El Sahel se entrega al autoritarismo
Los golpes de Estado, el repliegue de Occidente, el avance del yihadismo y los movimientos migratorios sitúan a esta región africana en el centro de una tormenta que ya golpea a Europa

Ilsutración de África con la grieta marcada del Sahel. / Adae Santana
El totalitarismo se arraiga en el Sahel. Esta vasta franja de África subsahariana, que se extiende desde el Atlántico hasta el mar Rojo, atraviesa una tormenta perfecta de golpes de Estado, hambrunas, violencia armada, conflictos enquistados e intervencionismo internacional. Un cóctel que ha convertido a la región -ubicada a apenas 850 kilómetros de Canarias- en un punto caliente del tablero geopolítico global, donde la lucha por el poder y la inestabilidad se alimentan mutuamente. En este contexto de caos creciente, los yihadistas ganan terreno, las juntas militares afianzan su control y potencias como Rusia y China ocupan el vacío estratégico dejado por Europa, y en particular, por Francia.
En solo tres años y medio, entre agosto de 2020 y enero de 2024, el Sahel ha sido escenario de seis golpes de Estado -dos en Malí, dos en Burkina Faso, uno en Níger y otro en Sudán-, así como de tres intentos fallidos de derrocar gobiernos, en Níger y Burkina Faso. Aunque cada levantamiento responde a dinámicas internas distintas, todos comparten un efecto común: agitan la desestabilización y agravan la inseguridad en una región marcada por instituciones frágiles y democracias que estaban todavía en pañales. En este maremágnum de inestabilidad crónica y regresiones autoritarias, Malí se erige como el emblema más claro de un Estado fallido.
La reciente suspensión de todos los partidos políticos en Malí, decretada por la junta militar que tomó el poder en 2020, confirma la deriva represiva y absolutista de la región y el creciente aislamiento internacional de sus líderes. El coronel Assimi Goïta justificó la medida “por razones de orden público” y la decisión -en vigor “hasta nuevo aviso”- se extiende también a asociaciones y organizaciones con perfil político. La medida se enmarca en un clima de tensión creciente con la oposición, que denuncia la intención del régimen de perpetuar en el poder a Goïta con un mandato presidencial de cinco años, prorrogable. En los últimos días, los líderes malienses han prohibido manifestaciones convocadas contra la junta, que meses atrás aplazó indefinidamente la celebración de elecciones. Esto supone un nuevo incumplimiento de la promesa de restaurar el orden constitucional y devolver el poder a los civiles.

Ilustración sobre el autoritarismo en el Sahel. / Adae Santana
Desde su llegada al poder, Goïta ha protagonizado un idilio con Rusia, una sintonía que se ha extendido a Burkina Faso y Níger. Moscú ha conquistado el favor del Sahel, donde ha prendido la llama del anticolonialismo y todo lo que huela a París se quiere eliminar. En Malí y Burkina Faso, manifestaciones masivas exigieron la salida de Francia y en las concentraciones se podía ver a ciudadanos ondeando banderas rusas mientras quemaban enseñas galas. El vínculo histórico entre el Elíseo y esta región está tan desgastado que, tras casi una década combatiendo el avance yihadista en Malí con la operación Barkhane, Francia y sus aliados se retiraron del país en noviembre de 2022. Este movimiento supuso un punto de inflexión, dejando vía libre para que los mercenarios rusos se asentaran en el territorio y operaran sin control.
El fin de los partidos políticos
Moscú supo llenar el vacío con rapidez. Bajo el paraguas del grupo Wagner, tropas rusas desembarcaron en Bamako con promesas de cooperación militar y respeto a la soberanía nacional. Aunque oficialmente se presentan como instructores y asesores del ejército, organizaciones internacionales han documentado violaciones de derechos humanos y ejecuciones de civiles cometidas junto a las fuerzas malienses. Con esta presencia, Rusia no solo busca influencia militar: también ha extendido sus tentáculos a sectores estratégicos como la minería y las telecomunicaciones y ha hecho de las campañas de desinformación su arma más eficaz para penetrar en la región.
