Opinión
Ningún tiempo pasado fue mejor
Los símbolos se mueven en el territorio de las emociones y cruzan fronteras ideológicas porosas

Ningún tiempo pasado fue mejor / ED
José Luis Méndez
El BOC de 26 de octubre de 1986 publicaba un decreto de la Consejería de la Presidencia, con Manuel Álvarez de la Rosa como titular y Jerónimo Saavedra al frente del Ejecutivo, que dictaba reglas sobre determinados aspectos formales de las comunicaciones y resoluciones administrativas. Ese decreto de la segunda legislatura anexaba el primer logosímbolo del Gobierno de Canarias con una evidente vocación modernizadora. Era, sin lugar a dudas, hijo del tiempo de cambio que le tocó vivir. 1986 vivió la transformación de la paleta de color que, desde el gris al inquietante marrón, cristalizó en el actual azul del uniforme de la Policía Nacional, luciendo nuevo logo e identidad de la mano de José María Cruz Novillo. Una metáfora de un país en transición hacia nuevos tiempos.
La nueva identidad fue diseñada por Javier Alzugaray, un meticuloso diseñador editorial que trabajó en las dependencias del palacete de San Bernardo, y que desarrolló un lenguaje formal sintético, en línea con la influencia gráfica de los 80. Eran los tiempos de la eclosión del diseño catalán, de una Barcelona que transformaba los objetos cotidianos de nuestra industria. Una Barcelona que quería ser Milán con lengua propia, desplegando una competencia creativa con Madrid e impulsando, ambos, un lenguaje gráfico diverso y único que se expandía hasta la ultraperiferia.
Aquella identidad primigenia se reconocía por sus líneas claras y limpieza formal. Los símbolos heráldicos se simplificaron para una mayor comprensión de los elementos que lo conformaban por un público objetivo empeñado en entender, que podía leer a Cortázar o coleccionar El Víbora. Este ahorro de recursos expresivos facilitaba su reproducción y difusión, conservando e incluso democratizando su valor simbólico.
Saavedra fue un modernizador clásico. A fin de cuentas, eran tiempos de trabajo artesanal, el primer Mac fue comercializado solo dos años antes bajo la denominación Mackintosh 128K, por lo que aquel primer programa de identidad corporativa institucional fue concebido, gestado y alumbrado con tipografías de transferencia en seco y muchas horas bajo un flexo o frente a una rudimentaria pantalla de fotocomposición.
Después de esto se produjo una ruptura y el escudo mantuvo su camino discurriendo en paralelo con una identidad de gobierno que había mutado a formas más conservadoras y un lenguaje institucional aburrido, incluso pretencioso, apoyado por una gráfica más realista. Los ochenta acabaron, y aunque se asumía que la Comunidad era una cosa y el Gobierno de la Comunidad otra, no fue la oscilación del gusto la que dio el bandazo que perdió la oportunidad de desarrollar una evolución ordenada con una propuesta gráfica innovadora. Ya entrados los noventa, en España podíamos ver cómo el diseño gráfico alcanzaba su madurez con Alberto Corazón, Sostres, América Sánchez o Mariscal, y aquí volvíamos a colgar las acuarelas en el salón.
En esta etapa, el escudo respetaba los fundamentos históricos que lo habían traído hasta ahí, atesorando consensos, y el logosímbolo se asimilaba al escudo. Las identidades de los ochenta y noventa se ocuparon en reafirmar el primer gran objetivo: la consolidación del autogobierno.
Los símbolos se mueven en el territorio de las emociones y cruzan fronteras ideológicas porosas. Quizás ahora hemos perdido tanta capilaridad como tolerancia, pero en 2006, el escudo, y por extensión la bandera, eran capaces de enardecer a sus señorías en un debate aún incruento. En la sesión plenaria del 13 de septiembre de 2006, el diputado nacionalista por Lanzarote, Castellano Sanginés, defendía una enmienda para incorporar las siete estrellas verdes a la bandera y eliminar los canes del escudo. Los aspectos formales son importantes, son un constructor identitario y, si se expresan de manera eficaz en el proceso de comunicación visual, se convierten en elementos de pertenencia que vinculan y perduran. Si bien no prosperó la adopción de las estrellas, sí se abrió paso la eliminación de los canes en el logosímbolo, que vivió su segunda gran transformación en 2004, obra del premiado diseñador Pepe Valladares.
La nueva versión no fue una evolución ordenada y lógica desde las primeras propuestas originales. La ruptura con el espíritu gráfico de los ochenta obligaba a empezar de cero. Fue una propuesta rupturista y sin complejos, mirando hacia adelante y desarrollando una impronta estética atemporal. El trabajo de Valladares resiste magníficamente el paso del tiempo, como los profesionales consistentes.
Fue una propuesta de cambio a la medida del presidente Adán Martín, el modernizador eficiente. Ya no se trataba de consolidar la identificación visual con el autogobierno; la nueva identidad gráfica perseguía identificar la acción del Gobierno y señalar dónde se hacía presente.
Eliminados los perros del nuevo trabajo, quedaban fijados en el escudo como último refugio. Era una propuesta de formas simples, de tres elementos articulares: escudo, las islas y la corona, otro símbolo no exento de polémica que también se hace presente en el escudo. O los perros lamen la corona o llevan un collar en señal de sumisión. Alejados y no siempre escuchados, el collar pesa. Imposible eludir el debate.
En 2018, bajo la presidencia de Fernando Clavijo, el nuevo Estatuto de Autonomía elimina los collares del escudo. Los perros ya no tienen amo. Siempre hay un tiempo para deconstruir y otro para sumar. Hoy, en una nueva legislatura del presidente Clavijo, Canarias se hace más grande y tiene que buscar hueco para una nueva isla. Parece fácil, pero no lo es. Si queremos que se muestren como islas iguales, el diseño gráfico debe recuperar su valor.
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