Un amigo me preguntaba: ¿te acuerdas? Me acuerdo muy bien, como si fuera ayer, la cabeza se me llena de recuerdos. Han pasado cinco años y las imágenes se agolpan en mi memoria. En muy poco tiempo, 193 muertos y un clamor unánime de condena y rechazo por tantas muertes inútiles recorría España. Pasaron tantas cosas en muy pocos días, pero siempre nos quedará esa reacción de repulsa, de serenidad contenida, de llanto y de aflicción ante la barbarie asesina.

Han pasado cinco años y todo ha cambiado mucho. Ayer, hoy, mañana se cometen en nuestro país 278 abortos cada día, sin que nadie diga nada. 12 abortos cada hora, sin que nadie les llore. Las décadas finales del siglo pasado y el comienzo del actual pasarán a la historia con el aborto como la gran lacra de nuestro tiempo. Y sin apenas reacción alguna. En 1985, en el primer año de la actual ley vigente sobre el aborto, se contabilizaron 5 abortos legales. A esa cifra ascendía toda la demanda de la sociedad española; en el año pasado esa cifra se elevó a más de 110.000 abortos e infanticidios, pues todos sabemos que a partir de las 22 semanas el feto es viable y seguir llamando aborto a esa práctica no deja de ser un eufemismo.

En sólo 10 años, los que van de 1996 a 2006, el crecimiento de la práctica abortiva creció en un 99,2%, pasando de 51.006 a 101.592 abortos legales. Y a eso algunos se empeñan en llamarlo progreso. En ese mismo período, nuestros vecinos progresistas vivieron una realidad muy diferente: en Gran Bretaña, sólo creía el 9%; en Francia, el 5%, en Italia experimentaba un descenso del 1% y en Alemania el aborto en ese tiempo bajaba un 11%. Y, mientras, nosotros, dando la gran pasada por la izquierda a todos ellos.

Es tiempo de una reflexión profunda y serena, que no se limite a lo que algunos han podido decir en una comisión parlamentaria, para un lavado de cara frente a una opinión pública muchas veces sumisa a los intereses políticos. A ninguno nos cabe la menor duda: todo aborto es un fracaso.

No se trata de culpabilizar a nadie. No conozco ni creo que haya ninguna mujer en la cárcel por el delito de haber abortado, aunque no se hayan ajustado a ninguno de los tres supuestos que la ley vigente establece para despenalizar el delito de aborto. Pero eso no tiene nada que ver con el nuevo concepto acuñado de derecho al aborto en la nueva ley de plazos: que yo sepa, existe un derecho a la vida, pero no existe ningún derecho a matar; existe un derecho a la objeción de conciencia, derecho fundamental que no entra en conflicto con ningún otro, que ha de respetarse siempre, y existe un derecho a una educación integral que respete la naturaleza racional del hombre. Y si no existe este último derecho, mi opinión es que debería existir.

No sé si con la nueva ley habrá más o menos abortos, pero sí tengo claro que es el momento de preguntarse: ¿desde cuándo matar es un derecho? Claro que puede decirse que el embrión no es un ser humano, pero con los datos científicos eso es insostenible. Tampoco hay que engañarse, esta defensa de la vida no es patrimonio exclusivo de los católicos.

Me temo que no. La biología es ciencia, no religión. Recientemente hemos tenido el ejemplo del presidente de Uruguay, Tabré Vázquez, que se opuso a la ley de despenalización del aborto. Este político y médico pertenecía a una coalición de izquierdas, integrada en la Internacional Socialista. ¿A qué esperan esos políticos que se llaman progresistas para sumarse a la defensa de la vida?

Decididamente, hoy es también 11-M. Más allá del recuerdo, mi deber es proclamar que nadie se olvide de ello.

Alberto García Chavida