50 años de la conquista feminista de los derechos de las mujeres en España

El 2 de mayo de 1975, las Cortes de Franco reforman el Código Civil y el de Comercio ante las presiones internacionales del movimiento feminista para dar el primer paso en la liberación de las mujeres de la represión social, económica y laboral

Ilustración sobre el movimiento feminista en España.

Ilustración sobre el movimiento feminista en España. / Adae Santana

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Santa Cruz de Tenerife

El 2 de mayo de 1975 los derechos de las mujeres españolas consiguieron colarse en la cerrada e intransigente dictadura de Franco. Seis meses antes de que el Caudillo fuera declarado muerto, la presión internacional hacía mella en una sociedad española estancada en siglo XVIII que trataba de pasar página de las décadas de represión y avanzar hacia el estado de bienestar que ya empezaban a conquistar sus países vecinos. Y en ese contexto, hace cincuenta años, una reforma de determinados artículos del Código Civil Español y del Código del Comercio acababan con la relación de subordinación de la mujer frente al hombre (y en concreto su marido), permitiéndoles, por primera vez, poder decidir sobre sus bienes y adquisiciones. 

«Fue un gran paso en el camino de la consecución jurídica de la igualdad de las mujeres y hombres en España», resume Aranzazú Calzadilla, profesora en Derecho Civil y Coordinadora Académica del Doctorado en Estudios Interdisciplinares de Género de la Universidad de La Laguna (ULL). Sus palabras son secundadas por la abogada tinerfeña Eloísa Merino, que recuerda que hasta el momento «la mujer dependía de su marido o su padre para cualquier cosa y no podía tener nada a su nombre»

El matrimonio se había convertido en una forma de perpetuar el sistema patriarcal en el ámbito mercantil o comercial. Así lo explicaba el abogado Manel Atserias, de la Universidad Pompeu Fabra, en su estudio Evolución de la situación jurídica del Derecho Privado (1885-1978), en el que recuerda que, para aquel entonces, la mujer «era considerada un bien inanimado». Y es que hasta 1975, los derechos de las mujeres se regían por leyes desfasadas. Normativas de los años 1885 y 1889 que establecían que la mujer requería la tutela de un hombre (ya fuera su padre, su hermano o su marido) para llevar un negocio o comprar una casa. 

«Si estaba casada no se le reconocía el poder realizar, sin el permiso de su marido -conocida como licencia marital- muchos actos jurídicos (como aceptar una herencia o vender sus propios bienes, debiendo en todo caso obediencia a su marido», recalca Calzadilla. En definitiva, la situación de quienes se unían en matrimonio durante el franquismo se podría resumir en uno de los artículos del Código Civil vigente en aquella época: «el marido debía proteger y la mujer obedecer»

La situación de quienes se casaban durante el franquismo se podía resumir en uno de los artículos del Código Civil vigente en aquella época: "El marido debía proteger y la mujer obedecer"

Pero todo cambió un 2 de mayo de 1975. Y no en un contexto cualquiera. Todo cambió para las mujeres aun cuando España seguía sumida en el oscuro periodo franquista. Si bien Francisco Franco todavía pasaría seis meses más de vida sobre la tierra, la dictadura empezaba a mostrar signos de agotamiento contra la inesperada avalancha de vivir en un mundo cada vez más global. Para Calzadilla hubo varios motivos que facilitaron este llamativo progreso de la mujer en el ámbito económico pero «lo cierto es que esté avance ocurre cuando el régimen ya estaba flexibilizándose e iniciando un acercamiento a la situación que habría inmediatamente después». 

Movimiento feminista internacional

El empuje del feminismo a nivel global, especialmente la segunda ola en los años 60, fue fundamental para poder lograrlo. «El éxito y eco que tuvieron organizaciones en Estados Unidos provocaron que empezara un empuje desde España», recalca Atserias. Más de una década de lucha encarnizada por la igualdad de derechos se consolidó ese año con un «hito histórico»: la proclamación de Naciones Unidas del Año de las Mujeres. Esta presión internacional obligó a la sociedad franquista a renovarse, al menos en términos comerciales. 

Las mujeres con estudios superiores fueron protagonistas de estos avances, aunque su camino tampoco era sencillo. «Se podía estudiar pero no estaba bien visto que las mujeres trabajasen», indica Merino, que recuerda que en aquella época España vivía «de cara a la sociedad». «Se tenían que mantener ciertos patrones sociales: el marido trabajaba y la mujer debía estar en casa», sentencia la abogada que recuerda que, de hacerlo al contrario, podía poner en entredicho social a su marido. «Se podía interpretar como que no tenía lo suficiente como para proveer a su familia», remarca. 

