Nacido en San Sebastián de La Gomera el 13 de mayo de 1934, Antonio Herrera es el tercero de siete hermanos; hijos de un ama de casa y un agricultor que cultivaba terrenos junto a la Torre del Conde para luego desarrollar su tarea en una cantera. Con nueve años de edad, Herrera se traslada con su familia a Tenerife porque en La Gomera escaseaba el trabajo. Inicia su relación con el periódico EL DÍA como vendedor por las calles, desde primera hora de la madrugada. Con el paso de los años cogió varios repartos; el primero comenzaba en la zona del Parque Recreativo, que recorría todo El Toscal. Más de un centenar de ejemplares vendía al día, recuerda. “Entonces solo existía el periódico y la radio”, justifica Herrera, que acudía cada madrugada a recoger los ejemplares a la calle del Norte -en la actualidad Valentín Sanz- y, según se iba tirando en la rotativa, recogía y salía a vender. “Primero valía 5 céntimos y luego, 10. Tenía cuatro hojas. En una época llegó a salir con dos por escasez de papel”, precisa.

Roberto Cossío, Mario Pinto, Pepito García El Maquinista, Antonio Marrero, Juan Pedro Ascanio, Gilberto Hernández -hermano de Juan, de Fotomecánica-, Tito El Suizo, su hermano, Félix o Valencia, que “hacía de todo y era un manitas”, eran algunos compañeros que recuerda Herrera.

Explica que amplió las rutas gracias a Antonio Rizo, que se encargaba de matizar en la fundición de EL DÍA, tarea que combinaba con el reparto y los cobros, y además era hermano de Miguel Rizo (contable y luego encargado de las cuentas de Jornada Deportiva) y Manuel (encuadernador de la Imprenta El Comercio).

En los años cuarenta, Herrera comienza como aprendiz de encuadernación y con las cajas en la Imprenta El Comercio, hasta iba a buscar el papel en la calle Benavides. También vendió La Tarde, donde estuvo hasta 1948. Esperaba que saliera a las ocho o las nueve de la noche y luego le daban un reparto que comenzaba en el Callejón del Combate hasta Los Llanos, pasando por la Finca Mascareño, y Los Molinos hasta la Eléctrica, detrás de La Concepción… con ciento y pico periódicos. “Era una esclavitud pero había que ganarse un céntimo”.

“Cuando llevaba nueve años trabajando en la Imprenta El Comercio, Domingo Rodríguez me llevó a EL DÍA. Después de estar fuera de nómina un par de años, me contrataron. Hacía de todo en Valentín Sanz, donde montaba las cajas, sacaba las pruebas y corregía las faltas que marcaban”. Montaba las planchas, un cuadrado de madera que se iba rellenando con una platina y el plomo. Se rellenaba distribuyendo los anuncios y las galeradas de las informaciones. Era un gran trabajo de los montadores”, reconoce.

"Estuve en los calabozos del ayuntamiento por vender el periódico cuando tenía que estar en la escuela”

En la plantilla estaban Gómez Landero y Juan Pérez Delgado Nijota, que trabajaba leyendo cintas y cintas, como ocurría con “las grandes páginas que se dedicaban a informar del gobierno de Franco. Tenía que sacar toda la información y Nijota leía las cintas con rayas y puntos. Él las iba descifrando y dictando, y el mecanógrafo las transcribía en la máquina. Luego pasaba a la linotipia, y ahí se convertía en regletas de plomo y se montaba”.

Junto a EL DÍA y La Tarde, de Víctor Zurita, también distribuyó el Aire Libre, que se tiraba en la Imprenta El Comercio, propiedad de Julio Fernández. El reparto de periódicos tenía su complicación: “En dos oportunidades pasé 24 horas en los calabozos del ayuntamiento porque estaba vendiendo periódico cuando tenía que estar en la escuela”.

