Ernesto Salcedo Vílchez, director de EL DÍA, llamó a Juan Cruz Ruiz (Puerto de la Cruz, 1948) una tarde de la década de los sesenta, cuando el joven portuense colaboraba con La Tarde. Lo citó en la vieja sede de la calle del Norte (ahora Valentín Sanz) y le preguntó: “¿Qué echas de menos en La Tarde?”. Aunque amigo de Alfonso García Ramos, director del periódico de Víctor Zurita, Juan Cruz le respondió: “Echo de menos un sitio y una máquina de escribir”. Salcedo lo conminó a incorporarse a EL DÍA desde la jornada siguiente, con sitio y su máquina de escribir propia, casualmente el mismo día que se estrenaba la sede en Buenos Aires, en 1967. El primer contacto con el mundo de la comunicación fue con el Aire Libre, de Julio Fernández, cuando Juan Cruz tenía 13 años, y con 15 pasó a La Tarde hasta los 19.

A Juan Cruz le sorprendía que su compañero Francisco Hernández, al que la redacción llamaba Pancho Pantera y que llegó a la dirección de EL DÍA, se asegurara de que nadie utilizara su máquina de escribir con un candado. En el sitio de cajón de la mesa de Luis Álvarez Cruz, recuerda que un día colocó una esquela de alguien que tenía el mismo nombre de su compañero. “Me arrepentí enseguida porque me pareció una estupidez. No podía dormir pensando en eso. Un día se lo encontró y lo tiró, no le dio ninguna importancia, y yo descansé”.

Admite que su relación laboral tuvo una gran carga de afecto y lealtad que oficialmente se interrumpió en 1976, después de un año de paréntesis (1974-75), para marcharse a El País, donde fue corresponsal en Londres. “No he dejado de colaborar siempre que me lo han permitido con la prensa de Canarias y sobre todo con EL DÍA”.

Juan Cruz tenía 19 años cuando tuvo su primer contacto con EL DÍA. Por esa fecha ya escribía crónica universitaria en La Tarde, entrevistas y hasta cuentos; el primero se lo entregó a Elfidio Alonso, que estaba en La Tarde, y lo remitió a Pedro González, director de Gaceta Semanal de las Artes de La Tarde. “Escribía mucho. Venía de trabajar en el Aire Libre, que dirigía Julio Fernández, administrador de EL DÍA y creador de los Mojos de cilantro de la última página. Era un hombre de una prosa extraordinaria y de una enorme simpatía escribiendo. Era rápido en la metáfora y muy moderno en la escritura; un maestro que recordamos Salvador Pérez, Paladín y yo”.

Por aquella época era un niño muy enfermo y dictaba sus crónicas por teléfono o las recogía Paladín en su casa. “A veces no iba ni a los partidos, sino que alguien me los contaba y yo los escribía… y hasta llegué a ser seleccionador de fútbol. Fui un cronista deportivo peculiar porque mezclaba la poesía con la crónica”, añade.

“Pasaron muchas cosas en esa redacción”, abunda Juan Cruz. “Era corresponsal de La Provincia, de Europa Press, de Triunfo, de la BBC de Londres… En un momento determinado llegué a percibir en total el doble de lo que llegué a cobrar cuando me fui a El País”.

El primer sueldo que recibió en EL DÍA fue de 8.000 pesetas. Se lo puso en el bolsillo de la camisa e invitó a sus amigos en la Pizzería Dorada, que estaba en la Rambla. “Cuando me di cuenta se me habían caído del bolsillo las 8.000 pesetas que me dieron en un sobre marrón. Al día siguiente me llamó el director de la Caja de Ahorros para ver si le hacía un reportaje. Respondí que sí y le pregunté cuánto me iba a dar: 8.000 pesetas, me dijo. Por eso nunca he tenido problemas con el dinero porque sé que de alguna manera uno saldrá siempre de la ruina”.

En cierta ocasión, como corresponsal de La Provincia, estaba dando la crónica de algo que estaba prohibido contar en EL DÍA. “El periódico tenía cosas prohibidas, como las palabras guagua, papa… Santa Cruz era entonces una ciudad muy cursi. Se llenó de carteles con la palabra bus, hasta el punto que Nijota escribió unos versos que decían: Últimamente en Santa Cruz donde vas ves bus”.