Pero Rusia no es la única superpotencia que intenta consolidar su presencia en el Sahel. La sombra de China sobre la región es cada vez más larga, aunque sus métodos son muy distintos. Pekín apuesta por la vía de las inversiones, los préstamos y la construcción de infraestructuras. Al contrario que Occidente, China evita las injerencias políticas y no pone condiciones democráticas a los regímenes autoritarios, lo que ayuda a ganarse la simpatía de los líderes militares que han tomado el poder por la fuerza El principal interés de Pekín en estas alianzas es el acceso a recursos naturales como el uranio, el oro o el litio.
Bamako se ha distanciado no solo de Francia, sino también de los gobiernos occidentales, e incluso abandonó las filas de la Comunidad de Estados de África Occidental (Cedeao) a la vez que las juntas militares de Burkina Faso y Níger, con las que ha creado la Alianza de Estados del Sahel (AES). Esta nueva organización se basa en la cooperación militar para responder a retos como la inseguridad yihadista. Entre las metas económicas que persigue la AES figura el deseo de romper con el franco CFA, la moneda compartida por varias excolonias francesas. Esta divisa, cuyo valor está atado al euro y cuya gestión está en manos del Tesoro francés, es vista por muchos como un símbolo del neocolonialismo. El control que París ejerce sobre la política monetaria de los países que la utilizan ha alimentado el descontento popular y ha intensificado el sentimiento antifrancés.
La AES se ha enzarzado en una disputa con Argelia por la destrucción de un dron maliense por parte del ejército argelino, el pasado 1 de abril, en la frontera de Tinzaouaten. Argelia afirma que el dron cruzó su frontera, mientras que Malí sostiene que la aeronave se encontraba en su propio territorio. Dado que la capacidad militar de Argelia no tiene rival en la región, el riesgo de conflicto armado parece mínimo. Sin embargo, estas tensiones podrían desestabilizar la zona.

El rey Mohamed VI de Marruecos en una foto de archivo. EFE/ Mariscal / MARISCAL / EFE
Estas fricciones con Argelia se producen al mismo tiempo que la AES estrecha sus vínculos estratégicos con Marruecos. Los ministros de Exteriores de Malí, Burkina Faso y Níger se reunieron en Rabat con el rey Mohammed VI hace solo tres semanas para formalizar la adhesión de AES a la Iniciativa Atlántica, una propuesta impulsada por el propio monarca que ofrece a estos países sin salida al mar acceso estratégico al océano Atlántico a través de puertos como Dajla, en el Sáhara Occidental ocupado, a 400 kilómetros de Canarias, o Tánger Med, frente a la costa gaditana. El acuerdo pretende “facilitar el comercio y la integración regional”, a la vez que reforzar la cooperación para combatir el terrorismo e impulsar el desarrollo de infraestructuras clave, como una futura planta eléctrica en Níger.
Yihadismo y migraciones
Las muertes atribuidas a grupos yihadistas y organizaciones paramilitares en África siguen alcanzando cifras récord, siendo el Sahel la región más mortífera: allí se concentra el 55 % de los fallecimientos vinculados a la violencia. Según el último informe del African Center for Strategic Studies (ACSS), un centro de estudios asociado al Departamento de Defensa de Estados Unidos, solo en 2024 perdieron la vida 10.400 personas en Malí, Níger, Burkina Faso y Chad. El pasado 28 de mayo, las Fuerzas Armadas malienses lanzaron una operación antiyihadista en Sebabougou -a 60 kilómetros de Bamako- para «restablecer el orden y la tranquilidad» y neutralizar a los grupos armados que habían sembrado el pánico en la zona. Los combates se saldaron con 21 sospechosos muertos y cinco militares heridos.
Los conflictos armados y la represión de los regímenes militares han obligado a más de 45 millones de africanos a huir de sus hogares, lo que representa un aumento del 14 % respecto a 2023, que prolonga una tendencia ascendente iniciada hace 13 años. Desde 2018, la población desplazada por la fuerza en el continente se ha duplicado, y aunque tres de cada cuatro permanecen en África, muchos tienen como destino final Europa. La situación sobre el terreno empeora. El vacío de poder ha sido ocupado por grupos yihadistas que imponen su ley, reclutan menores y explotan a comunidades vulnerables. Los desplazados internos se cuentan por cientos de miles, y las fronteras se han convertido en líneas difusas por las que circulan armas, contrabando, drogas y combatientes.
