Dicen los expertos en medios de comunicación que la televisión, dejando a un lado sus bondades y la importancia que tiene para el mejor conocimiento de los pueblos, también contiene elementos nocivos que pueden ser -de hecho lo son- determinantes para "aborregarlos". Parece que lo que se dice o se afirma -o se niega- en la pequeña pantalla adquiere carácter de dogma, sin tener en cuenta los conocimientos, la formación humanística o la catadura moral del protagonista. En este sentido, insisten los expertos, lo más lógico es seleccionar los programas que más nos apetece ver y sentarnos frente al televisor cuando llegue la hora señalada; de ninguna manera apoltronarnos y hacer "zapping" con la mentalidad de "tragarnos" toda la programación.

Pero no ocurre lo señalado sólo con los programas televisivos. La lectura posee elementos muy parecidos, sobre todo para los que prefieren -antes que cualquier otro vicio- gozar en silencio del placer que supone adentrarse en el misterio, la tesis o el mundo que el autor de un libro nos propone. Es ese para mí el mayor placer que experimento cuando me llegan las horas de "solaz y esparcimiento". El problema radica en la gran cantidad de libros de todo tipo que cada año se publican, por lo que uno se ve obligado a leer las críticas literarias realizadas por expertos en la materia y, algo importante, no dejarse vencer por la tentación de leer el último adquirido, sacrificando al que espera su turno sobre nuestra mesilla de noche. Es preciso disciplinarse y leerlos por riguroso turno.

A pesar de llevar publicadas varios meses, es eso lo que me ha sucedido con las dos primeras novelas originales del escritor sueco Stieg Larsson, con títulos tan llamativos como "Los hombres que no amaban a las mujeres" o "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina"; y acaba de publicarse la tercera parte, que se titula "La reina en el palacio de las corrientes de aire", con lo cual se completa la trilogía "Millennium" pergeñada por el mencionado escritor. Ha sido ahora cuando me ha llegado la hora de leerlas -2.300 y pico páginas entre las tres, más que "Lo que el viento se llevó"-, y tras su lectura he podido constatar las razones de su éxito: las tres han sido las novelas más leídas durante los últimos meses, con notable diferencia respecto a las que las han precedido. ¿Causas de ello? Sería una labor que este artículo no puede emprender pues su extensión está limitada, pero no me resisto a señalar que está asentado en las mismas razones que en su día acompañaron a "La sombra del viento", la novela del español Carlos Ruiz Zafón: amenidad, un lenguaje sencillo, una trama enrevesada que nos impulsa a no interrumpir su lectura y, sobre todo, finales sorprendentes que nos hacen lanzar un suspiro de alivio cuando terminamos de leerlas. Se informa al lector que Larsson escribió las tres novelas a lo largo de tres períodos de nueve meses cada uno, y al final de su vida; se da la circunstancia de que murió de un infarto tras entregar a su editor la última, poco antes de que se publicase la primera; o sea, que no gozó de la fama ni los beneficios económicos que su obra le ha traído. Dedicó toda su vida a luchar contra la opresión y el maltrato a las mujeres, enfrentándose abiertamente desde la revista que fundó a los sectores ultraderechistas, racistas o xenófobos de su país, elementos estos que se reflejan con claridad meridiana en las novelas publicadas.

Pero no ha sido propósito de este artículo glosar las novelas de Stieg Larsson, sino comentar dos temas que me han llamado la atención. El primero es la aplicación de la justicia sueca a los millones de euros que por derechos de autor las novelas están produciendo: su pareja sentimental, una arquitecta con quien convivió durante muchos años, no tiene derecho a nada al no estar casados. Sus beneficiarios han sido su padre y su hermano, personas a los que apenas veía por razones que ignoro. En España y otros países europeos, aduciendo esa convivencia, cualquier abogado con experiencia en estos temas habría logrado cuantificar los derechos de autor y conseguir una sentencia más o menos favorable a su compañera, pero las leyes suecas son terminantes en ese sentido y la herencia sólo la reciben los familiares. Notable, al menos a mí así me lo parece, esta ley en un país que alardea de ser uno de los más adelantados del mundo en cuestiones sociales.

En cuanto al segundo asunto que antes mencioné se respira de manera constante en el argumento: la actitud totalmente liberal y tolerante con que los ciudadanos suecos tratan las relaciones entre ellos. Los divorcios, la homosexualidad, el lesbianismo o los "menage a trío" se tratan a lo largo de las novelas como si fuesen elementos normales en su vida diaria, como coger el autobús o ir al supermercado. No se insiste demasiado, por ejemplo, en las relaciones sexuales del protagonista masculino con su socia, con el beneplácito del marido de ésta. Lo curioso del caso es que esta manera de pensar es común en todos los pueblos nórdicos, por lo que habría que preguntarse si está relacionado con sus creencias religiosas o... el clima. Y no se tome a broma esto último. Está demostrado que el frío que soportan durante casi todo el año obliga a una mayor convivencia de la pareja, que con frecuencia produce hastío y rechazo. Un tema, en fin, que con toda seguridad habrá sido estudiado por los mejores ensayistas del país, pues sin duda alguna los aspectos que reflejan las novelas de Larsson son la punta del iceberg: el ochenta y cinco por ciento está oculto bajo el agua.