Hay sensaciones de la infancia que nos acompañan toda la vida y nos despiertan recuerdos. A mí me sucede con el olor de la tinta y con el tacto del papel de periódico. Son sensaciones íntimamente ligadas a la presencia de mi padre, lector empedernido y hombre curioso que siempre quiso saber qué acontecía en el mundo.

El periódico alberga mis primeros recuerdos de la letra impresa. ¿Qué historias encerraban aquellos garabatos (indescifrables para mi mente infantil), que tanta expectación levantaban como para que, cada día, llegase un ejemplar nuevo? Más me valía aprender a leer si quería conocer y compartir esos conocimientos. Con los titulares y la perseverancia de mi padre aprendí a juntar, antes de la escuela, sonidos y letras. Justo con el periódico EL DÍA, que era el de mi padre. Ese mundo misterioso cada día era más accesible.

Mi padre no era hombre de lujos, pero a dos cosas no renunciaba: su café y su periódico. Con eso me mostraba que leer la prensa es un acto consciente y pausado, que debe paladearse como se paladea el café caliente. Leer el periódico se convirtió en un hábito trasladado a la vida adulta y no concibo el día sin repasar la información escrita. Los principales acontecimientos sucedidos en nuestra historia reciente, en Canarias y en España, me dejaron el recuerdo nítido de las informaciones de la prensa y las conclusiones que pude extraer de su lectura. El periódico te obliga a un ejercicio intelectual, a imaginar el mundo que te cuenta en palabras, y eso te fuerza a ser crítico y despierto.

Mi padre no era hombre de lujos, pero a dos cosas no renunciaba: su café y su periódico. (...) Leer la prensa es un acto consciente y pausado

La prensa pasa por una etapa complicada, aún adaptándose a la revolución digital y a las redes sociales; la información está tan al alcance que olvidamos que no toda información es válida. Los periodistas, diariamente, contrastan datos y fuentes, extraen conclusiones, contextualizan y analizan con perspectiva. Eso da verdadera calidad a la información. Es el lecho sobre el que descansa la credibilidad de un medio.

Poco se habla del esfuerzo diario que representa sacar un periódico a la calle, del trabajo que le ponen los hombres y mujeres que firman los textos, fotografían, maquetan, corrigen, imprimen, distribuyen… Esa labor titánica pero inagotable cimenta nuestra convivencia, porque representa un pilar esencial de la democracia: la libertad de información, y con ella, la de expresión. Ambas ganadas con la lucha de muchos, ambas defendidas desde la tinta de los periódicos, ambas objeto de defensa y protección, a menudo amenazadas por quienes quieren imponer un único discurso a su conveniencia.

Reivindico hoy el valor insustituible de la prensa con el 110º aniversario del periódico EL DÍA en la mente. En 1910, Leoncio Rodríguez inició un camino que, con habilidad y acierto, se ha prolongado por más de cien años, siendo el periódico testigo y fedatario de los acontecimientos más importantes del siglo que aceleró la Historia, y llevando esa información a todos los hogares, desde los pudientes hasta los humildes. Con la rutina de la prensa instaurada en mis hábitos desde la niñez, el periódico y los periodistas se convierten en una parte más de mi entramado vital, la viga que sostiene con fuerza mi capacidad crítica y la curiosidad que heredé de mi padre.

Estoy segura de que a estos 110 años les seguirán muchos más, porque siempre vamos a necesitar el periodismo impreso, su pausa, su reflexión, su capacidad para trasladar la realidad con las palabras precisas. Algún niño, ahora mismo, está descubriendo los misterios de este complejo mundo mientras el olor a tinta se almacena en sus recuerdos.