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Leocadio Martín: «Hay muchas formas de crecer aunque no se tenga casa propia»

El experto analiza las consecuencias emocionales que sufren los jóvenes por el hecho de que las barreras económicas para alquilar o comprar una casa les impidan ser independientes

El psicólogo Leocadio Martín.

El psicólogo Leocadio Martín. / Ramón de la Rocha

Las Palmas de Gran Canaria

¿Qué consecuencias emocionales pueden sufrir los jóvenes que no tienen la posibilidad de independizarse debido a los altos precios del alquiler o de la compra de una vivienda?

La imposibilidad de independizarse no es solo un problema económico, también emocional. Muchos jóvenes sienten que no pueden iniciar su vida adulta de forma plena, lo que genera una mezcla de frustración, impotencia y sensación de injusticia. En realidad, se trata de una frustración vital. Saben que han cumplido con lo que se esperaba de ellos: formarse y trabajar. Sin embargo, el sistema no les permite avanzar.

¿Cómo afecta esta situación a la salud mental, en términos de ansiedad, frustración o incluso depresión?

Afecta profundamente. La ansiedad aparece cuando no vemos salida o cuando sentimos que nuestros esfuerzos no tienen impacto. Si a eso sumamos la precariedad laboral y la dificultad para poder verse en un futuro distinto, es lógico que se desencadenen síntomas depresivos. No poder acceder a un hogar propio significa también no poder acceder a un espacio de seguridad. Y eso desgasta.

¿Qué papel juega la percepción del estancamiento vital en el desarrollo de problemas psicológicos?

La idea de estancamiento, ‘todos avanzan menos yo’, puede ser devastadora. Y aunque no sea culpa suya, muchos jóvenes interiorizan esa situación como un fracaso personal. Esa percepción puede erosionar la autoestima, alimentar pensamientos de inutilidad y desencadenar un malestar persistente que, si no se aborda, puede cronificarse.

¿Cuáles son las principales diferencias emocionales entre los jóvenes que logran independizarse y aquellos que no?

Independizarse no lo soluciona todo, pero sí aporta un sentimiento de autonomía y dignidad muy importante. El joven que puede tener su espacio, aunque sea pequeño o compartido, suele tener una mayor sensación de control sobre su vida. En cambio, quien no puede hacerlo, a menudo vive en un limbo: adulto en edad, pero infantilizado por las circunstancias. Esa brecha tiene un coste emocional muy real.

«Independizarse no lo soluciona todo, pero sí aporta un sentimiento de autonomía y dignidad importante»

¿Cómo influye esta circunstancia en la transición a la construcción de una identidad adulta?

La identidad adulta no se construye solo con años, sino con experiencias. Tener un espacio propio es una de las más importantes. Cuando no puedes decidir cómo y con quién vivir, cuándo descansar o cuándo invitar a alguien, es difícil desarrollar un sentido pleno de responsabilidad y libertad. Se posterga algo más que una mudanza: se posterga una etapa vital.

¿En qué medida afecta la prolongación de la convivencia obligada con los progenitores en la percepción del futuro?

En muchos casos genera una doble tensión. Por un lado, se encuentra la culpa por seguir dependiendo de los padres. Por otro, la sensación de estar atrapado en una dinámica que no eligieron. Aunque las familias pueden ser un apoyo enorme, el hecho de convivir durante más años de los deseados suele acentuar los conflictos y hace que el joven vea el futuro como algo inalcanzable o demasiado lejano.

¿Hasta qué punto inciden las expectativas sociales sobre la independencia en la presión que pueden sentir estos jóvenes?

Tienen un peso enorme. Vivimos en una cultura que valora la autonomía, la movilidad y el éxito personal. No poder emanciparse se vive muchas veces como una anomalía. «A mi edad, mis padres ya tenían hijos» es una frase que escucho mucho en consulta. Las comparaciones constantes con generaciones anteriores o con amistades que han tenido más oportunidades aumentan el sentimiento de fracaso y de presión social.

¿El problema puede llegar a influir en la relación con sus padres y con otros miembros del núcleo familiar?

Sí. De hecho, sucede con bastante frecuencia. Los roles se tensan. Los padres pueden sentir que sus hijos no dan el paso que deberían, y los hijos pueden sentirse juzgados o vigilados. Además, la convivencia prolongada impide muchas veces que surjan nuevas formas de vínculo más adultas y más horizontales. En lugar de relación entre adultos, se enquistan las dinámicas padre-hijo de etapas previas.

¿Qué estrategias recomienda a las personas que pasan por esta frustración?

Primero, que validen su malestar. Tienen que ser conscientes de que no están exagerando y de que no son los únicos. Segundo, que intenten no personalizar lo estructural, ya que lo que viven es consecuencia de un sistema que falla, no de un defecto individual. Tercero, que busquen redes: compartir estas vivencias con otros y apoyarse en amistades o colectivos puede aliviar mucho. Por último, que en lo posible encuentren espacios de autonomía dentro de las circunstancias. Con esto hago referencia a que decidan sobre su tiempo, sus rutinas y su desarrollo personal. Hay muchas formas de crecer aunque no se tenga aún una casa propia.

¿Cree que el conflicto para acceder a una vivienda derivará en un aumento de los problemas de salud mental?

Evidentemente. En primer lugar, por la percepción de dependencia que tienen las personas que no consiguen una vivienda digna, especialmente la gente joven. Los seres humanos necesitamos autonomía y conquistar propósitos que tienen que ver con el propio desarrollo personal. Por tanto, si pasamos mucho tiempo intentando conseguir una vivienda y no logramos la meta, o bien, no tenemos perspectivas de conseguirla, experimentaremos una intensa sensación de malestar. El problema para acceder a un inmueble ya se ha convertido en uno de los principales conflictos que afectan a los jóvenes. Hay que tener en cuenta que en Canarias, y también en otras comunidades autónomas, el precio del alquiler exige invertir dos tercios del sueldo de una persona. Esto es un disparate. De hecho, conozco a parejas que están conviviendo juntas en pisos compartidos porque es la única forma que tienen de asumir los gastos. La situación es terrible. Ahora mismo, ya no se sabe si es más difícil alquilar o comprar. Realmente, todavía no somos conscientes de la que se nos puede venir encima.

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