Entrevista | José Manuel Corcuera Álvarez de Linera Ingeniero agrónomo

José Manuel Corcuera: «Es una tradición que está viva, pero rodeada por muchas amenazas»

«La ganadería no tiene buena prensa... Es un sector cercado por el cambio climático y los animalistas»

El madrileño José Manuel Corcuera reside desde hace más de cuatro décadas en el Archipiélago.

El madrileño José Manuel Corcuera reside desde hace más de cuatro décadas en el Archipiélago. / Juan Carlos Castro

Jorge Dávila

Santa Cruz de Tenerife

No nació en el Archipiélago, pero lleva más de cuatro décadas en él y se siente un canario más. Ingeniero agrónomo jubilado, Pepe Corcuera, como lo conocen sus amigos, está familiarizado con el mundo de las apañadas desde hace más de tres décadas y aporta sus reflexiones sin adentrarse en matices históricos y etnográficos. 

¿Qué supone esta declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial?

A nadie le amarga un dulce obtener un reconocimiento que es un motivo de alegría y orgullo. Esto puede ser una herramienta para mejorar las posibilidades de supervivencia de Las Apañadas de costa de Fuerteventura. Tener un respaldo institucional parece que implica algo más de defensa. Yo, sin embargo, creo que es una declaración que afecta más a la panoplia o la aureola de las personas que estamos alrededor, actores muy secundarios, que a los ganaderos.

¿Hay un tono reticente en sus palabras?

Es que yo no sé si se está haciendo o se va a hacer una labor para explicar a los protagonistas de este fenómeno qué supone esta catalogación. La mayoría de los ganaderos son escépticos a la hora de entender que desde la administración pública o los lugares donde hay poder para cambiar las cosas les vayan a ayudar a resolver sus problemas. Éste es un colectivo que casi prefiere que le dejen en paz porque tiene miedo a que el funcionariado meta mano en su mundo... Igual no están muy desencaminados cuando dicen que están condenados a morir como caigan en un escenario dominado por la burocracia, el papeleo y la lentitud. 

¿Cómo es el mundo de las apañadas?

Fuerteventura es una sociedad en la que la llegada de pobladores de fuera es un factor determinante, es decir, que hay mucha más gente que no es natural de la Isla que majorera. Además, dentro de la escena local los majoreros que proceden del mundo rural profundo son minoría: la cantidad de habitantes que ha nacido en una casa donde había cabras y gallinas es muy pequeña. Las apañadas tienen un componente sociológico que sirve como punto de encuentro de esas personas que sí que tienen un pasado ligado con la ganadería local... A una apañada no sólo se va porque tienes cabras de costa, se va porque allí te encuentras con tus primos y conocidos a los que ves de manera puntual en estas faenas y en ellas se cuentan las últimas novedades... «¿Sabes que se casa fulanita?; ¿te enteraste que menganito se murió?; ¿el otro día me dijeron que el hijo de (...) se fabricó una casita?»... Son una especie de periódico verbalizado de un sector rural que está superamenazado o en claro riesgo de extinción. 

«Este colectivo cree que está condenado a muerte si cae en manos de la burocracia y el papeleo»

¿Existe un elemento más socializador que económico?

Sí [pausa]. Y eso es algo que se puede ver en el hecho de que un ganadero con dos mil cabras de ordeño no deje de participar en las apañadas con un centenar de animales. ¿Qué valor puede buscar ahí si ya tiene su vida organizada en otra actividad? Ese señor no quiere perder el vínculo con otros propietarios de cabras de costa: se siente cómodo en las apañadas.  

¿Cuáles son los riesgos que acorralan a esta tradición?

En realidad, las apañadas tienen una vitalidad superior a lo que la mayoría de los habitantes del Archipiélago cree. Yo las conocí hace treinta años y luego me alejé un poco de este mundo, aunque siempre mantuve las amistades, hasta que en los últimos cuatro o cinco años he participado en un proyecto liderado por el Cabildo de Fuerteventura, es decir, que conozco cómo eran hace tres décadas y cómo son ahora. Lo que sí puedo decir es que la cantidad de niños y gente joven que sigue yendo a las apañadas es significativa, no digo abrumadora, pero sí llamativa: en este tiempo he visto las nietas de gente que conocí entonces convertirse en madres... Son una minoría, sí... pero ahí están. Es un tema que aún está vivo y las personas que han encaminado sus vidas cerca de las apañadas lo viven con muchísima intensidad.  

«La cantidad de habitantes de Fuerteventura nacidos en una casa donde había cabras y gallinas es una minoría»

¿Pero hay futuro?