Aquellas que habían tenido la fortuna de acceder a los estudios universitarios lideraban -no sin dificultades- un movimiento feminista estatal. «La Asociación Española de Mujeres Juristas llevaba tiempo implicándose de manera decisiva en pro de la consecución de la igualdad y más concretamente en el impulso de esta ley», explica Calzadilla. Pero el cambio se venía gestando desde hacía años: en 1973 se formó la Comisión General de Codificación del Ministerio de Justicia, que integraron varias mujeres. Entre las que cambiaron el devenir de la historia se encuentran las juristas María Telo Núñez, Carmen Salinas Alfonso de Villagómez, Concepción Serra Ordóñez y María Belén Landáburu González.

Ilustración sobre el movimiento feminista.

Ilustración sobre el movimiento feminista. / Adae Santana

Cambios trascendentales

La norma modificaba un total de 57 artículos de un Código Civil aludiendo a que ya no se ajustaba a los tiempos que corrían. En concreto, el documento admitía en su preámbulo que las mujeres casadas sufrían «señaladas limitaciones en su capacidad de obrar que, si en otros tiempos pudieron tener alguna explicación, en la actualidad la han perdido». Afirmaba así mismo que tales limitaciones hacían más mal que bien, ya que no tenían siquiera «contrapartida de una seria protección de los intereses de orden familiar». 

Los cambios permitían, entre otros, que la mujer mantuviera su nacionalidad al casarse y fuera cual fuera el origen de su marido, decidir -junto a su marido- el lugar en el que establecer la residencia familiar, administrar bienes comunes, realizar actos relativos al cuidado de la familia, comparecer en juicio o pedir su parte de herencia sin necesidad del consentimiento de su marido.

Sin embargo, y pese a establecer explícitamente que contraer matrimonio no restringía «la capacidad de obrar a ninguno de los cónyuges», en el texto aún se pueden entrever cómo la dictadura aún no estaba preparada para acabar del todo con la relación de subordinación de la mujer frente al hombre. Y así lo distinguía al requerir el consentimiento del marido para hipotecar bienes, estipular que el hombre es el administrador económico del matrimonio o mantener en el padre la patria potestad de los hijos, lo que hurtaba a las mujeres el derecho de quedarse con sus hijos tras una separación. 

Ilustración sobre el movimiento feminista.

Ilustración sobre el movimiento feminista. / Adae Santana

Fin a un dependencia secular

El día que la ley entró en vigor, las mujeres españolas dejaron de depender de un hombre para comprarse una casa o incluso recibir una herencia familiar. Las normas del juego habían cambiado y la vida se volvía un poco más fácil, aunque aún tendrían que pasar décadas para conseguir algo parecido a la igualdad real. 

Esta norma cambió la vida de miles de mujeres, aunque no eran las primeras en disfrutar de estas ‘ventajas’, ya que las mujeres solteras por aquel entonces llevaban años pudiendo disfrutar de cierta independencia económica. En concreto, las solteras mayores de edad (21 años hasta 1978) sí podían legalmente comprar bienes o casas desde la ‘reformica’ de 1958 -conocida así por un juego de palabras con el nombre de su impulsora, Mercedes Formica-. Esta reforma permitió que las mujeres españolas que se querían separar pudieran hacerlo sin abandonar sus hogares e hijos mayores de 3 años. 

Sin embargo, las solteras en la práctica muchas veces enfrentaban obstáculos culturales y administrativos, y a veces requerían la autorización del padre o tutor si eran menores de edad o consideradas dependientes. Además, era un arma de doble filo: podían serlo a cambio de ser considerada poco menos que una paria social. «Permanecer soltera estaba mal visto», recuerda Merino, que recuerda que «casarse era lo máximo». «Te educaban para ser la mejor esposa del mundo», insiste. 

Aquel solo fue el primer paso de una lucha por la igualdad real que a día de hoy no ha terminado. La norma de 1975 supuso un avance importante en la independencia de las mujeres. «Promovió su participación activa en la vida económica y provocó una transformación de la percepción de los roles de las mujeres», insiste Calzadilla. Sin embargo, los lazos que la sometían al poder masculino se mantenían intactos y ponerla en práctica fue difícil. «La implementación de los cambios fue gradual y enfrentó resistencias», resalta la jurista. 

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