Papel, carretes, vinilos y casetes conquistan a los jóvenes: lo vintage compite con lo digital
Las ventas de formatos analógicos se disparan, lo analógico conquista a las nuevas generaciones de mano de las modas que marcan las redes sociales

Papel, carretes, vinilos y casetes conquistan a los jóvenes: lo vintage compite con lo digital / E. D.
Les llaman nativos digitales. Durante toda su vida se han valido de la tecnología más avanzada para prácticamente todos sus quehaceres diarios, incluidas las actividades de ocio y entretenimiento. Consumen libros en ebooks, usan el móvil para hacer fotografías y vídeos y escuchan música en plataformas y aplicaciones.
Es la generalidad... aunque quizá eso esté cambiando. Lo vintage –objetos con más de 20 años de antigüedad– va haciendo hueco en las habitaciones de toda una generación de jóvenes que han descubierto que incluso lo más antiguo, eso con lo que sus padres o abuelos se entretenían, tiene su encanto. En el caso de la música, los datos avalan esta teoría: la asociación que agrupa al 95% de la industria musical española, Promusicae, asegura que en la primera mitad de 2025 el mercado de vinilos, CD y casetes ha disparado sus ventas un 14,8%. Principalmente se debe a la venta de discos que, en comparación con el año pasado, experimenta un crecimiento del 25,6%.
En Canarias también se refleja esta tendencia. Lo atestiguan en la tienda de música ubicada en La Laguna (Tenerife), Hey Boy, Hey Girl. Su propietario, Jesús Duque, sostiene que la popularización de la compra de vinilos se debe a su reciente difusión en las redes sociales. «Estas plataformas se han convertido en espacios para ver lo que unos tienen y otros no, generando una necesidad en los usuarios».
De hecho, en TikTok o Instagram son cada vez más frecuentes los contenidos sobre el uso de lo analógico, lo que hace que lo vintage se vuelva viral. Ahora, la novedad y las tendencias son los aparatos que se usaban hace más de 30 años.
Y es que la constante conexión, por parte de la juventud, a las redes sociales ha desembocado en una necesidad de evasión frente al sobreestímulo del mundo digital. Adrián Liberman, autor de artículos como Nos comemos unos a los otros. El futuro también es trauma (2020), sostiene que lo digital «sustituye casi por completo la participación activa de quien trata de capturar el momento, escuchar música o ver una película». Estos formatos dejan al usuario en una posición pasiva frente a una tecnología que puede ofrecerlo todo de manera inmediata.
Los jóvenes recurren a soportes de hace 30 años como forma de pausar la sobreestimulación y el ritmo de las nuevas tecnologías
Así, la juventud vuelve a lo analógico en busca de un «nivel de control y participación» en sus hobbies. Esta tendencia permite la creación de un «ritual» y de una vivencia de la que sí forman parte. «Cuando pones un vinilo, vas a escuchar crujidos, vas a escuchar imperfecciones; te toca a ti ver cómo ajustar el sonido, sientes que puedes participar en algo», resalta el psicoanalista.
Liberman defiende que esta moda deja en evidencia que las nuevas generaciones buscan una solución a los ritmos acelerados a los que se ven expuestas por las redes sociales y la digitalización.
Tenisca Gil Ramos, socióloga y presidenta del Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Canarias, relaciona el planteamiento del psicoanalista con la teoría de la aceleración social. Indaga en cómo los ritmos veloces del sistema capitalista pueden influir en los procesos de cambio social. «El regreso de lo analógico no me parece una moda nostálgica solamente, sino una respuesta ante esta aceleración. Muchos jóvenes buscan experiencias más lentas, objetos que duren más que un post en Instagram o una historia –que dura 24 horas–. Buscan formas de identidad que no estén dictadas por un algoritmo ni por la inmediatez del mercado, esta inmediatez del capitalismo», explica.
Al ser un fenómeno relativamente reciente, todavía no existen suficientes datos como para medir este fenómeno de manera cuantitativa, explica Gil, pero sí asegura que, para muchos jóvenes, la visibilidad «ya tiene un coste, por lo que están adoptando estrategias de gestión de privacidad o reducción de exposición. Ya no suben fotos a Instagram, o escogen más selectivamente a quiénes quieren que vean esas fotos de ellos. Es una forma de protegerse».
Esta tendencia sirve como un «refugio, un espacio de control, un espacio de autenticidad, de diferenciarse de esta gran masa de gente, de esta gran moda, donde las experiencias no están pensadas como para una red social, sino para la persona que las vive en primera persona», añade.