Cuando dictaba a La Provincia una información sobre una epidemia leve de tifus en la ciudad natal del Juan Cruz, recuerda que “un compañero se levantó de su sitio, entró en el despacho del director y le dijo: don Ernesto, ¿usted ve lo que está haciendo Juanito?”. Salcedo salió y me echó de la Redacción. Me fui al Club Marítimo Atlántico, que estaba cerca del periódico. Salcedo me estuvo buscando por la ciudad para pedirme disculpas, hasta que me encontró. Al día siguiente volví tranquilamente, pero estuve una noche expulsado de EL DÍA”.

"Por un artículo sobre hambre en Santa Cruz me negaron el pasaporte"

Entre sus ocupaciones, Juan Cruz recuerda cuando “hacía una doble página que se llamaba La calle actualidad, en la que me ayudaba Julián Ayala. “Tenía una máquina de fotos e iba sacando imágenes y entrevistas. Una vez entrevisté a un cartero; estaba prohibido porque era un funcionario público. Solo fotografié su cartera y lo expedientaron porque por la cartera supieron quién era. Era el franquismo. Censuraban. Elfidio Alonso y yo hacíamos una sección que se llamaba El Sur tiene tres letras, cuando esta comarca era una zona paupérrima de Tenerife. Dimos cuenta de que había gente en Las Galletas que se abrigaba con mantas del cuartel, y suprimieron la palabra cuartel”.

“Por un artículo en EL DÍA muy breve que hablaba de una escena de hambre que vi en Santa Cruz me negaron el pasaporte, y finalmente me dieron uno de un solo viaje. Muchos años después, el periodista y escritor Tomás Val, haciendo un trabajo sobre el gobernador civil de Tenerife de la época (que se llamaba Antonio del Valle y Menéndez), encontró en su correspondencia una carta que mandaba la Dirección General de Seguridad instando a que me prohibieran salir de España, y adjuntaba dicho articulito”.

Juan Cruz recuerda que con 8 años de edad no sabía leer. Su madre recibió entonces un recorte en el que contaban unas graves inundaciones en la isla de La Palma sobre un hombre que murió en 1956 que publicó EL DÍA con la fotografía del fallecido, en el centro de la página. “Mi madre me leía todos los días esa hoja. Aparte de los prospectos, era lo único que había para leer en mi casa; donde no había ni inquietud por leer”. “Mi padre trajo una vez una radio y mi madre se la hizo retirar porque consideraba que si había algo que dentro tenía la voz humana era algo del diablo. Otra vez que mi madre no estaba, ya sí entró en casa y fue decisiva. Gracias a la radio yo aprendí a leer, porque la combinación de lectura con escuchar las palabras me llevaron a cultivar algo que no sabía que estaba haciendo: la sintaxis”.

Juan Cruz se marcha en 1976 a El País, a las puertas del segundo cambio de sede de EL DÍA a Buenos Aires número 71. “Ernesto Salcedo intentó que no me fuera a El País. Llamó a mi madre para que me lo impidiera; supongo que consideraba que mi papel en el periódico era importante para él. Yo escribía todos los Editoriales. Cuando le preguntaba cuánto escribía, siempre me respondía: de arriba para abajo”.

Sobre Salcedo, el periodista portuense sentencia: “Ernesto fue un extraordinario director de periódico, un periodista con una perspicacia y rapidez como yo no he visto en Canarias. Era muy eficaz escribiendo y sabiendo cómo tratar los asuntos”.

El tándem formado por los apoderados de la empresa Ángel Cruz y José Rodríguez incluía también a Ernesto Salcedo. “Había una distancia amistosa entre la propiedad y la redacción. Don José estaba más en el periódico, donde tenía un despacho y bajaba a ver a Salcedo con una frecuencia muy medida. Recuerdo que Salcedo me puso pegas para contratarme mientras que José Rodríguez me comunicó que me incorporaba fijo a la plantilla desde el día siguiente de concluir mis estudios en la Universidad de La Laguna”.

“Una vez pasó que don Antonio González, que fue la primera persona que me dio un trabajo remunerado como auxiliar bibliotecario en la Universidad, y me tenía mucho cariño, me contó que iba a dimitir como rector. Era muy amigo del que había sido ministro de Educación Manuel Lora Tamayo y coincidía que era la primera vez que un rector dimitía en España por razones políticas. EL DÍA no lo quería publicar por considerar que era perjudicar a la Isla. Yo le hice una entrevista y La Provincia lo publicó en primera página, y decía: Razones personales y políticas me obligan a dimitir. Cuando salió… recuerdo la bronca que me metió Luis Álvarez Cruz; y sin embargo Salcedo, no, porque consideraba que era periodismo”.

“Siempre he tenido mucho respeto al periódico EL DÍA, que fue donde yo aprendí. Era una escuela de periodistas tremenda y el maestro era Salcedo”, concluye.