Antonio Herrera recuerda con orgullo que entra en la plantilla del periódico en 1953. “Lee ahí”, invita mientras muestra un artículo enmarcado que le dedicó Francisco Ayala, quien fue director de EL DÍA durante seis meses: “Herrera era el más joven, entonces, de aquel grupo entrañable de tipógrafos, linotipistas, fotograbadores y trabajadores de la estereotipia”. Era la época de Cayol, Palmira y Roberto Cossío -maestros de la linotipia, destaca-, Juan Fernández y su hijo Celio Fernández Vera -también llegaron a trabajar sus hermanos Miguel Ángel y Julio César-, Nieto, Miguel Sanz, Ignacio Castro, Juan Luis Sierra… los cajistas Agustín Expósito, Rafael Hernández, Antonio Rizo, Juan Cordobés, Gilberto Hernández, Manuel Herrera y los hermanos Lendo; Pepe García, el maquinista, su hijo y ayudante, Pepito; Gonzalo Pórcell, de Fotograbado, con su pupilo Juan Hernández -hijo de Rafael y excelente fotograbador y fotógrafo-, miembros de una plantilla en la que Juan González Rodríguez tenía la responsabilidad total de la Redacción y la confección del rotativo; era sobrino de Leoncio Rodríguez y subdirector de EL DÍA. Juan González Rodríguez encontró en Herrera a su pupilo favorito por “el afán de trabajo, la seriedad y el sentido de la responsabilidad”, recuerda Francisco Ayala, ya fallecido, en el artículo en el que glosó sobre la impronta de Herrera en EL DÍA. Cuando se refiere a “don Juan”, Herrera parece tomar aire para hablar con solemnidad. Entre sus tareas, iba a comprar la prensa de Madrid cuando llegaba el correo al kiosco Sixto en la plaza de Weyler, con la que se elaboraban las informaciones en EL DÍA. También recuerda la época en la que Alberto Santana Altober fue director de Jornada Deportiva.

El manitas del periódico fue “desde tipógrafo, ajustador y corrector de planas sobre plomo hasta cuasi maquinista”. Ayala no pasa por alto la capacidad de adaptación de Herrera en su transición del plomo a las nuevas tecnologías. Atrás quedaron las platinas, las ramas, las regletas, los corondeles, las interlíneas, la calandra cuando llegaron los ordenadores, con los que se llegó a familiarizar para sacar primero las galeradas de papel y luego las películas de las páginas. Herrera deja el reparto al entrar en plantilla de EL DÍA en 1953, hasta su jubilación en 1994. Se ‘trasladaba a Santa Cruz’ en bicicleta desde su domicilio, en Taco. Apasionado de las máquinas, hasta 1963 no logra el carné de conducir, cuando se compró su primer coche.

En 1965 vive la primera mudanza: de la calle del Norte al número 69 de la avenida Buenos Aires. “En Valentín Sanz el periódico, que llegó a tener tres linotipias, se iba agrandando. Y eso que Leoncio Rodríguez sacó allí hasta novelas. Allí conocí a Gómez Landero, un colaborador del periódico que cubría información taurina y que trabajaba en el juzgado”.

Ya en Buenos Aires se amplían a cinco las linotipias. “Era más trabajo porque se instaló una nueva rotativa que permitía un máximo de 16 páginas”. Y luego llegó la rotativa Marinoni.

Entre sus ocupaciones, también iba a buscar las fotografías a Garriga y Benítez para sacar los clichés en EL DÍA. Herrera recuerda que en plena dictadura, tanto en la época del periódico en Valentín Sanz como luego en la avenida Buenos Aires, se llevaban los primeros ejemplares al Gobierno Civil para someterlo a la censura.

En los últimos años de vida laboral, Herrera dejó atrás el plomo y se dedicó a Fotocomposición con el mantenimiento de las procesadoras y los líquidos. No pasa inadvertido cuando la salida del periódico a la calle se retrasaba por avería o porque había que esperar por noticias.

Para Antonio Herrera, la época más boyante del periódico fue antes de su jubilación, asegura, porque “había anuncios a punta pala. Fue la época de José de la Riva, en Administración; luego ya estuvo Antonio Rodríguez y, en Redacción, Ricardo Acirón”. “Antes estuvo Ernesto Salcedo como director de EL DÍA en la sede de la calle Valentín Sanz; tenía una buena relación con los trabajadores”, le reconoce Herrera.

José Rodríguez trabajaba en el Instituto Nacional de Previsión y era apoderado en el periódico, igual que Ángel Cruz. “Me llegó a pagar los premios por el nacimiento de mis tres hijos.

“Yo me jubilé en el 94, pero en los años ochenta se vendía muchísimo el periódico; había muchísima publicidad; recuerdo que también trabajaban en el periódico María del Carmen y Manolo Rodríguez, hermanos de don José”. “Ya después de Pablos Coello, José Rodríguez fue comprando las partes a los herederos de Leoncio Rodríguez y fue el propietario y también director; José Rodríguez se portó también muy bien conmigo”, destaca Herrera.

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