Entre regalos y colecciones
A Lucía Martín, de 22 años y graduada en Filosofía por la Universidad de La Laguna (ULL), confirma la teoría de la psicoanalista. A ella le ha convencido el vinilo. La joven disfruta coleccionando música en formatos tradicionales, una actividad que le supone un «resguardo». Le permite tener un momento de «detenimiento y calma» frente al «ritmo frenético del espacio digital, bombardeado por los constantes estímulos». Una pausa que, afirma, es clave para hacer una «crítica a la actualidad digitalizada».
Martín escucha música como «cualquier otro hobby», algo a lo que dedica su tiempo y espacio correspondientes en su día a día. Defiende que el consumo de cultura se ha visto «perjudicado» por la velocidad del mundo, ya que «las canciones no sobrepasan los tres minutos de duración, los álbumes se vuelven EP –Extended Play– y el usuario las escucha de fondo mientras realiza otra actividad». Por eso está de acuerdo con el dueño de Hey Boy, Hey Girl en que este gusto de la juventud por lo vintage ocurre, hasta cierto punto, por una popularización en redes sociales. «Muchos jóvenes ni siquiera tienen un aparato reproductor y, aun así, se hacen con vinilos o CD de sus artistas favoritos», explica.
El propietario de la tienda lagunera también ha notado esa devaluación, más allá de la tendencia, de la música en formato físico y el hábito de coleccionar. «En los últimos diez años he visto cómo tocadiscos, vinilos o CD se han convertido en un regalo de Navidad». En muchos casos, la base de esta compra es: «Lo vi en Instagram».
Revelados de fotos o compra de libros en papel se dispararon después del confinamiento como representación de un mundo palpable y real
Con todo, este hábito de consumo ha contribuido al desarrollo de la ‘exclusividad’ como algo primordial en el mercado musical. «Los artistas fomentan la compra de las ediciones especiales de sus proyectos», comenta Duque, quien además alude a cómo estos productos «exclusivos» se diferencian del resto por un detalle concreto, como puede ser un cambio en el color del material.
Ese tipo de productos contribuye al aumento de la demanda y, con ello, de los precios, por lo que el propietario de la tienda de discos cree, con cierta pena, que esta tendencia del gusto por lo antiguo tiene los días contados. «El cliente no podrá asumir costes elevados», sentencia.
Nuria Hernández, presidenta del Clúster Canario de la Música y vocalista principal del grupo Caracolas, subraya otro aspecto menos romántico del fenómeno: el auge de ventas de música en estos formatos antiguos es representativo de una realidad internacional, pero «no refleja en absoluto al mercado regional». «Los grupos de creación propia en Canarias no tienen un lugar de visibilidad óptimo». De esta manera, la posibilidad de utilizar el vinilo o el CD como otro medio para expandir su arte se reduce a una característica propia de aquellas bandas o artistas mainstream, sostiene. Se incentiva «la priorización del tributo», un mercado que, según Hernández, «quita lugar a la creación propia en el territorio regional».
La foto, un recuerdo
La búsqueda de un momento de «pausa» de Martín la comparte también Juan Gabriel Sánchez, de 23 años y diseñador gráfico, aunque en su caso, más que las melodías, lo que le interesa es la imagen.
Para él, la fotografía analógica ofrece la posibilidad de capturar momentos y vivencias que «quedan inmortalizados» a través de la cámara. Así, busca que los resultados sean siempre distintos, lo que les otorga una gran carga emocional y expresiva. De hecho, defiende que, con la evolución de la tecnología y el paso del tiempo, la magia que antes envolvía a la lente se ha ido diluyendo. «Ahora es tan sencillo sacar fotos que no somos conscientes de la intrínseca raíz artística de esta disciplina y de su propia complejidad», considera.
Este interés por la fotografía analógica está avalado por datos. Un ejemplo claro es la tienda de revelado Pixellab Tenerife, en la capital de la isla, cuyo propietario, Aarón Padrón, celebra que, después de la pandemia de la covid, su negocio pasó por lo que él califica como «el boom»: la tienda vivió un aumento de entre el 60% y el 70% en los servicios de revelado.
«Empezamos a vender cajas de negativos de cinco en cinco, cuando antes una caja nos duraba un montón», relata antes de explicar que la clientela que llega ‘en masa’ a solicitar los servicios de revelado son jóvenes de entre 17 y 25 años y, en un 90% de los casos, «personas sin mucha experiencia que no buscan resultados profesionales, pero que sí muestran ilusión por el proceso de revelado». «Sienten orgullo al darse cuenta de que, tras escanear el negativo, han sacado una foto bonita», comenta.