[silencio]. La ganadería no tiene buena prensa en el planeta, no sólo en Fuerteventura, sino en todo el mundo... Éste es un sector al que los intelectuales que buscan respuestas de cómo será la Tierra dentro de unos años no quieren demasiado. Los animalistas, los efectos del cambio climático [a la ganadería se le achaca el incremento de los gases asociados al efecto invernadero] o el impacto sobre la vegetación... Ese cercamiento que sufre el sector primario no ayuda. En Fuerteventura, por ejemplo, hay «opiniones cultas» que condicionan el sentir social que no dudan en decir que «todo esto es una cosa muy bonita, pero mejor que se acabe ya porque las cabras son las culpables de que la Isla sea un desierto». Esas reflexiones, desde mi punto de vista, son falsas porque la Isla sería un desierto con cabras o sin cabras. Lo que determina la aridez de Fuerteventura no es el efecto de los animales que pastan en su territorio sino su posición geográfica junto al continente africano. Las cabras no tienen nada que ver con el clima... Echarle la culpa al ganado es errar el tiro. Los ganaderos no tienen carreras universitarias, pero tontos no son cuando escuchan a todos estos eruditos hablar en clave negativa sobre la actividad que desarrollan para ganarse la vida. A veces, incluso, tienen al enemigo en casa.

¿En qué sentido?

Los ayuntamientos majoreros tienen un registro de propietarios de cabras de costa, de dueños y animales que se apañan, a los que llegado el momento de tomar el testigo tratan de acceder los hijos de los ganaderos más viejos. Ahí empieza una batalla interminable porque se encuentran con funcionarios que les dicen que «este es un tema muy delicado, que no está bien visto, que nos puede dar problemas...». En sus propios municipios les ponen pegas para que sigan con la actividad. Lo peor de todo es que esos empleados que les niegan cosas o el concejal de turno se presentan en una apañada porque saben que es un punto de encuentro entre vecinos y quieren tener el pulso de lo que está sucediendo. Esto es algo muy contradictorio, pero que pasa con relativa frecuencia en las zonas donde aún se organizan apañadas. Me da igual que ocurra en Antigua o en Pájara, pero es algo que se da y que tendría que estar mejor controlado ahora que han declarado a esta actividad Bien de Interés Cultural Inmaterial. Otra de las cuestiones que no ayudan es que se ha ido consolidando una cultura de la alegalidad. Los veterinarios oficiales no quieren saber nada de esas cabras porque no están identificadas, no están marcadas, no se vacunan... Eso tampoco es cierto del todo porque los ganaderos están haciendo muchos esfuerzos económicos para identificarlas y vacunarlas. Es una opinión personal y, posiblemente, distinta a la de otras personas pero hay ganaderos que prefieren que los dejen en paz y hagan la vista gorda como lo han venido haciendo hasta ahora. Se sienten incómodos cerca de gente con corbata porque intuyen que no les van a ayudar, sino que van a ir en su contra.

«La Isla no es un desierto porque los animales se coman toda la vegetación, lo es porque está cerca de África»

¿Todo ese papeleo administrativo condiciona esta actividad?

Entroncar los intereses de los ganaderos con los de la administración no es nada sencillo porque a una empresa ganadera le cuesta dios y ayuda obtener un número de identificación. Y es que en una apañada puede haber cabras de 40 o 50 dueños y eso supone que en un espacio reducido hay medio centenar de empresas. Los animales se mezclan, que es algo que no gusta a los veterinarios más estrictos, pero eso es algo imposible de controlar. Por eso cuando se intenta obtener una licencia de explotación el administrativo en cuestión no para de realizar preguntas: «¿Dónde están los comederos?; ¿en qué punto se ubican los espacios de sombra?; ¿me podría indicar dónde está el estercolero?»... Esas cuestiones y otras similares son difíciles de responder en el mundo de las apañadas. Estos animales están sueltos en el campo y las únicas infraestructuras que hay son las gambuesas... Un funcionario no cuenta con la paciencia ni la imaginación para aplicar una normativa donde no hay leyes. A lo mejor, a partir de la decisión que ha tomado el Gobierno de Canarias, ese trabajador se plantea mover un poquito su inteligencia para intentar ordenar esta tradición y facilitar algo la vida a los ganaderos.

Entonces lo que hay es un posible miedo administrativo, ¿no?

No sé si llamarlo miedo, pero se le acerca mucho [pausa]. Lo que no va a hacer nunca un trabajador de una administración pública es tomar una decisión que lo ponga en una situación complicada ante un jefe de servicio, un director de área o un inspector nacional o europeo.

«Un funcionario no cuenta con la paciencia ni la imaginación para aplicar una normativa donde no hay leyes»

¿Puede el desarrollo urbanístico condicionar el futuro de esta práctica pastoril?

Los espacios donde se encuentran las cabras de costa son comunales y los ayuntamientos han tenido buen tino a la hora de no privatizar esos espacios. La Oliva, que es un municipio con una larga tradición en las apañadas, sí que ejecutó una privatización hace unos años pero por lo general el suelo donde se encuentran mejor adaptados estos animales no son los más adecuados para el desarrollo turístico: bien porque son zonas en las que existen muchos accidentes geográficos [laderas, barrancos, cauces...], bien porque están en unas coordenadas poco apetecibles para atraer turistas. Hablando en plata, que están alejadas de las playas. 

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