HE LEÍDO en alguna parte que los buenos oradores es conveniente que introduzcan en sus alocuciones frases que nos han dejado los clásicos, incluso aunque no tengan nada que ver con el tema que tratan; simplemente porque queda bien y eleva su talla de intelectual. Si esas frases han sido pronunciadas o escritas por los antiguos griegos o romanos su categoría aumenta sensiblemente, máxime si se utiliza el latín para expresarlas, si bien debe aplicarse una regla: la frase en cuestión no debe ser traducida; allá el oyente si no sabe su significado.

He de reconocer que yo también -soy humano- a veces he querido introducir en estos comentarios algún latinajo, aunque creo haber vencido la tentación, con gran mérito mío, pues tengo a mi disposición un diccionario Larousse con un apartado que ofrece 322 frases -las he contado- de ese tipo. Como antes apunté, mis artículos serían de más calidad si escribiese, por ejemplo, "Felix qui potuit rerum cognoscere causas", o "Dominus dedit, Dominus abstulit; sit nomen Domini benedictum", pero no es esa mi manera de ser y siempre procuro emplear un lenguaje más bien coloquial, nada abstruso.

Sirva lo anterior para justificar que, por una vez, utilice a uno de los clásicos paradigmáticos de la Roma antigua, Cicerón. Me ha llegado su cita por internet -traducida-, y no me resisto a copiarla habida cuenta la situación económica que están atravesando muchos países. En el año 55 antes de Cristo -ha llovido mucho desde entonces- el famoso político romano dijo: "El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado".

Si separásemos la frase mencionada del texto y la ofreciésemos como pensamiento de un político, escritor o economista, nadie diría que la dijo un señor hace la friolera de 2.064 años. Con toda seguridad se la atribuirían a algún atribulado coetáneo nuestro que se ha limitado a expresar las angustias que la crisis económica le está haciendo soportar. Porque, de eso no hay duda, la malhadada crisis nos ha cambiado el carácter a todos, incluidos los ahora tan vilipendiados funcionarios públicos, a pesar de que tienen su sueldo asegurado. En la actual situación muchos profesionales, pequeños empresarios y autónomos se han visto de la noche a la mañana en la p? calle, viviendo ahora muchos de ellos de sus ahorros o de la venta -perdiendo dinero, porque siempre ha habido y habrá aprovechados- de alguna propiedad. A la chita callando, para que su estatus social no se resienta, seguro que también habrá muchos que han empeñado sus joyas u objetos de valor, a la espera de que la situación cambie. Pero ¿va a cambiar? Mejor dicho, cambiará, sí, pero ¿cuándo?

Los que ya peinamos canas y vivimos intensamente las crisis de los 70, podemos afirmar que ésta de ahora supera a las anteriores. Y no por que sea más aguda, más perjudicial para nuestros intereses, sino porque en los años pasados nuestro nivel de vida ha mejorado y ahora echamos de menos cosas que antes ni siquiera anhelábamos. Cambiar de coche cada cinco o seis años, ir a Disneylandia con los niños, viajar en crucero en verano, salir a cenar con los amigos todas las semanas, etc., son elementos que han marcado nuestra vida a lo largo de la última década, y, la verdad sea dicha, cuesta un poco olvidar los cruceros, ir sólo a Madrid cuando las circunstancias lo permitan o cenar fuera sólo una vez al mes. Lo están pasando peor aquellos que, como en el cuento de la cigarra y la hormiga, no ahorraron nada y pensaron que la situación económica continuaría siendo la misma. Sin embargo, los más sesudos economistas de nuestro país -pues es en España donde la crisis ha sido más virulenta- nos han venido avisando desde hace bastante tiempo de que la situación tendría que variar, y a peor, porque al final imperaría la ley de la oferta y la demanda: si la primera aumenta la segunda disminuye, proporcionalmente hablando.

Nos ha ocurrido, en definitiva, lo que ya vaticinó Cicerón ante el destino que esperaría a Roma si continuaba con sus dispendios incontrolados. Hemos basado nuestra economía en el sector de la construcción, y en éste la demanda casi ha desaparecido. La situación podrá arreglarse cuando se vendan las miles de viviendas que ya están construidas, mas no antes. En Canarias tendremos que reconsiderar nuestro futuro ante la competencia turística de otros destinos más baratos que el nuestro. Sí, no olvido que tenemos el sol invernal que anhelan los europeos, pero tampoco debemos olvidar que ese sol no es patrimonio de los canarios. También otros países lo ofrecen, y más barato.