Este aumento también lo percibe Carlos López, gerente de Fototeca Lab en Las Palmas de Gran Canaria. Desde hace «cuatro o cinco años» sus principales clientes que disparan en analógico son «gente joven». Sin embargo, le llama la atención que solo entre un «5% y 10%» de ellos pide las fotos impresas: «todo el mundo lo que quiere es luego subirlo a su Instagram», explica.
Para el joven Sánchez, la fotografía guarda un espacio de gran importancia en su día a día, así que la cámara de su teléfono móvil la utiliza para los momentos de rapidez, mientras que sus cámaras fotográficas las reserva para ocasiones más especiales, en las que siente la necesidad de «inmortalizar momentos que se convertirán en recuerdos relevantes».
Es por esto que, para él, la magia de la fotografía –analógica o digital– reside en «la necesidad de pausar y poner conciencia en la propia existencia, pues ahí es donde nace el arte, y ahí es donde se interrumpe la urgencia de un mundo ultracapitalizado que busca producir con inmediatez a ritmos hiperacelerados».
El olor de los libros de papel
Música, imágenes y también letras. Los libros son los que más se resisten a abandonar las estanterías para dar paso al almacenaje casi ilimitado del soporte electrónico. Aunque en la mayoría de los casos se debe a la nostalgia de los viejos lectores, entre los jóvenes también ha calado el romanticismo de sostener una historia entre las manos. Es el caso de Cristina Barrientos, periodista de 22 años. La joven afirma que la lectura en papel le permite «estar más presente y conectar más con las palabras», aunque no descarta otros soportes. «Si realmente quiero tomarme una hora o dos de descanso y me apetece leer, es probable que prefiera coger un libro en físico antes que uno electrónico o un audiolibro», reconoce.
Así, Barrientos recurre a la lectura en papel como ejercicio para hacer una «pausa y poner los pies en la tierra», además de servirle como un respiro frente al mundo digital. «Supone tocar las páginas, y el adentrarte en la historia hace que, de alguna forma, se sienta de verdad», añade.
Barrientos asegura que, al igual que ocurre con otros tipos de ocio analógico, la lectura «se ha puesto de moda» en las redes sociales. Cada vez más personas comparten sus títulos favoritos en las plataformas, y la joven reconoce que, hasta cierto punto, lo hacen por «unirse a la tendencia». Sin embargo, prefiere confiar en que, cuando su generación se decanta por comprar un libro, lo hace «por placer y para desconectar de la locura que puede ser ‘estar en línea’ constantemente».
El propietario de la librería El Barco de Papel, en El Sauzal, Nauzet Pérez, también notó un aumento de las ventas después de la pandemia. «En los últimos tres o cuatro años ha habido un crecimiento de un 4% o 5%», afirma. Este dato se equipara con el incremento a nivel nacional en la compra de libros, según el último estudio de hábitos de lectura elaborado por el Ministerio de Cultura, que señala que, entre 2017 y 2024, se ha registrado una subida en las ventas del 6,5%.
Estos datos también se han visto representados en la Feria del Libro de Tenerife, tal y como indica Mario Silva, coordinador de la misma: «Durante y a raíz de la pandemia ha habido un aumento. El confinamiento hizo que la gente se pusiera a leer y ha hecho un arrastre de público».
A su vez, Antonio Rivero, librero de Canaima y expresidente de la Asociación de Libreros de Las Palmas de Gran Canaria, asegura que la literatura juvenil «está en auge». Un fenómeno que también detecta posteriormente a la pandemia: «a raíz del confinamiento, subieron en general los índices de lectura, y se ha mantenido más o menos en el tiempo».
Pérez se suma a la teoría de que esta tendencia es una respuesta por parte de los jóvenes a la sobreestimulación de las redes y a la búsqueda de «un ratito personal y una evasión del estímulo». Todo ello, sin perder de vista las ventajas del crecimiento del contenido literario en las plataformas digitales y electrónicas.
En las letras, al igual que ocurre en el mundo de la música, cada vez son más las editoriales que apuestan por las ediciones especiales o de colección. «Se ha puesto de moda los cantos pintados o el lomo con gráficos relacionados con la temática del libro. Detalles que lo convierten más en un artículo de colección. No es una edición normal, son limitadas; la gente las busca y van recorriendo librerías hasta dar con una», explica el librero.
En definitiva, y siguiendo a las teorías de los estudiosos, el uso de lo analógico parece servir como una herramienta para pausar la ‘urgencia’ que llevan aparejadas la era digital y las redes sociales. A través del prisma de una cámara, el rasguño de una aguja en un disco de vinilo o el paso de los dedos por la página de un libro, es posible construir un espacio donde el futuro no sea inminente, el pasado no sea un anhelo y el presente no pase volando.
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