibir las cachetadas. Como apuntan los entendidos, el fútbol da para mucho. Y la política, añadimos nosotros, también.