Un artículo de José Antonio Infante con este mismo titular y en estas páginas hace unos días me ha traído a la memoria este lugar hoy tan importante en la ciudad, y me propongo pensar un poco en voz alta (es un decir) sobre aquellos años de mi infancia y primera juventud; y no se preocupen ustedes demasiado, que eso de la primera juventud dura tanto como lo hagan también corazón e ilusiones. Yo estoy temiéndome que el día menos pensado voy a perder yo esa juventud y la verdad que lo siento. No lo he pasado tan mal en estos últimos, qué diablos importa qué años, y me acuerdo que mis padres me decían que "cada día tiene su afán" o algo parecido, que con el tiempo transcurrido ya no sabe uno ni lo que le decían ni lo que ahora dice uno que le decían, ni lo que se suelta casi pontificando, cosas a las que el hombre y la mujer (cuidado con las equivalencias de la ministra Aído) somos bastante dados.

Tengo una leve idea de cuando se empezó con las Ramblas de las Tinajas. Debió ser allá por los años 30, cuando la República. Estaría yo en el colegio Alemán, después de dejar el de los Hermanos del Babero en El Toscal, debido a que mi padre, de la mañana a la tarde, me sacó de allí un buen día en que haciendo yo los deberes en casa, antes del baño y la cena como todos los días, voy y le pregunto a mi padre: "Papá, este problema ¿es de multiplicar o de dividir?", y su reacción fue, simplemente, que aquel fue mi último día de ida al colegio de los Hermanos, en el que por cierto había uno que jugaba muy bien al fútbol, con sotana y todo. Sí, debía estar yo por entonces en el colegio Alemán de la calle Numancia, casi en la esquina con 25 de Julio, cuando al principio su director era Herr Matthays, pero que luego, al llegar Hitler al poder en Alemania, lo echaron a la calle y pusieron a otros, el último, ya en la 39, el doktor Johs, a quien saludé a mi llegada a Madrid donde había sido trasladado. Me acuerdo que en los descansos del colegio íbamos a jugar al "Schlagball", que es una especie de béisbol, con su mazo y todo, a un terreno de la Rambla junto a la Prolongación de 25 de Julio, justo en la esquina según se sube, donde luego se construyó un gran chalet la familia Llombet, cuyo hijo mayor coincidió conmigo en Madrid en la preparación de Ingeniería, aunque él decidió cambiarlo por la de sacerdote, ingresando en la orden de los Jesuitas, donde se mantuvo hasta que nos dejó para siempre. En ese solar se montaba el campo en el que jugábamos o lo hacían preferentemente los chicos mayores, con el riesgo de que la pelota terminase en la Rambla recién inaugurada, que no nos llamaba mucho la atención con aquellas tinajas grandes y rojas frente a los grandes laureles de la Rambla desde la calle Numancia pa´rriba. Ya durante nuestra guerra civil, el amplio espacio entre la Rambla de las Tinajas y la anterior Rambla Chica, antes de Méndez Núñez, enfrente de la casa de don Pelayo, era usada según he referido más de una vez, de campo de fútbol, y como la circulación de coches era poco menos que nula, bastaba que cuando se acercaba un coche, bien a lo largo Rambla o para subir al Hotel Pino de Oro, arriba al final de la prolongación de 25 de Julio, para que el juego se parase con la pelota en poder y en el sitio donde la llegada del coche había sorprendido al que la llevase, para reanudarse inmediatamente tan pronto pasaba el peligro. De aquella pandilla de jugadores formaban parte vecinos del barrio como Agustín Guimerá, Ricardo Alcaide, Eloy Sansón, Enrique Fernández-Trujillo (el Tripa), Pelayito López, Antoñito Perera y muchos más, mientras que otros veníamos de más lejos, como los hermanos Matos Marten, de la calle Robayna casi esquina a 25 de Julio; Ángel y Raúl Capote de la Clínica de su padre en la Rambla casi esquina a Costa y Grijalva, de cuyo final esquina a Benavides bajaba Pacorro García Palenzuela, mientras que yo llegaba de un poco más lejos, de la Rambla de arriba, entre la Plaza de Toros y la de la Paz, calle Lucas Fernández Navarro. Un plantel de muchachos para los que en aquella época las únicas distracciones eran el cine los días de fiesta en la matiné de las 4, el fútbol a toda hora y para algunos, el mar.

