Nos da la impresión de que de la entrevista mantenida en Washington entre Mohamed VI y el presidente Obama no han salido más que buenas palabras, aunque tanto la Casa Blanca como Rabat la hayan vendido al mundo como un éxito.

Marruecos se niega a darle la independencia a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), que controla el Frente Polisario, pero sí tiene un plan para concederle techos autonómicos altos, sin comprometer la soberanía.

Sabe Marruecos que ese trozo de territorio es de una riqueza potencial, ya no solo en fosfatos sino potencialmente en petróleo y en minería diversa, aún por descubrir y por explotar. Sabe también Marruecos que si suelta el Sahara tendrá un vecino incómodo para toda la vida y no está dispuesto. Así que la RASD es consciente de que Marruecos ha tenido y tiene el apoyo de los Estados Unidos para buscar para el Sahara una solución vendible, que no afecte demasiado la dignidad de sus escasos habitantes y que ante el mundo quede bien.

Tarea difícil, porque la RASD quiere la independencia, Marruecos ejerce una presión intolerable contra los saharauis insumisos, hay represión encubierta en amplias zonas del Sahara y, por ejemplo, existen pruebas más que suficientes para concluir que en El Aaiún, capital del Sahara, se violan constantemente los derechos humanos por parte de las autoridades marroquíes. Pero de una forma flagrante.

Marruecos, además, ejerce una feroz censura de las informaciones que intentan salir del territorio ocupado. Y, por muchas alianzas que Mohamed VI busque ante Obama, el país alauí es lo más parecido a una dictablanda, en el que las libertades se encuentran sin rumbo, cortadas cuando le interesan al monarca y a su Gobierno.

Por eso, dudamos mucho de que las buenas palabras que han salido de la Casa Blanca, tras la reunión del monarca alauita con el presidente norteamericano, supongan algo más allá de un camuflaje. Buenas palabras para alargar el proceso, al que la OU ni siquiera se ha atrevido a meter mano para siempre.