"TENEMOS UNA REPÚBLICA que no sigue las leyes de las otras ciudades vecinas y comarcanas, sino que da leyes y ejemplo a las otras, y nuestro gobierno se llama democracia". Lo decía orgulloso, 431 años antes de Cristo, el político ateniense Pericles para quien su ciudad era un modelo de cultura cívica y la democracia un valor esencial y central de la persona. Algo más de dos siglos después, en el final del XVIII, el presidente George Washington marcaba una misma línea de conducta ética: "Tengo la norma, no menos aplicable en los asuntos públicos que en los privados, de que la mejor política es siempre la honradez".

En lo privado y en lo público. ¡Qué lejos parecen ambos y sus valores de los ejemplos de corrupción en la vida pública, y posiblemente en la privada, que nos están dejando las primeras páginas de los periódicos y que ya casi contemplamos con la asepsia del que se acostumbra a comportamientos "normalizados". La noticia ayer de la detención de dos ex altos cargos de la Generalitat en tiempos de Jordi Pujol, los dos sobradamente conocidos y, entonces, con un gran poder, junto a un alcalde y al constructor de turno no es una noticia que nos sorprenda. Querría aplicar la presunción de inocencia a la que todos tienen derecho, al menos hasta que haya una sentencia judicial que confirme o rechace el posible delito, pero cada día hay un nuevo caso, un presunto asunto de corrupción en Galicia o en Andalucía, en Valencia o en Madrid, por toda la geografía política española.

Van a pensar los ciudadanos que toda la clase política es corrupta y busca el beneficio personal sin límites. Se denuncia malversación, supuesta, de cientos de millones de euros como cualquier ciudadano habla de su sueldo mileurista. Se habla de favores pagados y comprados como de una invitación a tomar una copa en el bar de la esquina. Y al final, aunque hay una inmensa mayoría de políticos que trabajan lealmente por sus conciudadanos, como decía Pericles, "dignos ciertamente de ser imitados por vosotros", la imagen que transmiten muchos alcaldes, concejales, diputados, senadores, consejeros y hasta presidentes de autonomías es la de ser corruptos consumados o en potencia o vehículos de corrupción social en un mundo podrido.

Unos y otros, y los partidos que lo amparan lo toleran o lo ignoran, están haciendo un daño terrible a la democracia. Contra la corrupción, tolerancia cero. Los partidos deberían ser intransigentes. Dineros o cargos, públicos o privados, pero especialmente los primeros deben ser transparentes y al servicio de los ciudadanos todos, no para el engorde personal de los que medran. La democracia es cultura y educación. ¿Qué vamos a decir a los más jóvenes si, por fortuna, son lectores de periódicos, escuchan la radio o ven la televisión y contemplan el ejemplo permanente de corruptos de todos los colores y partidos? No hay peor legado que una democracia desengañada, escéptica y sin confianza en sus instituciones.