LEO LAS DECLARACIONES de los representantes de las rondallas y constato que la deriva del género más antiguo del Carnaval continúa de forma irremediable. Un año más, en vísperas del arranque de la fiesta, cualquier noticia relacionada con las formaciones líricas, las de canto y grupo de cuerda, sólo recoge lamentos. Tengo la impresión de que se han quedado huérfanas de cariño, cuando no ninguneadas por algún zascandil. Qué falta de memoria. Qué pena.

La situación no es exclusiva del Carnaval. Guarda relación con la pérdida de otras muchas señas de identidad que sufre Santa Cruz de un tiempo hacia aquí. Salvo iniciativas como las impulsadas por entidades cívicas como la Tertulia Amigos del 25 de Julio, nuestra ciudad sufre un marasmo de tal calibre, al menos en lo referido a lo más básico de su idiosincrasia, que la anemia de las rondallas, al borde de cronificarse, no es más que otra expresión de la despersonalización galopante de este pueblo. Ni más ni menos.

Lejos de tratarse de una simple apelación a la nostalgia, tratamos de reivindicar el apoyo que se merecen las agrupaciones más añejas de nuestra fiesta, las más genuinas. Tanto por quienes engrosan sus filas como por la memoria de quienes las engrandecieron, arropadas por la legión de seguidores que cubría el aforo de cualquiera de los escenarios del certamen, ya fuera la Plaza de Toros o el Pabellón de Deportes. Porque al menos el cuarteto histórico (Masa Coral, El Cabo, Tronco Verde y Orfeón La Paz) siempre gozó del fervor de sus adeptos.

De haberse dado esta situación en otra ciudad con un mínimo de orgullo propio y amor por lo suyo, ya estarían buscando soluciones para salvaguardar un patrimonio como el de las rondallas. Aquí, sin ir más lejos, se ha protegido con la condición de bien de interés cultural (BIC) alguna manifestación que no aguantaría la comparación con este género del Carnaval. No me cabe duda.

Pienso en Faustino Torres, Manuel Hernández, Pepito Pérez, Manolo Bello, Santiago Reyes y tantas otras figuras indiscutibles, protagonistas de un pasado no tan lejano, y me resisto a creer como veraz esta orfandad de las rondallas. Aplaudo el tesón de los dirigentes de la federación que las reúne y apelo al apoyo de quienes todavía sientan a Santa Cruz, con todos sus símbolos, tradiciones y señas de identidad. El Carnaval de siempre, con rondallas en busca de su centenario, necesita una defensa patriótica.