Acabo de ver al chef Jordi Cruz en un anuncio publicitario de televisión, con voz engolada, tratando de convencernos de la eficacia de un complejo vitamínico para rendir como es debido en una actividad tan exigente como es la cocina. De seguido, veo con estos ojitos a Alberto Chicote impartiendo la bendición como cura en el avance de una película, tal como hizo ya unos años atrás Carlos Arguiñano en "Airbag".

En el zapping aparece otro en la cresta de la ola, David Muñoz, con un spot basado en la estrella Michelín y haciendo juego con marca de alta gama de la automoción.

¿Peligra el protagonismo de los futbolistas repeinados en anuncios de after-shave y desodorantes a favor de los impecables uniformados de blanco?

¿Dejarán de contratar a baloncestistas de élite que recomiendan este u otro seguro de hogar a cambio sonrisa profidén de jefes de cocina que mueven admiración y ventoleras de seguidores por quítame allá una esferificación o ponme aquí un platillo de cocina nikkei?

Está bien claro que el mundo de la cocina va aportando insospechados brochazos de incursión en nuestras vidas, creando ídolos (no pocos de barro, es verdad) en una coyuntura en la que en los programas solidarios ya no se subastan camisetas de Ronaldo: más bien chaquetillas de Agatha Ruiz de la Prada que el mencionado Chicote se ajusta para presentar "pesadilla", "topchef", anuncios que nada tienen que ver con la culinaria o para presentar las campanadas de fin de año.

Al paso de estas apreciaciones, lo que en verdad quería trasladar es que después de unos 15 años de tarea periodística relacionada con la gastronomía, la evolución expresiva de los actores de todas estas facetas ha sido extraordinaria.

Cuando comencé con la información específica de la gastronomía, me dedique a un factor muy importante en esta como en otras secciones periodísticas: la gestión de las fuentes. Así que me animé a remover todo el ámbito y los gremios perseverando en invitaciones a acudir a entrevistas de radio, a escribir un artículo de opinión, a hablar en público en una conferencia o presentación de libros,...

Los primeros pasos fueron arduos, pero un servidor, que insistió, extrajo lo mejor de fantásticos profesionales y personas que querían decir algo sobre sus metas. De los orígenes, del material escrito o de la soltura en la radio, había que ver esos inicios y hay que verlos hoy.

Actualmente me encuentro en un momento profesional en el que estoy constantemente -literal- con entrevistas con chefs de todas las latitudes. Punteros, promesas, humildes; con jefes de sala, bodegueros, distribuidores,...

Créanme. Es una sensación: estoy asombrado. Cada exposición, en la mayoría, es fluida, estructurada, fácil, los conceptos nítidos, fundamentados,... Da gusto.

He tenido una racha en la que la conversación no sólo ha sido amena y fructífera, sino que casi no hay que tocar una coma de las anotaciones.

En el lenguaje escrito, la misma tendencia. Si invitas a un cocinero a plasmar en un folio sus proyectos, sus emociones, se percibe un nivel alto. Ahora estamos en tiempos en los que se ficha a los cocineros para congresos, conferencias, ponencias, show-cooking, medios de comunicación,... Caché, tiempos marcados, secretarias,...

Tendrían que ver a Joan Roca, por ejemplo, en sus ponencias en los congresos principales (MF, Gastronomika, Mistura,...). Oratoria perfecta, tono de voz cautivador, exposición impecable y recuerdo final siempre para sus progenitores.

Dicen muchos que si este hombre llevara el país como El Celler de Can Roca, solo con estas demostraciones públicas optaría a ser presidente del gobierno. ¡Oído cocina!