Moscú refuerza su presencia en la región con promesas de cooperación militar, mientras China extiende su influencia mediante inversiones en infraestructura
En Malí, el número de personas forzadas a huir continúa en aumento. Hace años que Mauritania advierte sobre la crisis migratoria interna que afecta al país, con casi 100.000 refugiados malienses en el campo de M’bera, en pleno desierto, a 40 kilómetros de la frontera de Malí y con unas condiciones de vida extremas. Otro epicentro de los flujos migratorios es la costa mauritana, donde miles de personas esperan una oportunidad para embarcarse a bordo de un cayuco con rumbo a Europa, a través de Canarias.
La mayoría de estos migrantes son de origen maliense, aunque desde el pasado verano es frecuente la presencia de hombres procedentes de países asiáticos como Bangladesh o Pakistán. En los últimos 16 años, según datos de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex), han arribado al Archipiélago de forma irregular 27.939 personas de origen maliense y el 76,1 % de ellas (21.283) han llegado desde enero de 2024. Entre los 5.812 niños y adolescentes que están bajo la tutela del Gobierno canario hay más de un millar que han salido de Malí sin el apoyo de ningún familiar adulto.

Ilustración sobre el autoritarismo en el Sahel. / Adae Santana
La ruta atlántica que conecta África con Canarias no solo es la más activa de los últimos años, sino también la más letal. Según la oenegé Caminando Fronteras, a lo largo del año pasado, 9.757 personas murieron en su intento por llegar al Archipiélago a bordo de embarcaciones precarias. La frontera sur de Europa, que se extiende a lo largo de este corredor migratorio, es hoy la más mortal del mundo. Y también una de las más desiguales: separa dos realidades muy distintas por apenas unas horas de navegación. Esta cercanía geográfica, muchas veces ignorada en el debate político, convierte a las Islas en un observatorio privilegiado -y también en una frontera expuesta- de todo lo que ocurre en el Sahel.
Droga en las calles de Europa
Además de ser un eje de tránsito migratorio, esta región es también una autopista del narcotráfico. Las redes criminales internacionales utilizan esta franja como corredor para trasladar cocaína desde América Latina hasta Europa, pasando por los puertos del Golfo de Guinea y cruzando desiertos sin ley. El debilitamiento de los Estados y la complicidad de actores armados han convertido la región en una pieza estratégica para el crimen organizado internacional. Las ganancias de estas operaciones financian tanto a insurgencias yihadistas como a redes de corrupción política y militar, y parte de esas drogas terminan en las calles de Europa.
A toda esta tensión se suma un factor determinante: la bomba demográfica africana. África es el continente con el crecimiento poblacional más acelerado del planeta. La tasa de fecundidad en muchos países del Sahel supera los cinco hijos por mujer -en Níger, la más alta del mundo, se sitúa en torno a los 6,7-, frente a la media europea que apenas alcanza 1,5. Se calcula que en 2050 uno de cada cuatro habitantes del planeta será africano. Este crecimiento desbordado, sin un desarrollo económico acorde ni sistemas de protección robustos que permitan arraigar a la población en su territorio, añade una presión explosiva a las regiones receptoras de migrantes, como las Islas Canarias, que están más cerca de Tombuctú que de Cádiz.
Mientras Europa concentra su atención en la guerra de Ucrania y el pulso con Rusia en el flanco este, otras amenazas tocan a las puertas del flanco sur. El Sahel ha dejado de estar en la periferia de los intereses geopolíticos para convertirse en un centro de gravedad. Su inestabilidad alimenta el crimen organizado, empuja a millones de personas a dejar sus hogares y erosiona cualquier intento de gobernanza democrática. La batalla por el control de esta franja africana no se libra solo en el territorio, sino también en los despachos de Bruselas, Moscú, Pekín y París.
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