La necesidad de proteger un área de características paisajísticas y ecológicas de valor tan excepcional llevó a declarar Timanfaya, en la isla de Lanzarote, como Parque Nacional mediante Decreto el 9 de agosto de 1974 y fue reclasificado por Ley en 1981. Posteriormente, la administración autonómica ante una situación que exigía unas medidas que garantizaran la conservación del medio natural, inició una política proteccionista que llevó a la declaración en 1987 de la Ley de Espacios Naturales Protegidos que fue complementada en 1994 por la Ley de Espacios Naturales de Canarias. El espectacular paraje cuenta con más de 25 volcanes y es el segundo parque nacional más visitado del Archipiélago.

Pero el hecho que destaca históricamente es el de las erupciones acaecidas entre los años 1730 y 1736, que afectaron a una cuarta parte de la superficie de la Isla. Existen numerosos documentos históricos que cuentan los procesos eruptivos y que dieron lugar a lo que actualmente conocemos como Parque Nacional de Timanfaya. El más conocido es el manuscrito del cura Párroco de Yaiza, Andrés Lorenzo Curbelo, que relata los acontecimientos desde el comienzo de la erupción hasta que la población de la zona emigró entre 1731 y 1732, ante los continuados procesos volcánicos que se sucedieron.

El testimonio del religioso con el que comienza este texto prosigue así: «La lava se extendió sobre los lugares hacia el Norte, al principio con tanta rapidez como el agua, pero bien pronto su velocidad se aminoró y no corría más que como la miel. Pero el 7 de septiembre una roca considerable se levantó del seno de la tierra con un ruido parecido al del trueno, y por su presión forzó la lava, que desde el principio se dirigía hacia el Norte, a cambiar de camino. La masa de lava llegó y destruyó en un instante los lugares de Maretas y de Santa Catalina, situados en el Valle. El 11 de septiembre la erupción se renovó con más fuerza, y la lava comenzó a correr. De Santa Catalina se precipitó sobre Mazo, incendió y cubrió toda esta aldea y siguió su camino hasta el mar, corriendo seis días seguidos con un ruido espantoso y formando verdaderas cataratas. Una gran cantidad de peces muertos sobrenadaban en la superficie del mar, viniendo a morir a la orilla. Bien pronto todo se calmó, y la erupción pareció haber cesado completamente”, añade Andrés Lorenzo Curbelo.

“El 18 de octubre tres nuevas aberturas se formaron inmediatamente encima de Santa Catalina, que arden todavía”, escribía entonces el párroco, “y de sus orificios se escapan masas de humo espeso que se extienden por toda la isla, acompañado de una gran cantidad de escorias, arenas, cenizas que se reparten todo alrededor, viéndose caer de todos los puntos gotas de agua en forma de lluvia. Los truenos y las explosiones que acompañaron a estos fenómenos, la obscuridad producida por la masa de cenizas y el humo que recubre la isla forzaron más de una vez a los habitantes de Yaiza a tomar la huida, volviendo bien pronto, porque estas detonaciones no aparecieron acompañadas de otro fenómeno de devastación» .

Los científicos han estimado que el volumen de lava pudo alcanzar un 1 Km3 (unos 1.000 millones de m3) y modificó por completo la antigua morfología de la isla. Sin embargo, en el siglo XIX (1824) se producen nuevas erupciones, de las que también existen documentos escritos de testigos presenciales, entre las que destaca la del cura de San Bartolomé, Baltasar Perdomo.

Después de todos estos sucesos, los volcanes de Lanzarote han entrado en un período de calma, dejando su huella e impidiendo la habitabilidad de toda esta zona pero, asimismo, regalando a la isla un paisaje que se ha convertido en seña de identidad y atractivo reclamo global cuya espectacularidad y dureza, sin embargo, ha condicionado la vida del ser humano en sus alrededores.

Debido a su origen volcánico, la flora en Timanfaya es muy limitada. Además, las lluvias son muy escasas, con una precipitación media que no supera los 125 mm. Aunque no hay árboles, el paisaje se ve enriquecido gracias a los líquenes, capaces de aguantar entornos difíciles. También existe el salado blanco, endémico de la isla de Lanzarote.

En lo que a fauna se refiere, sólo habitan en el Parque Nacional tres especies de mamíferos: la rata negra, la musaraña canaria y el conejo.

Asimismo, Timanfaya es el hogar de dos reptiles: el lagarto de Haría y el perenquén rugoso o salamanquesa. El primero está considerado una reliquia faunística que ha sabido adaptarse exitosamente a las condiciones del entorno volcánico. De color negruzco o gris uniforme, se alimenta de insectos y de la escasa materia vegetal que encuentra. El segundo es una especie de lagarto fuerte aunque pequeño cuyos machos miden unos 73 mm de largo y 63 mm las hembras. Su color de la piel del dorso es de tonos grises y tiene bandas transversales oscuras y manchas claras. La piel de la parte de abajo es blanca o amarilla y sus ojos también son amarillos o dorados. Entre las aves destacan la pardela cenicienta, el cernícalo vulgar y la tórtola común. Timanfaya presenta, además, una gran riqueza en fauna invertebrada, con más de 120 especies.

La musaraña canaria (crocidura canariensis) es una especie de mamífero, parecido a un ratoncillo, que habita en ambiente semidesértico de malpaís y lava con poca o ninguna vegetación, zonas arenosas con rocas, barrancos o áreas de cultivo abandonadas con paredes de piedras. La primera mención a la musaraña canaria en las Islas tuvo lugar en 1984, y se consideró una subespecie de la musaraña gris que habita en el norte de África, de hecho se citó como crocidura russula ssp. yebalensis, hasta que unos años más tarde, en 1987, se describe como una nueva especie, crocidura canariensis. Sin embargo, se siguen realizando estudios para definir la posición taxonómica de la especie.