Continúa el verano sangriento con las imágenes terribles de la decapitación del periodista americano James Foley, ejecutado en Irak por el grupo Estado Islámico. Todo un desafío no solo a quienes informan, cumpliendo con su deber, sino también a Occidente. Quien lo mató es un británico, de Londres y zurdo. Datos que ya maneja la policía para identificarlo y encontrarlo. Solo encontrándolo, deteniéndolo y sometiéndolo a un juicio justo podrá reivindicarse la memoria del hombre cuyo único delito fue cumplir con su deber de periodista: informar al mundo de lo que está ocurriendo en esa zona.

Fíjense en lo que está pasando en Irak y en Libia, tras las defenestraciones de Sadam Hussein y de Muhamar El Ghadafi. Dos dictadores sanguinarios que, sin embargo, tenían controlados a sus países; de acuerdo, dos dictaduras. Pero, ¿y lo de ahora? ¿A dónde van Irak y Libia después de las intervenciones de Occidente?

Estas intervenciones en Oriente Medio no siempre son afortunadas. Se llevan a cabo para preservar los derechos humanos, pero siempre hay algo más en ellas, en estos casos el petróleo. Sadam Hussein no tenía armas de destrucción masiva; Ghadafi murió torturado por unos vándalos que le pagaron con la misma moneda suya. El ojo por ojo no funciona, crea mucha más violencia, y mucho más en pueblos sin cultura, salpicados por religiones cuyo fin próximo y remoto es acabar con el de al lado.

El mundo se ha vuelto loco. Por eso debemos valorar muy bien lo que tenemos. Todos los conflictos son malos, deplorables, trágicos. Las guerras no solucionan nada. Por ello las intervenciones en países en conflicto deben medirse mucho, analizarse exhaustivamente, y no hacer lo que hicieron los loquitos de la invasión de Irak, por ejemplo.

En fin, analizando todo esto concluimos que vivimos en un paraíso, y no precisamente entre el Tigris y el Éufrates, sino en unas islas desbordadas por el turismo y que necesitan un esfuerzo último para que su economía se enderece y para tirar hacia adelante. Siempre digo que los políticos no deben enfrascarse en luchas intestinas sino trabajar por el progreso de su tierra. Son solo palabras pero me quedo mejor escribiéndolas.

Es la cara y la cruz de la actualidad en el mundo. Nosotros vemos las guerras, y hasta las ejecuciones -yo no-, sentados en una butaca, con aire acondicionado y un plato exquisito de comida. Ellos sufren. Tanto los que están narrando en directo el conflicto como los que lo viven en sus propias carnes. A veces ambos se solapan, como en el desgraciado caso del compañero americano muerto en Irak.