El periódico EL DÍA estrena un nuevo diseño justo cuando en octubre se han cumplido 109 años desde que apareciera en los kioscos por primera vez, entonces bajo la denominación de La Prensa. Lograr esa longevidad es ya de por sí una proeza en estos tiempos en los que los medios de comunicación están viviendo una auténtica revolución. Y es una gesta aún mayor si, además, ha sido durante tanto tiempo un medio de comunicación para la sociedad insular.

Los medios de comunicación deben ser dinámicos por definición, pues operan con una materia prima tan urgente y volátil como es la actualidad. Por ello, han tenido que saber adaptarse a las necesidades de una nueva sociedad de la información -y quién sabe si de la “sobreinformación”- en la que los usuarios quieren estar conectados en todo momento y, además, compartir las noticias en sus redes sociales. En este contexto, la reconversión tecnológica, pero también metodológica, es esencial para adaptar el contenido informativo a estos nuevos públicos que demandan la ubicuidad de los mensajes.

Sin embargo, creo que en esta era frenética sigue quedando espacio para el formato original del periódico: el soporte papel. Soy la primera en reconocer y disfrutar de las grandes ventajas que ofrecen plataformas como Twitter. Pero, llámenme romántica, en estos tiempos de extrema virtualidad lo tangible adquiere un significado más profundo y el hecho de pasar las hojas del periódico y de oler la tinta recién impresa supone una serie de gestos que nos devuelven al aquí y al ahora durante los instantes que dure la lectura (mejor si es con un barraquito cerca).

Soy consciente de que el mundo del periodismo está viviendo unos momentos de transición que no están siendo fáciles, con recortes de plantillas, falta de anunciantes, cabeceras que desaparecen y otras que se reconvierten a plataformas únicamente digitales. Por eso, resulta esperanzador que EL DÍA haya podido sortear los embates de la situación. Imagino que no habrá sido ni sencillo ni exento de sacrificios, pero lo importante es que, cien años después, ahí sigue. Ha sido el periódico de muchas generaciones y, en lo que a nosotros se refiere, un leal compañero de la Universidad de La Laguna, pues se ha hecho eco de nuestro progreso como institución regional con vocación internacional. Ha entrevistado a nuestros investigadores, se ha interesado por nuestros hallazgos científicos, se ha preocupado por nuestro alumnado y, cuando lo ha considerado necesario, también ha sido crítico con nosotros, pues nunca debemos olvidar que el de la prensa es también un papel de vigilancia de lo público.

Por todo ello, espero que la relación entre este centenario periódico que ahora renueva su imagen y esta bicentenaria universidad siga siendo fluida y de recíproco respeto.