Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Julio César Leal, arruinado por el volcán, pero no derrotado

El empresario, propietario de Quesos Tajogaite, perdió su casa, dos fábricas y más de 11 hectáreas de fincas que quedaron cubiertas por las coladas del volcán. Otro se hubiera hundido en la miseria, pero él se levantó con más fuerzas

Julio Leal, propietario de Quesos Tajogaite

Andrés Gutiérrez

Los Llanos de Aridane

En un puñado de días perdió su casa, dos fábricas y más de 11 hectáreas de fincas ubicadas en los alrededores del punto en el que se abrió la primera boca del Tajogaite. Más de once mil metros de tierras, hoy incluidas en el perímetro de protección del volcán, que empezó a comprar cuando aún era un chiquillo. La historia de Julio César Leal (Venezuela, 1971) destila cabezonería y supervivencia al 50%.

Desde los cinco años tenía claro que él quería estar cerca de los animales, que el vino al mundo para cuidar cabritas, ovejas, toros, vacas... Llegó con ocho años a Tenerife, pero antes pasó por una granja-escuela de Carúpano y Valencia, dos centros de formación de los estados venezolanos de Sucre y Carabobo. El año y pico que residió en Santa Cruz, casi dos, estuvo matriculado en el Colegio San Fernando, pero en cuanto voló a La Palma, isla de sus antepasados, tiró por la calle del medio y se centró en formar su propio rebaño. «Con 11 o 12 años tenía una docena de cabritas y vendía mis quesitos», revela con una clara mentalidad empresarial. «El estiércol lo colocaba a los plataneros, pero necesitaba una furgona y con 17 me compré una camioneta de paquete». Lo que no es capaz de confesar es quién la conducía. «La necesitaba», resuelve.

Julio César.

Julio César. / Andrés Gutiérrez Taberne

Emprendedor precoz

Todo lo que ganaba lo reinvertía en ganado [en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en el dueño de una cuadra con más de un centenar de cabezas] y en terrenos, hasta que en 1994 completó los trámites del registro sanitario de Quesos Tajogaite. Con menos de 25 años, Julio César era el titular de dos fábricas, el propietario de más de 11.000 metros de monte y, además, recogía unos tres mil litros de leche diario. No equivocó el tiro. Se le metió entre ceja y ceja que quería tener sus cabritas y fabricar quesos y no paró hasta conseguirlo. «Metí más de dos millones de euros en esto», desvela en cuanto agarra confianza. «La cuajada que hacían cuatro personas en una hora y media, yo la tenía en un minuto y cincuenta y ocho segundos. ¡Un minuto y cincuenta y ocho segundos!», repite envalentonado al hablar de unas máquinas que importó de Portugal que eran lo más.

Él fue consciente de que todo se iba al «carajo» en las primeras horas de erupción. La tarde del 19 de septiembre se dio cuenta de que lo iba a perder todo. «Esos días iba a firmar la compra de otras cuatro hectáreas de suelo rústico; menos mal que no llegamos a un acuerdo y lo paramos a tiempo», recupera para quitarle hierro a la desgracia que le tocó vivir en primera persona o, mejor dicho, en compañía de los otros diez familiares con los que compartió la primera noche de la erupción en una casa de 80 metros cuadrados que le prestó un amigo.

La madrugada del 20 se la pasó en vela, sin saber cómo se iba a recuperar del golpe y qué hacer con los miles de litros de leche que almacenaba en las queserías que aún permanecía en pie. Amenazadas por los ríos de lava, pero todavía visibles. «Estaba tumbado sobre la cama y me acordé de la fábrica del Cabildo... Llamé a mi técnico y le dije: ¿Raúl, y si le pedimos la nave a esta gente». Tanto hizo que consiguió que un funcionario insular se presentaba por la mañana en la zona del Matadero Insular. «Llegué a las siete de la mañana, no sé si porque no podía dormir o por las ganas de empezar de nuevo, y me tocó esperar hasta las nueve y media dentro del coche... Estaba desesperado.

Julio César.

Julio César. / Andrés Gutiérrez Taberne

«Eso no lo pone a andar»

Las instalaciones insulares se crearon en 2007, pero estaban semiabandonas. «Todos me decía: eso no lo pones a andar... [recuerda el empresario]. ¿Cómo que no? Esto va a funcionar sí o sí. Empecé pin, pin, pin... Las luces sí que se encendían, pero no terminaba de arrancar», revive sobre las horas que estuvo de un lado a otro buscando repuestos mientras la lava corría a toda velocidad en dirección a Todoque. «Al mediodía la puse a funcionar».

Cuatro días después del inicio de la erupción (jueves, 23 de septiembre de 2021) empezó a hacer quesos, se enviaron las pruebas a Sanidad para ver si todos los controles estaban bien y «tiré ‘pa’ lante; no me rendí».

Tracking Pixel Contents