Durante muchos años, la Rambla terminaba en lo que hoy es la calle del Dr. Naveiras, es decir, acababa con el Parque, y desde allí hasta la avenida de Anaga y el puerto se iba por una zona sin urbanizar siquiera, lo que duró bastante tiempo, con unos grandes monturrios donde terminaba la Rambla. Era el camino que seguíamos cuando a partir del año 42 se inauguró el nuevo Club Náutico dejando las viejas instalaciones al lado del Castillo de Ingenieros, con su edificio todo de madera de donde los osados del Club solían tirarse al mar por el costado que daba al Castillo desde la pasarela de arriba, a la que se ascendía por una escalerita casi vertical, como de barco, edificio situado al comienzo casi de la rada del puerto cuyo muelle-dique sur, que así se llamaba, se construyó con piedras de la cantera Jurada, antes de llegar al Balneario. El gran cambio en aquella zona de la Rambla lo dio la construcción del Hotel Mencey, enfrente de donde vivía don Gonzalo Cáceres, mientras que en la otra esquina de la Rambla y la calle Los Campos vivía la familia Palazón y por allí anduvo (andó, que decimos nosotros) también alguna dependencia de la Delegación del Ministerio de Agricultura, que durante tantos años regentó don Jorge Menéndez, compañero de mi padre y mío también en las excursiones domingueras, principalmente a Las Cañadas y al Teide, que entonces no se había inventado lo del funicular que, hablando de otra cosa, eso sí que es un chisme antiecológico.

Volviendo a la rambla de las Tinajas, con sólo edificable y urbanizable la mitad de la misma, la del lado opuesto al Parque, pronto comenzaron a levantarse chalets de magnífica presencia, y aparte del de los Llombet ya mencionado, pronto surgieron una serie de ellos entre los que recuerdo especialmente uno que destinó la Refinería a residencia de altos cargos o visitantes y un par de otros dos, gemelos, propiedad uno del magistrado Sánchez Real, padre del compañero de Bachillerato Juanito y de su hermano Luisito, y el otro del matrimonio Martín-Gil Roldán, padres de seis hijos. Pero ese tramo de la Rambla nunca tuvo aceptación popular y allí no se iba a nada, ni siquiera a pasar un rato a la sombra inexistente de unos árboles que nada tenían que ver con los altos y grandiosos del resto de la Rambla hasta la plaza de la Paz, aparte que para sombra, al menos entonces y hasta la última y sorpresiva reforma del señor alcalde, bastaba con los frondosos de toda la vida del parque García Sanabria, que el alcalde de dicho nombre se sacó un buen día de la manga y que durante decenios fue el verdadero pulmón de Santa Cruz, pulmón que ahora me parece un poso asmático, el pobre, algo que los más viejos del lugar, aunque no residamos actualmente ahí, no podremos perdonar en mucho tiempo al actual alcalde Zerolo. En aquello años anteriores y posteriores a la guerra civil, la rambla de las Tinajas estaba tan solita como ahora, mientras que el tramo Numancia -la Estatua era el sitio preferido de la chiquillada durante la guerra y de la juventud después de ella, y el tramo plaza de Toros- plaza de la Paz, el de la gente más humilde y trabajadora propia del barrio de Salamanca, y que los domingos por la tarde, con la afluencia además a los cines y a los bares y restaurantes de la zona, se convertía en lugar de encuentro de medio Santa Cruz. Mientras que el amplio tramo entre la Estatua y la plaza de Toros, por su trazado en pendiente, tenía más bien el carácter de paseo tranquilo y sosegado, de parejas de enamorados a la sombra de sus grandes laureles, en aquellos bancos metálicos que ahí deben de continuar prestando su ayuda al prójimo.

Y las tinajas muertas de aburrimiento, confiando que algún día el señor alcalde de turno se acuerde de ellas y les dé, a ellas y a la rambla, un aspecto más acogedor, como sin duda se merecen tanto ellas como los chicharreros todos.